Se dejó hacer

avion aeropuerto

 

En la sala de espera me siento justo frente a una pantalla de televisión. Transmiten un partido de fútbol local. Nadie lo mira. No han pasado dos minutos cuando anotan un gol, la cámara enfoca la popular. Cuando era chico, tendría quizás unos trece años, mi hermano me llevó a la popular en el Pascual. El ambiente era histérico, el hedor insoportable, pólvora, marihuana, bengalas, papel picado; pero nada me impresionó tanto como el poderío que rezumaba aquella multitud idiota arrumazada apiñada constreñida como en una lata de sardinas desgañitándose arengando aullando alentando enajenadamente efervescente embalada en un fervor rumoroso de sonidos clamores gritos zumbidos que atosigaban el aire haciéndolo espeso mientras las estructuras del estadio trepidaban al son de las sacudidas los saltos las canciones que lo vengan a ver que lo vengan a ver eso no es un arquero es una puta de cabaret sí sí señores yo soy del rojo sí sí señores de corazón porque este año en el Pascual en el Pascual sale un nuevo campeón… una masa caótica y estúpida inmersa en una espesa nube de misticismo e idolatría y yo sólo pude pensar que si algún día toda esa gente salía de su embotamiento de su redil y canalizaran esa energía quizás podrían armar un bello espectáculo un torrentoso río de sangre que corriera por las calles y pude ver a toda esa chusma simiesca enfurecida revoltosa borracha bajando enloquecidamente de las laderas saliendo de sus asquerosas madrigueras del Oriente exorcizando sublimado sacando toda esa ira contenida toda esa putería mineralizada fosilizada hecha piedra provocada por sus fracasos patentes su pobreza su no futuro sus expolios de todos los días y como iluminada por un fuego bestial y primigenio prendía en llamas toda la ciudad como material altamente inflamable estimulado por la providencial revolucionaria e inconforme chispa de una cerilla. Tan sólo se requería un buen catalizador y las condiciones iniciales apropiadas para que los bárbaros derrumbaran las murallas, desataran la pesadilla de las élites y mamá enloqueciera. Fue una bonita escena convulsiva, una escena que en aquel entonces no compartí con nadie. Los altavoces anunciaron el vuelo que esperaba. Al parecer, tendría un leve retraso. Esto me sacó de mi paisaje semiótico de incendio y abyección.

Me levanté y fui al baño. De regreso pasé por Juan Valdez y compré unas donas en Dunkin Donats. Una hermosa chica en silla de ruedas tomaba Coca-Cola, llevaba puestos unos audífonos y un esplendido vestido blanco con pequeñas pepas negras y unos largos pendientes negros también. Sus facciones eran finas, su cabello bastante corto y oscuro. Me senté cerca suyo. No recuerdo cómo ni quién comenzó la charla. Me preguntó si me gustaba el fútbol, me había observado viendo el partido. Le dije que un poco. Dijo que le gustaba Anthony Rincón. Anthony Rincón ya no jugaba, su historia era harto conocida. Había tenido una carrera exitosa, un goleador letal que jugó en la liga brasileña, en la española y en la turca antes de volver al país a terminarla con broche de oro en el equipo que lo vio nacer y del que era hincha: El América de Cali. Una noche de juerga, durante las vacaciones decembrinas, sufrió un aparatoso accidente automovilístico. Su esposa y dos acompañantes murieron en el acto. A él le amputaron las piernas. Además, tuvo sendos problemas judiciales, pues era quien conducía y los niveles de alcohol y cocaína hallados en su sangre fueron elevadísimos. No fue a prisión por poco. Hasta aquí todo es bastante trágico. Sin embargo, lo verdaderamente relevante viene después; así es, créanlo o no, cuando nadie daba un peso por este atleta semianalfabeto y sin piernas, el señor Rincón se sobrepuso. Volcó toda su energía hacia una terapia recomendada por su psicóloga: la pintura. ¡Y vaya si lo hizo bien! Al principio fue un mero ejercicio catártico, de sanación, pintaba de todo, paisajes, bodegones, naturalezas muertas. Todo muy básico.

Pero estudió y se propuso sobresalir, dejar atrás las reproducciones. Poco a poco fue adquiriendo un estilo propio, vertiendo los elementos de su tragedia personal, la reciente y la de toda la vida, pues antes de haber sido un futbolista exitoso las cosas no fueron precisamente color de rosa para Anthony (pobreza, violencia, abandono paterno). Sin que nadie lo creyera, empezó a exponer en las mejores galerías del país y a codearse tanto con las estatuas del mainstrean que destacaban su virtuosismo técnico, la sutileza de sus pinceladas y su apropiado manejo de las perspectivas, como con las ratas del underground que veían en él al personaje perfecto para satisfacer sus fantasías de subversión contracultural. Tanto para unos como para otros era un personaje caricaturesco e inconveniente, pero también le daba a la escena la notoriedad que tanto necesitaba. Personas que nunca iban a una exposición o a las galerías empezaban a ir, había una especie de fiebre y eso se debía aprovechar. Además, el hecho de que hiciera arte figurativo, que renegara de la desmaterialización de la obra artística cuando ya nadie hacía eso, cuando toda obra era antes que nada discurso, eresultaba más que interesante. Evidentemente no estaba en un rincón, sino que sobresalía, y no tardó en recibir elogiosas críticas de gente como Miguel González y Fernando Botero, quien destacó, entre otras cosas, su fina técnica y su conocimiento enciclopédico del canon.

