Afirmaba Jauss, con dos copas encima, los sábados, que un escritor nunca debe contestar a sus críticos, pero que tampoco debe ocultar sus ganas de hacerlo. Mi novela Ejército enemigo –pido perdón por hacer pivotar este texto sobre un título de la casa- ha suscitado una curiosa respuesta en internet, agria en bastantes de los numerosos blogs y revistas culturales que han publicado comentarios sobre ella. La reseña literaria (y esto lo afirmaba, pongamos, Tomachevski) es, por principio, un acuse de recibo, y en tanto en cuanto la obra literaria es correspondencia a ciegas, la aparición del texto parasitario de la crítica siempre debe ser recibida con satisfacción por un autor, así sean las reseñas un disparate o una puñalada, una impugnación o una caricatura.
No puedo negar mi agradecimiento a todos aquellos que han escrito sobre Ejército enemigo, incluso a los que lo han hecho con conclusiones desaprobatorias. Tampoco puedo negar el honor que supone para mí encontrar mi novela como única fustigada en determinados blogs o revistas digitales, donde mayoritariamente se repartía incienso y laurel entre los amigos, y que ahora contarán en sus archivos con, al menos, un texto no rutinario.
Sin embargo, no creo ser tan contestón si traigo a esta revista una serie de reflexiones personales, basadas en mi experiencia última, sobre cómo la recepción de una obra se ve pervertida hasta extremos delirantes por asuntos que apenas tienen que ver con ella.
Ha sido la crítica que en este mismo espacio publicó Santiago Fernández Patón la que ha colmado (incluso, colmatado) mi paciencia y mi sensatez, pues en ella, meritoriamente, se agavillaba una amplia selección de vicios propios de la crítica deshonesta y malintencionada.
Entiendo que cuando una obra recibe una atención periodística por encima de la media, como ha sido el caso de Ejército enemigo, la valoración que de ella se va a hacer a partir de entonces prescinde de las varas de medir habituales –que, como sabemos, suponen apenas una palmadita en la espalda y que pase el siguiente, dado que nada se pone en peligro con esa obra, el sistema deglute su medianía, las jerarquías se mantienen intactas y la ilusión de estar haciendo literatura conserva su valencia opiácea – y se echa mano de varas nuevas, por un lado, más exigentes, y, por otro, más permisivamente demoledoras.
No tan fácil de entender se me hace la inexactitud insidiosa con la que a salir en los periódicos, por decisión soberana de los equipos editoriales de los mismos, se le considera -cuando se rebasa un número por mí ignorado de apariciones- “promoción”. Desde Mondadori no han promocionado mi libro, en el sentido de que no han hecho márketing a su favor, esto es, anuncios, cartelería, camisetas estampadas o presentaciones en castillos. Han hecho lo mismo que hacen con todos sus títulos, y no deja de ser simpático suponer que conmigo, nuevo en el catálogo y con una trayectoria no especialmente enriquecedora para mis editores, iban a provocar portadas y entrevistas en detrimento de las de otros autores en castellano del sello, con mayor estatus o con más acusados delirios de grandeza.
Ya decía, no sé, Auerbach, que, si bien la literatura presupone una mímesis, y que esa mímesis se transfigura en relación a la época, la crítica, por su parte, puede a su vez mimetizar la obra escoliada ( “el estilo hace sonar el estilo”, en palabras de Phillipe Lancon) o, en su versión tóxica, mimetizar el epitexto de autor público (por seguir la nomenclatura de Genette).
Esto último, muy señaladamente, es lo que puede localizarse en la reseña de Santiago Fernández Patón, a clic y medio de este artículo; y en tantas otras. Leyéndola uno ve claramente que el crítico está reseñando las cosas que el autor ha dicho en la prensa y no las cosas que ha dicho en su libro. A diferencia de la reseña solvente, el reseñista epitextual no se dirige a los lectores sino al autor, al que quiere afear sus declaraciones públicas, parapetado tras la novela a debate.
