Cagarse de risa

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Mucho antes de que me dijeran que guardamos una compatibilidad genética del 99% con los chimpancés, yo ya los sentía muy cercanos gracias a esa facultad compartida, tan ancestral como escrupulosamente estudiada, que para el neurobiólogo norteamericano Robert Provine es un balbuceo lúdico, instintivo, contagioso, y de control subconsciente o involuntario. Pero que para mí, simple y llanamente, es el impagable placer de cagarse de la risa.

Ahora que todo lo tecnifican, que todo lo convierten en contenidos de cursos o talleres prácticos, tan digeribles como una píldora (salvo que su costo de inscripción caiga más pesado que una parrillada sin bajativo), la risa no escapa a esta tendencia. Como la risoterapia, el yoga de la risa u otras técnicas por demás curiosas. ¡A qué punto de decadencia habremos llegado para tener que pagar por aprender un impulso tan primario! ¿Cómo lo pagaría un simio? ¿Con racimos?

Pero tranquilidad, queridos atenienses. Ya nuestros ilustres Platón o Aristóteles, se rasgaban las vestiduras argumentando que la risa es una forma de escarnio. Y siglos después, en 1509 llegó, de la tierra donde el cannabis es felizmente legal, un tal Erasmo de Rotterdam para decirnos en El elogio de la locura que la naturaleza se ríe a carcajadas de estos filósofos de cuarta y de sus conjeturas. “No saben nada con certeza, y buena prueba de ello es la interminable contienda entre ellos sobre cualquier tema. No saben nada, aunque proclamen que lo saben todo.”

Cierto, ¿cómo se llamaba aquel que lo sabía todo y estaba en todos lados? ¡Ese mismo! El que tiene muchos nombres pero, a la larga, prefiere ser el Innombrable como Lord Voldemort en Harry Potter. Bueno, aquel ser etéreo ha demostrado ser el más grande Torquemada de la risa.

El Génesis lo dice bien claro, cuando Él anuncia a la anciana Sara que será la madre de muchas naciones. Y Abraham se inclina hasta tocar el suelo con la frente. Y se ríe con desparpajo de la sola idea de que él, a sus cien, logre corretear por las praderas del placer, como lo hizo antes con su esclava (y lo más insólito de todo, con el consentimiento del Gran Jefe). Sara, sabia nonagenaria como ella misma, tampoco pudo contener la risa. “Pero el Señor dijo a Abraham: ‘Por qué se ríe Sara? ¿No cree que puede tener un hijo a pesar de su edad? ¿Hay acaso algo tan difícil que el Señor no pueda hacerlo? El año próximo volveré a visitarte, y para entonces Sara tendrá un hijo.’ Al escuchar esto, Sara tuvo miedo y quiso negar. Por eso dijo: ‘Yo no me estaba riendo’. Pero el Señor contestó: ‘Yo sé que te reíste’. I know what you did last summer.”

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Veo un episodio de Tarzán e inmediatamente Chita y sus saltos, aplausos y risas se roban la pantalla. Sea o no que hayamos descendido de ella, seguirá riendo y sus ancestros habrán reído mucho antes de que un puñado de artistas anónimos del paleolítico decidieran montar una exhibición en las cuevas de Altamira.

Nunca he dudado de su poder histriónico, peor de su potencial hegemónico, a raíz de ver la saga de El planeta de los simios. Sin embargo, vale decir, Tim Burton perdió la oportunidad de hacer un gran remake, reduciendo la historia a una gratuita reyerta de primates histéricos (además del perverso parecido que tiene la chimpancé Cira con Michael Jackson). Una vez, viendo un making of de la versión original de 1968, basado en el libro de Pierre Boulle, pude entender el enorme reto del director para crear personajes simiescos realistas sin que éstos provoquen una hilaridad en los espectadores que distraiga su atención de la historia principal, que de por sí no era de humor.

¿Por qué tenemos que reírnos en las fotos? No lo sé, pero me río de no haber conocido un solo cristiano que esté a gusto con su foto en la cédula de identidad.

¿Por qué nos reímos de la desgracia del otro? Tampoco lo sé. Pero si un bebé es capaz de reírse cuando le pega una cachetadita a su mamá, elucubraría que es su mejor forma de vengar el haber sido exiliado de las comodidades de su burbuja amniótica.

Subestimamos terriblemente el poder de la risa, aquella pulsión tan primitiva y tan necesaria para remover las placas tectónicas de nuestra cara endurecida. Y quién mejor que el escritor colombiano-mexicano Fernando Vallejo escribió alguna vez en la revista SoHo una joyita de reflexión: “Al lado de don Quijote, Hamlet y compañía no llegan ni a la sombra de una sombra. Cierro los ojos y veo a don Quijote con su lanza, su adarga y su baciyelmo. Los vuelvo a cerrar para ver a Hamlet y no lo veo. ¿Cómo será el príncipe de Dinamarca? No sé. Presto entonces atención y oigo a don Quijote: (…) ‘Sois un grandísimo bellaco, y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió’. ¡Eso es hablar, eso es existir, eso es ser! ¡Ay, ‘to be or not to be, that is the question’! ¡Qué frasecita más maricona!”, sentencia Vallejo.