Yo, por mi parte, siempre sospeché que había un ghost painter escondido por ahí, que todo el asunto era una manipulación, una treta curatorial y publicitaria. Pero no se lo dije a Lis pues no quería ofenderla. Rincón había incursionado recientemente en el mundo de la música con un grupo de hip-hop: Anthony y sus chandas rabiosas. Y era esto lo que ella escuchaba cuando empezamos a hablar. La faceta que más disfrutaba de este versátil artista lego.

No le gustaban las donas, me confesó, pero se sentía a gusto ahí, nada más ameno que la seguridad que genera una franquicia de orden global. Casualmente, aunque no creo en las casualidades, esperábamos el mismo vuelo. Llevaba tres años sin ver a su madre y no tenía muchas ganas de hacerlo. Me sorprendió su franqueza, especialmente para con alguien que acababa de conocer. Me dijo que las relaciones por más fraternales que sean también sufren los embates de la entropía, también se dilatan o se entumecen, caen en una especie de muerte térmica, y que no había nada más patético que intentar recomponer una cerámica rota cuando lo mejor era fundirla y hacer una nueva. Cuando dijo esto yo ya sabía lo que iba a hacer. La propiedad, la determinación con la que hablaba la hacían parecer mayor, pero su rostro delataba sus veinte años. Por un momento olvidé lo que fui a hacer a ese aeropuerto. Ahora pienso que no fui a recoger a mi hermano sino a conocer a Lis.

Creo que no dije nada inteligente. Estuvimos en silencio un momento hasta que ella sacó una whiskera de su bolso, bebió un trago y me ofreció. Bebí y cuando bajé mi mirada mis ojos se encontraron con los suyos, unos grandes y expresivos ojos oscuros; sentí que me ahogaba en una laguna de petróleo crudo. Un sudor frío brotaba de mis manos. No había vuelta atrás, esa era mi certeza. Sonreí nerviosamente sin tener muy claro cómo lo haría, pero sabiendo que lo haría. Ya tenía una erección.

Ella se disculpó, necesitaba ir al baño. Se desplazaba con bastante soltura en su silla. En un momento la perdí de vista. Esperé un par de minutos que se me hicieron eternos antes de pararme y seguirla. Estaba en el baño más cercano. Es poco lo que recuerdo de esos momentos, estaba como en trance, bastante excitado.

El lugar era blanco y apestaba a cloro. No pareció sorprendida al verme. Cerré la puerta tras de mí y avancé hacia ella mientras nos mirábamos a los ojos como diciéndonos todo lo que no nos decíamos, era un mágico silencio de palabras astilladas. Su belleza era frágil, toda ella se veía frágil, pero sus ojos eran fuego: estaba esplendida. Recorrí su rostro con las yemas de mis dedos, sus labios, metí los dedos en su boca y gradualmente fui bajando. No opuso ninguna resistencia, se dejó hacer. Metí las manos bajo su vestido y palpé su tibieza, su ligero temblor; sus pechos delicados y pequeños, los chupé. Su respiración se fue haciendo cada vez más agitada. Me arrodillé frente a ella y le abrí las piernas, unos huesitos escuálidos y tristes; la piel del interior de sus muslos algo cicatrizada y ajada. Estaba tranquilo, poco a poco había ido perdiendo el azoramiento y ahora estaba de lo más tranquilo. Parecía que fuéramos viejos amantes y estuviéramos en nuestra casa. Todo se daba con naturalidad. Metí sus bragas en mi bolsillo del pantalón y lamí su coño, una pradera verdiazul ligeramente podada, estaba seco, lo mordí con delicadeza. Creo que hubiera podido quedarme a vivir ahí. Cuando levanté los ojos vi que estaba ligeramente inclinada hacia atrás y unas lágrimas corrían por su cara. Me bajé la bragueta y le puse toda mi excitación en la boca. La agarré del pelo con fuerza pero sin violencia.

Sus primeros lametazos fueron torpes pero rápidamente se adueñó de la situación. Una mamada fenomenal, tuve que esforzarme para no eyacular. La levanté de la silla, sentía entre mis brazos a una delicada muñequita; ella se agarró de mi cuello con fuerza y la penetré, sus vértebras parecían a punto de romperse. Reflejados en el espejo mi rostro y su espalda tensada. Mordió mi cuello y eyaculé dentro.

Los altavoces anuncian el vuelo de mi hermano. Lo compruebo y efectivamente es el DD2806 de Avianca. Lo reconocí a través de los cristales. Discutía con un agente de inmigración. Me vio y me hizo un gesto ambiguo con sus manos mientras señalaba una de sus maletas. Recuerdo que nos abrazamos. Hablaba, él hablaba, hablaba mucho, parecía embalado y parecía feliz.

La lluvia había arreciado. El cielo tenía un aire apocalíptico, un aire de furia divina, en fin, un cielo bonito. Atravesamos el estacionamiento corriendo. Mis zapatos se arruinaron, pero ya no me importaba. Aún tenía el olor del Pantene de Lis estampado en mis napias. Conduje por la recta rumbo a casa. Poco importaba lo demás, al menos de momento; todos esos años largos de no habernos visto con mi hermano.

by Sico Pérez

Palmira, 1985. Integra diferentes antologías y fanzines. Lleva la página en FB Poesía de la shit. Escribe en el blog El rincón de Sico. Ha sido recogido en la antología de poesía Licorería Babel LTDA (El Silencio, 2015).

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