Este uso adúltero de la crítica literaria aboca a una muy limitada creatividad argumental, amén de a un rigor prácticamente saturnino.
Es por ello que el señor Fernández Patón permea de inmediato mi afirmación de estar influido por Michel Houellebecq, y, con el pobre recurso de degradar la influencia, acuña una expresión tan accesible como “epigonal de Michel Houellebecq”, que le deja muy tranquilo al ser un derivado de mi propio análisis, vuelto contra mí mediante una simple adjetivación. No es la insuficiencia intelectual de la reseña lo que me genera incomodidad, sino el hecho de que esa insuficiencia, esa re-escritura de mis propias afirmaciones, cristaliza en un texto que no dice nada, al desfigurar mezquinamente mi propia visión de mi propia novela.
Cree uno que los autores no lo saben todo sobre sus libros, y que un libro completa su recorrido cuando se enriquece con interpretaciones ajenas (esto es, impredecibles), entre las cuales resulta especialmente estimulante la enunciación de influencias incorrectas o transversales o inconscientes. De toda esa magia, de ese azar analítico, carecen efectivamente las reseñas al epitexto.
Esta candidez torticera del crítico no es puntual, sino que continúa en los demás aspectos de su artículo. Dado que el autor y su libro han aparecido en varios medios nacionales y con un despliegue amplio, el crítico asume que ese libro va a vender miles y miles de ejemplares, lo cual revela un enorme desconocimiento de las cifras reales de ventas que caracterizan al mercado editorial español, así como de la influencia que sobre ese mercado tienen las revistas y los suplementos literarios. Dando por hecho que mi libro ha vendido o va a vender, en la pesadilla contable de Santiago Fernández Patón, quién sabe si cienmil ejemplares, se interpreta alegremente que yo he escrito esta novela para vender cienmil ejemplares, y que, por tanto, me he saldado al público y soy, textualmente, “un escritor de consumo”.
No aclara el crítico si esta decisión mía de vender libros ha sido tomada para este título en concreto dentro de mi obra toda por alguna deuda acuciante que me exigen satisfacer en algún banco, o si era que antes también quise vender mucho pero no me salió bien; o si es que los jugosos premios que se conceden en España cada mes no resultaban lo suficientemente cuantiosos para mi desorbitada pasión crematística.
Sí deja claro el autor de la reseña que las intenciones venales y nunca estéticas de mi novela quedan evidenciadas porque, leída esta, le ha resultado entretenida; tanto que ha acabado sus casi trescientas páginas en lugar de interrumpir la penosa lectura entretenida y abismarse de inmediato en algún libro cuya solidez intelectual y rigor compositivo vengan avalados por lo impronunciable del apellido de su autor y por las dificultades para pasar de la primera página.
Este nuevo retorcimiento de la perversión crítica tiene un nosequé de acneico, de universitario. Era por aquel entonces cuando aburrirse daba lugar a juicios inmediatos de alabanza acerca de una película o de un libro; era, allá en los noventa, cuando una película que nos hacía reír o nos mantenía en vilo durante todo su metraje podía despacharse despectivamente con una sola palabra: comercial.
Entiendo, por tanto, que algunos receptores de novela actual, a sus años, no han superado aún esa barrera casi moral, y sin duda intelectual, que separa el juicio sobre el propio gusto del juicio sobre lo que el propio gusto va a hacer pensar a los demás acerca de nosotros. A día de hoy, en el concierto cultural de nuestra sociedad, no hay conquista más valiosa para un ciudadano que la claridad con la que es capaz de interpretar la impresión que una obra de creación ha provocado en su sensibilidad, con independencia del estado crítico que cerca la obra y de los prejuicios derivados de su éxito o fracaso, así como de la personalidad más o menos deleznable o encantadora de su autor.
Porque Santiago Fernández Patón afirma sin sonrojo que Ejército enemigo le ha parecido entretenida y que “[el autor] ha sabido cocinar una literatura alejada de la zafiedad, de lo anodino, del estilo plano a la par que [de] la grandilocuencia vacía”. Ante lo cual, uno, como autor, sólo puede alzar las manos y clamar: ¿qué más quiere usted?
