1.
Ayer miércoles 12 de octubre inauguraba el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) la exposición «Todas las cartas: correspondencias fílmicas» –aquí-.
La muestra consiste en el envío de cartas visuales (o videocartas) entre 12 cineastas actuales, separados geográficamente, y que se han dividido en seis grupos de dos en aras de que se establezca entre ellos un diálogo personal sobre su arte e intereses.
La correspondencia sirve para que los cineastas intercambien ideas y reflexiones no sólo sobre su propio trabajo, sino sobre el trabajo de otros cineastas, y se pretende con ella que la yuxtaposición de las imágenes enviadas por los diferentes destinatarios sirvan al (potencial) público que vaya a visitar la exposición como espacio para el diálogo y la reflexión íntima.
Y aquí está el punto sobre el que quería llamar la atención.
En el comunicado que sobre la rueda de prensa de presentación del proyecto mandó a los medios la agencia Europa Press, Jordi Balló (profesor de comunicación audiovisual en la UPF de Barcelona y responsable de exposiciones del CCCB) quiso puntualizar que las videocartas «son correspondencias íntimas pero no privadas, porque el espectador está invitado desde el primer momento» [1. El CCCB expone la correspondencia filmada de seis cineastas. La Vanguardia. 11-10-2011].
2.
Sobre el tema de la intimidad vuelta asunto público estaba pensando hace ya días al respecto de unas manifestaciones que hizo recientemente el escritor Andres Trapiello en su blog en un post titulado «Correo interno», el día 01 de octubre de 2011 –aquí-.
Verán, el caso está relacionado con el escritor Iñaki Uriarte (cuyos diarios hemos reseñado ya en HC –aquí-) y su envío de un ejemplar dedicado de sus diarios a Andrés Trapiello.
Éste último lo cuenta de la siguiente manera:
«ANDABA indeciso pensando si mandarle o no un correo a Iñaki Uriarte. Tenía que agradecerle el que me hubiese enviado dedicado su último Diarios. Aprovechando, quería también preguntarle por una cita que atribuje a Goya y que expresa, según él, todo lo que querría hacer como escritor: “Mi pincel no debe ver más de lo que yo veo”. Pero al no tener confianza ninguna con Uriarte, a quien no conozco, el correo quedó en una frase de cortesía como la que le escribí hace unos meses con ocasión del envío del tomo anterior, y que figura en la solapa de este, con las de Vila-Matas, Muñoz Molina, García Martín y Gracia.»
«Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien leyendo un diario. […] Ya estoy deseando leer la continuación».
«Un ejemplo de naturalidad y agudeza»
El breve apunte, en este caso, está sacado del blog de Antonio Muñoz Molina, de su cuaderno de notas íntimo, pero que Muñoz Molina comparte generosamente con los lectores, llamado Escrito en un instante.
En particular, la cita fue escrita el pasado 5 de agosto de 2010 en un post titulado «La buena vida» –aquí– y tiene que ver con unas recomendaciones de lectura que Muñoz Molina hace a sus lectores siguiendo la expresa petición de éstos.
En este caso sí se trata de un espacio de escritura íntima (el blog Escrito en un instante), pero que -como los intercambios de videocartas de los cineastas que expone el CCCB- cuenta con la presencia inestimable del espectador/lector desde el primer momento.
4.
Gracias a esos diarios modernos que son los blogs (y también a la inmediatez del e-mail), el desfase del que se valían los diarios personales de escritores donde se recomendaban libros (publicados muchos años después de haber sido escritos) y que luego servían para las solapas de los libros de los otros, se ha acortado o anulado.
Así hoy se propician situaciones como las que nos traemos entre manos.
Tal estado de cosas, por lo pronto, suscita una pregunta de índole ética: ¿es lícito hacer uso de instancias de valor que han sido producidas afuera del sistema capitalista de mercado como argumentos mercantiles?
En otras palabras: las frases que suelen venir adheridas como loas, elogios y beneplácitos a las solapas, fajas o contratapas de los libros proceden de prácticas pensadas para ser emitidas en un terreno público. La crítica de una novela, por ejemplo, entra en el sistema industrial de los libros gracias a la censura de su publicación en un medio comercial y que permite su conversión en moneda de cambio.
Por lo tanto, su utilización igualmente mercantilista en solapas, fajas o contratapas parece del todo legal, y lícita.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando tal práctica sucede con manifestaciones íntimas (expuestas de manera pública por fortuna de la existencia de los blogs o el e-mail) que no pretenden jugar en ese terreno del mercado y que, además, le rehúyen?
Recuérdese que tanto Trapiello como Muñoz Molina colaboran con periódicos y revistas de índole nacional y, de haber sido su intención, fácil lo habrían tenido para introducir tales comentarios de manera pública en sus textos refrendados por el valor de mercado de las revista y periódicos para los que ambos colaboran.
No estoy diciendo que tal práctica (la de utilizar textos íntimos como argumento de venta) sea ilegal, máxime cuando -como es el caso- se ha solicitado previamente permiso para tal efecto y se procede con autorización expresa de los autores de los comentarios; ahora bien, ¿que no sea ilegal implica que sí sea lícito?
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
[Addenda]
Por si le interesa a alguien, leo estos días el libro Aracne (Paréntesis, 2011), libro de memorias del poeta José Antonio Moreno Jurado y dice este al respecto de las cartas que un poeta escribe (y recibe) de aquellos poetas que admira:
«En estos casos, creías de verdad que una breve carta se transformaba en el espaldarazo que necesitabas por parte de los grandes poetas. Recibir una carta te daba ánimos, te dejaba exultante y abierto a la vida, de par en par, porque pensabas que se establecía un cierto vínculo secreto entre ti y la persona que te escribía.
Así tuve cartas de Vicente Aleixandre, a quien había imitado en mi primer libro, de Jorge Guillén, de Gerardo Diego, de Luis Rosales, de José Nieto, de Luis Morales, de Leopoldo de Luis, de Luis Antonio de Villena, de Odysseas Elytis, de Nikos Karydis y de muchos otros que sería aburrido mencionar aquí.
Sin embargo […] las cartas no constituían el más leve gesto de espaldarazo poético, ni de intimidad, ni de creación de un vínculo que te uniera a un maestro. Era mentira. Sólo resultaban una muestra de educación y deferencia. Nada más.
Y lo comprendí, cuando a lo largo de un mes, recibí dos cartas de Jorge Guillén […] dos cartas idénticas, con la misma extensión, con las mismas palabras» (p. 161)
Saludos
J.S. de Montfort
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