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¿Por qué se ríe Sara? O mejor dicho, ¿por qué no debería reírse? Seguramente Sara ignoraba que Dios siempre ha poseído tecnología de punta de fecundación asistida (que luego se la pasó a los alienígenas grises para sus abducciones). Pero esa respuesta no basta. La reprimenda se da porque lo está haciendo quedar en ridículo frente al futuro patriarca de judíos y árabes. Y encima, si lo analizamos desde una perspectiva muy misógina (cuya causa, por cierto, es defendida a ultranza por algunos poetas de mi tierra para legitimar su mediocridad), lo está haciendo quedar en ridículo una mujer.

Ya decía el viejo Heráclito, que no conviene ser ridículo hasta el punto de parecerse ridículo a uno mismo. Sin embargo, quien le dio un valor agregado este estado de vulnerabilidad fue otro filósofo, muchos siglos después. Para el rumano Mircea Eliade, en ese fabuloso ensayo llamado Invitación al ridículo, no hay ninguna transfiguración de la humanidad, ningún salto audaz en la comprensión de ningún descubrimiento pasional fecundo que no haya parecido ridículo a sus contemporáneos. Así, menciona a un don Quijote “agonizante porque la gente (gente con los pies en la tierra, gente razonable, gente con temor al ridículo, gente muerta) no estaba dispuesta a tomar a una Maritornes por Dulcinea”. O sobre el ridículo de Jesús, que afirmaba ser hijo de Dios con absoluta contundencia. O el de Gandhi, quien, a la diplomacia y la artillería británicas, opone la no-violencia y la vida interior.

Eliade además afirma que todo acto, en mayor o menor medida, que no haya caído en el ridículo es un acto muerto, que no genera consecuencias en nada ni nadie. Como tomar el té en un salón y volver a colocar la taza en su sitio. Pero al momento de dejarla caer sobre la falda de una señorita y tratar de disculparse torpemente mientras se intenta secar con el pañuelo, la cosa cambia. Y en medio de esa tensión, dice Eliade, “comprendes que tu vida es inútil, que la de los demás está vacía, que eres un mono grotesco bien vestido y perfectamente arreglado en un salón a donde se va a perder el tiempo, adonde se va empujado por el miedo a la soledad, por atracción hacia las vacuidades.”

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La risa y el ridículo nos llevan a una construcción cultural más compleja llamada humor. Aunque su etimología alude a las secreciones del cuerpo (se les decía humores), su concepción fue mucho más antigua, solo basta recordar la sátira griega a cargo de Aristófanes, Luciano de Samosata; o romana, con Horacio, Séneca o Juvenal, a través de la cual se evidenciaban no solo las debilidades humanas sino una visión crítica del poder y, más tarde, de la Iglesia católica, como Boccaccio en su lascivo Decameron. En ese contexto, Umberto Eco elucubra en su novela El nombre de la rosa sobre aquel supuesto segundo libro de la Poética de Aristóteles que se perdió para siempre, el elogio sobre la risa, custodiado celosamente por el ciego bibliotecario fray Jorge de Burgos (Eco luego admitió muy suelto de huesos que era inevitable homenajear a Borges), y motivo por el que se dan una serie de crímenes en la abadía, que son investigados por William de Baskerville y su discípulo Adso de Melk.

Fray Jorge de Burgos aduce que en ningún lugar de las Escrituras se menciona que Cristo rió y que “la risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono”. Sin embargo, el franciscano William de Baskerville (ahora pienso en la expresión de Sean Connery, en la adaptación fílmica) refuta: tampoco dice que Jesús nunca lo hizo.

William de Baskerville luego pregunta: “¿Por qué temes tanto a este discurso sobre la risa?” El bibliotecario ciego responde golpeando la mesa con el dedo: “Aquí se invierte la función de la risa, se la eleva a arte, se le abren las puertas del mundo de los doctos, se la convierte en objeto de filosofía, y pérfida teología. La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Cuando ríe, el aldeano se siente amo porque ha invertido las relaciones de dominación… la risa sería el nuevo arte capaz de aniquilar el miedo.”

Sin embargo, de nada le sirvió a Sean Connery haber sido 007 o un sex symbol con acento endémico escocés. El tratado aristotélico igual se consumió en medio del incendio de la biblioteca. Siguiendo a Mircea Elieade, Sean Connery es otro ridículo. Y es aquí cuando nosotros, actores de un sitcom cuyo guionista no estamos seguros si existe, nos encogemos de hombros. Y se escuchan unas risas grabadas para estimular nuestra audiencia, a la que no podemos perderla por nada del mundo. De la risa al bostezo hay un solo paso.

by Miguel Antonio Chávez

nació en Guayaquil en 1979. Es autor del libro de cuentos Círculo vicioso para principiantes y de la novela La maniobra de Heimlich (2010). Es miembro fundador del grupo literario Buseta de papel.

One Reply to “Cagarse de risa”

  1. 1
    rony

    este ensayo de miguel antonio chavez es increiblemente bueno,las comparaciones y comentarios en el largo recorrido de la vida tanto cotidiana como literaria no solo demuestra un conocimiento amplio e interesante de los aspectos de nuestra vida,quisas para las personas que no tienen una base literaria,filosofica y tambien mistica les sera dificil entender lo que se explica en este ensayo,como muestra ,no estoy seguro que muchos puedan afirmar que conocen «la satira escrita por aristofanes» de todas maneras es digno de reconocimiento.

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