Esta pose entre estudiantil y snob, caracterizada por huir mecánicamente del “gusto general”, la completa este crítico –y tantos otros, ya digo – mediante la asunción irreflexiva del aserto que, si no recuerdo mal, Steiner dedicaba a REM en 1994. A saber: antes eran mejores.
Porque si algo me ha dejado una sonrisa en los labios, leyendo reseñas, ha sido comprobar cómo muchos de los críticos de Ejército enemigo daban un detallado repaso a todas mis novelas anteriores, que alcanzan una extensión, junto a esta última, de milquinientas páginas.
Las habían leído todas; pero no habían dicho nada hasta este preciso momento.
Eran, por tanto, fieles seguidores silenciosos, que nunca encontraron ocasión de ponderar las virtudes de mis novelas pasadas y que sólo ahora, coincidiendo con la publicación de una nueva novela –casualmente en Mondadori, casualmente sobre-atendida por la prensa-, hacen referencia a ellas elogiosa o sumariamente, muestra de magnanimidad con la que disimulan la alevosía barriobajera de su ajusticiamiento.
A la caudalosa reseña de Santiago Fernández Patón sólo le ha faltado un poco más de prisa para cruzar en primer lugar la meta del descrédito. Esa prisa –con el descrédito añadido- resultó bochornosamente llamativa en el esfuerzo que un saboteador habituado a prescindir de cualquier escrúpulo hizo por boicotear la trayectoria en ciernes de Ejército enemigo.
Nuevamente, me veo sorprendido por la influencia que tienen los medios de comunicación para hacer creer que tienen influencia.
Estos saboteadores urgentes, aposentados durante años en un entramado de contactos y padrinajes -que elude el hecho de que la literatura se hace para decenas de miles de personas y no para un puñado de escritores con poder, críticos señeros y mandarines de revistas- creyeron también de inmediato que una obra escrita por alguien ajeno a su rutina de cóctel y cabildeo iba a poner en peligro las aspiraciones napoleónicas que les son propias. Su desconocimiento de que las aspiraciones del que esto escribe son más bien plebeyas (ser leído, y que mi libro llegue a León, que una vez estuve en León y no tenían libros míos, por ejemplo) fue la causa principal de que a alguno casi le tumbara el patatús.
¡El patatús!
Este malentendido (“la fama es un malentendido”) dio pie a rapidísimos llamamientos cósmicos, a SOS desalentadores, que buscaban comunicar con estrépito a los cuatro puntos cardinales la insignificancia del autor que salía en un par de portadas, no fuera a ser que alguien lo tuviera en cuenta y se dejara en evidencia toda esa praxis de zalamería literaria, y al descubierto la inanidad de unas obras que, en rigor, apenas se leen enteras.
Era el miedo al mercado (Baudrillard, tal vez) el que alteraba hasta tal extremo los estados de ánimo en algunos grupúsculos intelectuales que, si bien consiguen repartirse muchos de los honores otorgados en la pantomima oficial de las letras, no pueden, sin embargo, obligar a la gente a comprar sus tostones.
El pavor a que alguien venda, a que a un autor le caiga encima esa suerte que tan caprichosa línea traza en la literatura española -con títulos tan dispares como Historias del kronen o Soldados de Salamina-, es el pavor a que ese autor se libere de las servidumbres medievales que suponen las relaciones de poder con el editor y con el crítico, directamente fulminadas si a uno lo avalan cienmil lectores. La realidad es esta: a ningún escritor del mundo le importa lo más mínimo lo que un crítico diga de su novela una vez que ha vendido cientos de miles de copias. La crítica sólo sirve a un escritor cuando no vende, pues encuentra en ella un refugio contra la desesperación de ver que –en efecto- sólo es leído por quinientas personas.
