Siguiendo con mi interés en estas relaciones entre la creación y la publicidad, me he encontrado hoy mismo con un artículo de Carlos Losilla en Cultura/s de La Vanguardia y que reviste de un cierto interés para este asunto que nos ocupa.
El texto lleva por título «Basado en Hechos reales (I)» y en el mismo se nos anuncia que tendrá continuación el mes próximo. En él, Losilla (que es el crítico de cine de referencia del suplemento del periódico) traza una panorámica/resumen de lo que ha sido su año cinéfilo y comienza ya advirtiendo al lector de que «ya no distingo cierto tipo de trabajo de ciertos modos de placer». Esto es: que su trabajo se ha hecho placer y, al tiempo, vida. Pues de ella se nutre y a ella vuelve.
Losilla nos hace partícipes de su dilema ético, y es que dice que se sienta a escribir un texto y, al cabo del rato, ya no sabe distinguir si es un encargo o algo realizado por la pura necesidad de la escritura.
Y he aquí que, de repente (y bien al principio del texto), se justifica antes sus lectores así:
«Les cuento todo esto para que no me culpen si ven aquí acontecimientos y reflexiones demasiado personales. Por suerte o por desgracia, todo me pertenece, lo he experimentado. Puede que se convierta en publicidad, pero empieza en ese hervidero al que llamamos subjetividad y que está hecho de realidades externas e internas, y de cómo interactúan» [1. Carlos Losilla, «Basado en hechos reales (I)», Cultura/s de La Vanguardia, nº 632, 30-Julio-2014, pág 18 / Las negritas son mías].
Resulta llamativo que Losilla se vea en la tesitura de tener que justificarse. Sabedor de que él es juez y parte en algunas de las diferentes actividades y eventos cinéfilos de los que nos hablará, opta por dejar clara desde el principio su autoconsciencia. Es un gesto honrado, desde luego, y que evidencia la dificultad de separar al crítico del cronista y al organizador y ponente del relator.
La pregunta que a mí me plantea esta declaración de Losilla es muy simple, pero difícil de responder: ¿dónde termina la subjetividad y comienza la publicidad? Por aventurar una posible respuesta, yo diría que toda experiencia que pueda servir como ejemplo o de base para una reflexión sofisticada, que sobrepase la mera mención de un acontecimiento, acto, sarao o publicación, resulta(rá) válida, independientemente de si el sujeto relator de la misma ha sido parte de esta (ahora bien, un hecho irrenunciable es que se diga, que el autor haga explícito que él estuvo allí, que lo organizaba, o que participó de alguna manera).
La prueba definitiva, supongo, es qué recordamos con mayor viveza al terminar de leer el artículo, columna, crítica o reportaje. Si lo único que rescatamos del texto es la mención de algo que involucra al escritor, seguramente nos encontremos ante una voluntad publicitaria de este. Si sucede, como suele suceder, que a uno le interesa escribir sobre las cosas que ha experimentado de primera mano y utiliza su conocimiento de las mismas tal que un suave trampolín desde el que impulsarse para hablar de temas más elaborados, supongo que podríamos concluir que se trata de un texto cimentado en la íntima subjetividad (donde han de incluirse necesariamente los sucesos que le acontecen a aquel que los relata). Pero, en fin, se trata siempre de una línea fluctuante, esta que separa ambos puntos y que, cómo no, queda abierta a la opinión y al debate.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
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