Mi frase en prensa “No me siento escritor si sólo me leen quinientas personas” reavivó a su vez enormemente el campo de batalla: aquí y allá aparecieron señores indignados que, según dieron a entender, se aplicaron a sí mismos la sentencia. Como resultaba obvio, yo mismo leo a decenas de escritores que apenas lee nadie, por lo que no puedo no sentir escritores a muchos de mis colegas; pero, llegadas cierta edad y cierta cantidad de obras publicadas, uno quiso exigirse subir el listón de la palabra con la que finalmente ha acabado presentándose en público (escritor), a la vista de su vertiginosa devaluación a manos de botarates sin obra y de la asunción natural que de dicho rol hace tanto señorito trascendental, en connivencia con el señorito que hace de “crítico”, el señorito que hace de “editor” y el señorito que hace de “librero”. Todos tan trascendentales.
Escritor y señorito me pareció que tenían demasiadas letras en común.
Este nuevo malentendido conllevó un nuevo patatús. Los señoritos de las letras creyeron que con mis palabras se abrían los siete cerrojos del secreto mejor custodiado del mundo editorial: que los libros se venden por cientos, que la literatura hace más ruido en el periódico que en la calle, que el secular engreimiento de los escritores –esa mano en la mejilla en esa foto en la solapa- bien podía ser una concesión excesiva de la sociedad a un sector de la misma perfectamente prescindible. Los suplementos literarios a día de hoy resultan tan pertinentes como un suplemento sobre bonsáis o un cuadernillo sobre poliuretano, asuntos ambos que cuentan con un número similar de ciudadanos dispuestos a consultar su bibliografía y sus novedades.
Esto es así como resultado de un proceso de ensimismamiento del hecho literario, que promociona sin cesar la especie de que aquel que escribe y aquel que lee conforman una acristalada clase social propia, a la que no puede accederse porque su consigna es la exclusividad, la reducción, la expulsión y, finalmente, la desaparición.
Uno creía que, al margen de la competitividad y de la envidia, perfectamente asumibles hasta ciertos extremos, todos queríamos mantener viva la literatura, propagar una misma fe, volver a infectar de libros las manos de la gente. Uno creía que un escritor de verdad, que es a su vez un lector de verdad, nunca podría decir las dos palabras sacrílegas, letales, que algún crítico dedicó a mi libro. A saber: No leáis. Cuando decimos que un libro no nos gusta estamos sugiriendo que se lea otro libro; pero cuando recomendamos expresamente no leer un libro, estamos deforestando la lectura, aniquilando su biodiversidad.
La circense animadversión de algunos escritores y críticos contra mi libro ha sido tanto más furibunda cuanto más inocente era la trayectoria de la novela, que ha hecho su camino de manera –a sus ojos- intolerablemente limpia.
“Es el libro el que tiene la culpa de mi destino, no yo el que ha trazado un destino para mi libro”, dijo –quizá- Arquíloco.
Así fue.
nació en Segovia en 1975. Ha publicado siete novelas. La última es Ejército enemigo.
Y yo diría más: puede que a ningún escritor del mundo debiera importarle demasiado si le leen sus contemporáneos o si le leen dentro de doscientos años. El caso es que alguien lo lea.
Muy buen texto; muy bueno. Quedo convencido: voy a comprarme Ejército enemigo, y es más, pienso leerlo, Alberto. Con atención.
Un saludo.
El «uso adúltero de la crítica literaria» que denuncia Alberto Olmos es el mismo que él practica en LM_ «Te desprecio, me rio de ti, te insulto… ¡Pero no te enfades! ¡No ves que era todo una broma!» Crítica literaria de tirar la piedra y esconder la mano, crítica literaria de troll, que es lo que es Alberto Olmos.
Otra cosa: la obra (?) de Olmos no recibió «una atención periodística por encima de la media»_ le dieron un par de entrevistas y dos portadas, pero pocos medios reseñaron el libro y casi todos lo pusieron mal. Me consta que en El Cultural de El Mundo, después de darle la portada, leyeron el libro y decidieron no reseñarlo para no «perjudicar» la trayectoria del libro _en realidad para no contradecirse a ellos mismos_ Así que no va a haber reseña de «Ejército enemigo» en El Cultural.
A Alberto Olmos no hay que pedirle humildad _su ataque a la reseña del crítico Santiago Fernández Patón es lo más arrogante que he leído_ pero por lo menos hay que pedirle que acepte que su libro no gustó y que busque una segunda oportunidad_ y sobre todo que deje de defender lo indefendible_ mal libro, trayectoria mediocre, mal autor.
Saludos a la gente de Hermano Cerdo.
Levreriana la foto. Algo querrá decir, algo nada malo.
«La realidad es esta: a ningún escritor del mundo le importa lo más mínimo lo que un crítico diga de su novela una vez que ha vendido cientos de miles de copias. La crítica sólo sirve a un escritor cuando no vende, pues encuentra en ella un refugio contra la desesperación de ver que –en efecto- sólo es leído por quinientas personas». Claro, por supuesto, tan poco te importa la crítica que, se nota, has leído mucho sobre lo que decían de tus libros y le dedicas una sábana de texto a una opinión. Ya está. Olmos es de esa especie de creador -como David Fincher ahora último- que siempre aparece, bajo un infantilismo enternecedor, con la sentencia: la crítica no sirve para nada. Si la crítica no sirve para nada, entonces para qué escribir una crítica de la crítica? Esto se llama incongruencia. Gracias, pero prefiero a César Aira, que ha editado solo 50 libros de Los dos hombres. :)
Vaya, Alberto Olmos, ya ha leído el artículo de Echevarría, ahora solo falta que lo entienda.
Un poco triste ver a un escritor retorciéndose porque la campaña legítima de marketing no se ha traducido en un aplauso de la crítica, para convencer a los lectores de que su libro es ¡bueno!
Ni me temo, ay, que le ayude a pasar de los 3000 ejemplares vendidos.
Al espejo, más que bueno, parece, es, no lo digo. No llores. Dedícate a la construcción.
Me alucina de Alberto Olmos su discurso autoritario, que revela una inseguridad muy incómoda para el lector. Por lo transparente, quizá. ¿Qué necesidad hay, por ejemplo, de resaltar los nombres de todos los críticos a los que se ha leído? Es esa necesidad de autoridad, síntoma de inseguridad, lo que convierte su discurso en autoritario, por las afirmaciones tajantes, por sobrentender la envidia, y porque no dialoga. Se defiende, o ataca. No hay más.
Estaría bien, Sr. Olmos, que dejara atrás su incapacidad para asumir limitaciones, y que dejara usted de hacer apología de sí mismo en todos y cada uno de los textos que escribe. Y por cierto, estoy hablando de sus textos en internet, no de sus novelas (porque ya me sé yo su respuesta a mi comentario: que si he leído sus novelas, etc.). No he leído sus novelas, pero entre este texto suyo y la crítica de Fernández Patón (de quien tampoco he leído nada más), me parece más inteligente, elegante y humilde la segunda.
No, en serio, creo que la crítica de una obra debe ser la crítica de una obra y no otra crítica; es decir, no criticar al autor o a los alrededores del autor o a su propia mentira. Léase Cela. Comparto con el autor la respuesta. Aún es más, lo leeré; lo has conseguido.
Pues yo he leido una critica de una persona a la que respetaba hasta ese momento_ Ayala-Dip en el Babelia compara esta novela con Los hermanos Karamazov… Jaja…amigos del humor. Las cosas de la promoción y el conchabeo entre editoriales y suplementos ha llegado a estos niveles. Todavia me estoy descojonando. Olmos necesita un corrector de estilo. Y en cuanto a su adicción a generar polémicas falsas, sencillamente lo digo: no es Houllebecq. Hasta para hinchar las pelotas del personal se requiere un nivel mínimo.
Dudo mucho que puedas, literalmente, «descojonarte»; o que te «hinchen las pelotas», si tu nombre concuerda con tu sexo.
Respecto a la necesidad de un corrector de estilo de Olmos, aplíquese usted el cuento, y no solamente me remito a las dos expresiones tan vulgares y soeces anteriores, sino al palabro ‘conchabeo'(¿portmanteau quizá de conchabar y compadreo? ¡Premio a la originalidad!), amén de la falta de tildes en todo tu comentario.
Hace falta más clase para que comentarios como el tuyo merezcan el espacio que ocupan. Si de mí dependiera, lo borraría, pero me parece que la Piara son gente muy tolerante y bondadosa.
Amiguete, sólo hay algo más patético que los olmos heridos de turno. Los supuestos defensores de olmos heridos. Sí que te ha dolido, segoviano. Ajo y agua. Traducido: corrector de estilo y humildad, amiguete herido. Tu ego te delata, una vez más. Y sí, me descojono y se me hinchan las bolas…
Ah, y tus cursiladas estilísticas a lo ¿portmanteau? o similar, me las paso por ahi. Cursi y snob. Si es que lo tienes todo.
Yo no soy Olmos, ni estoy herido.
Lo tuyo es de psiquiatra, eso de responderte a ti misma.
Veo que sabes mucho de psiquiatras. Doble personalidad, quizás, herido mio…? Respecto a lo de pretender insultar metiendo a médicos de por medio, te diré que hay algo que no tiene cura: la tonteria. No se quita ni viajando. Hala, colega, a seguir haciendo fotos.
Mi opinión sobre el libro:
Entretenido y (en mi opinión hay una diferencia entre arte y entretenimiento. La identificación, básicamente) y divertido.
Sin embargo, esa sensación de pseudoensayo del que parece servirse para expresar sus muy personales (e interesantes y divertidas, repito) opiniones sobre temas actuales, marca una distancia. No entra dentro.
Pero como entretenimiento, me vale.
Olmos, alguien ha hecho esto. Es para partirse de la risa…
http://joekelso.blogspot.com/2012/01/olmos-fiction-el-patatus.html
Aquí se está obviando lo que Olmos dice sobre León, y como leonés os digo que es totalmente cierto. La blogosfera leonesa se queda fuera de la partida. Es injusto.
Olmos será un escritor de segunda categoría, pero es que yo no veo a ninguno de tercera en su generación. He dicho.
Yo lo que veo que abunda es gente que no tiene ni pajolera idea ya no de qué quiere decir Olmos en este artículo, si no directamente sobre qué trata el susodicho.
Este va, ni más ni menos, de los peores defectos del mundo – llamémosle «cultural» – español, sacado a colación de las críticas a su libro. Si quisiera, podría haberse dedicado a un ataque ad hominem (que es lo propio de las pataletas), pero no ha sido el caso.
Desconozco si esas críticas son buenas, malas, regulares o qué, pero no estamos hablando de eso, si no que estamos hablando de un sistema pseudocultural rancio, endogámico, socialmente irrelevante y 100% alérgico a la meritocracia y envidioso del éxito; que es lo que viene a denunciar esta entrada en la que muchos han querido ver una rabieta infantil, por eso de que es mucho más fácil ignorar el llanto de los niños que los reproches de los adultos.
Pero por lo que veo, dicho sistema cuenta con muchos adeptos. Nada, nada, a seguir idolatrando becerros de oro, que los lectores seguiremos (como siempre) por otro lado. Que los libros de Etxebarría sí que no resultan «entretenidos», no les quepa la menor duda.
¡Bravo Alberto!
Estoy alucinando con la crítica de Patón, no se puede ser más barriobajero, aunque habrá quien se trage esa bazofia y te quite algún lector.
Por mi parte, esa crítica te ha hecho vender un libro más.
saludos
Creo que a Olmos deberían darle el premio a la mejor campaña de promoción viral. Aquí lo tienen, en un nuevo fregado circense para decir «estoy aquí, no se olviden de mi libro», cuando no criticando en otros foros a Patricio Pron, al que no perdona… . ¿Soy el único que echa de menos al prototipo de escritor más preocupado de su obra que de la repercusión de su obra? Seré breve. Olmos debería releerse todo lo que ha escrito como Lector Mal-herido: esta sábana de texto es tan incongruente con su trayectoria como la Rosenvinge llamado zorras a sus contemporáneas. En ese blog, Olmos despedazaba lleno de resentimiento, envidia y gratuidad a muchos escritores, especialmente los que más vendían (y eso que le enviaban los libros gratis) y excluía a sus amigos de cualquier crítica. Y aquí lo tenemos, dando lecciones de cómo debe actuar el crítico cuando no le gusta lo que escriben, que coincidencia. Y encima habla de cabildeo, él que visita esa pocilga literaria que regentan Luna Miguel y el Fresy Cool, que (oh) ahora publica en la misma editorial que su amigo Olmos, en la misma colección infantil de chicos con patinete en la portada o manifestantes con un polvo. ¿No tiene nada que decir Olmos de la crítica masaje de Antonio Rodríguez de EE? ¿No le provoca eso sonrojo? En fin, este hombre, Olmos, es de un infantilismo y un egocentrismo como pocos. Olmos es un gran escritor cuando se dedica a ello, pero mi tesis es que como niño al que le robaban el almuerzo en el patio ahora prioriza más el afecto de unos que sus dones, está demasiado preocupado en pedir sitio como tertuliano en Intereconomía. EE es reiterativo y descuidado en su prosa (coincido en que necesita un corrector de estilo) y la trama es de una transparencia irritante: el protagonista llega 80 páginas más tarde a las mismas conclusiones que un lector de 12 años. Y el final… de todo menos una sorpresa. Parece que Olmos estaba más preocupado en otras cosas, o en ensayar discursos para las entrevistas, que en darle una tercera lectura al libro, o como si Luna Miguel hubiese sido la revisora y consejera. Tiene suerte que su generación sea lamentable, blogeros y poco más. Si no fuera por todo el jaleo que monta en la red, todo esta prostitución 2.0, a saber en que sello publicaba. Parece que a su editorial le importa poco lo que escriba mientras le prenda fuego a la red y llame la atención. En eso no tiene rival.
ui, pero si es la Sargento Margaret.
A mí el que me mola s Pérez-Reverte, que vive por y para su obra y no le preocupa ni tanto así que los críticos ( los de Babelia no, claro) le considewrenun escritor de baratillo… ¡ése sí que un señor que se viste por los pies, educado y caballero, que no saca nunca los pies l del tiesto ni se mete con naide!
¡Ah y también me gusta Ruiz Zafón! Y Sáchez-Dragó… vamos, todos los que tengan apellidos con guión….
Pues a mi me gusta Olmos. Un poco yogurcín, a veces, pero muy inteligente y ameno. Y todo el mundo habla de Alberto Olmos… Por algo será.
Vaya, que nota más cursi. ¿Y esa foto? Es que el mae este se cree que es Eminem.
Hay que tener agallas, Olmos, para poner una foto de usté DESENFOCADA. Luego llorará.
Clásica paradoja:
-Es necesaria una crítica a la crítica.
-Porque se ha llegado a un punto en que la crítica literaria parece reivindicarse como un hecho literario en sí mismo.
-La crítica debe de estar al servicio del lector.
-Del LECTOR que lee novelas, de un lector que no lee críticas por gusto sino para orientarse.
-Un crítico es un utensilio.
-Un crítico no es un escritor, es un lector.
-Dejen de creerse escritores o empezaremos a criticarles. -Sean más honestos y no pongan zancadillas a la literatura.
«Y todo el mundo habla de Alberto Olmos… Por algo será». Gran razonamiento. Por algo será, como en su día la Carmen Alcayde…
Venga, chicos, a seguir hablando del Olmos herido y promocionándole, que es de lo que se trata. Alguien ha visto su entrevista personal con el Sánchez-Dragó en Telemandril? Jajaja. El chico se cree un genio incomprendido.
Le conocí a usted por el blog de su amigo Juan. Hace unos meses compré tres novelas suyas que aún tengo pendientes de leer. No he leído sus novelas pero sí sus artículos y reseñas que en muchas ocasiones me parecen de un nivel más que alto, como es el caso.
Paletismo aparte, usted olvida que está en España. Hágase perdonar el talento, el esfuerzo y el trabajo que dedica a sus libros.
Entienda que no se puede gritar mientras se lee. Hay muchos más leyendo sus novelas que gruñendo contra ellas.
Ánimo y enhorabuena por su éxito.
La portada es engañosa. La chica de la portada está muy buena. Pero es que el monólogo del Olmos basado un personaje muy parecido a él -misógino, pajillero, obsesionado con el porno en la red…- no tiene nada que ver con el 15-M. Este hecho, habla muy mal del tal sujeto.
Vender, vender, y vender. Olmos, a seguir viviendo en Usera. De esta no te compras el piso, y mira que lo has intentado.
Totalmente de acuerdo con arrecogiendobellotas.
Luego de leer Ejército enemigo, sólo me resta decir: Olmos es sencillamente genial. Punto.
¿Es que tanto les cuesta a algunos reconocer el talento?
Iba a poner «Menos mal que alguien lo ha dicho», pero es más bien «gracias por decirlo así, Alberto». Con esta defensa no sólo te defiendes a ti. Maravilloso ensayo.
[…] novela de Alberto Olmos. Esta no fue del agrado del “escritor” que rápidamente mandó una contrareseña a la misma revista con unos argumentos –pensamos- un poco […]
El tal Olmos es el mayor bluff de la historia reciente de la propaganda viral. Eso sí, el chico tiene su mérito_:la cantidad de horas, miles, que ha echado en internet, formspring (po favó,po favó, háganme preguntas sobre mi ser!), twitter, blogger, buscando siempre la polémica y la borderia pa que se hable de la criatura.
Hablen de mí, pofavó, hablen de Olmos!
Sólo hay algo peor que el Olmos supuesto escribidor -en realidad, ametralla palabros sin cesar, compulsivamente…- y es el Olmos supuesto ensayista y genio del pensamiento. Ilegible en ambos casos.
«Ejército Egomigo», de Albego Olmos
Un autor que se mofa del crítico que le escribió una reseña que no dijo las cosas que el autor esperaba. ¿Por qué el autor no escribe él mismo las críticas de su libro? O mejor aun, da un taller. Peor es Hermano cerdo que publica este dislate. Hermano Cerdo ha bajado el nivel.
Estimado Jordi, Hermanocerdo es una revista (también) de artes marciales, y nos gusta que la gente se agarre a las trompadas. Los 30 comentarios aquí y los tantos de la crítica promotora de esta reacción lo prueban. Mátense a palos, que nosotros nos acomodamos en nuestras butacas. Atentamente, I.M.
Ingeniero Maschwitz, en HC no hacemos reseñas a partir de la envidia ni del resentimiento. Tampoco hacemos ataques ad hominem. Siempre hemos tenido en buena estima a Alberto Olmos y no concebimos la literatura contemporánea como una carrera de galgos hambrientos.
Un saludo.
Jordi, ¿estás diciendo que HC no debe publicar refutaciones simplemente porque alguien puede no estar de acuerdo con ellas? Nosotros no hacemos ataques ad hominem pero tampoco nos comportamos como unos príncipes puros, intocados por la fealdad editorial. Publicamos ambas cosas, lo de Fernández Patón y lo de Olmos, ambos sin editorializar, y que la gente opine lo que quiera. Es tan fácil no aprobar los comentarios que nos critican, pero no nos importan las críticas porque son el pan de cada día para cualquier publicación. Y si haces una cosa, aceptas la otra. Así de simple.
Es que es acertado, Jordi, claro. La literatura no es una carrera de galgos hambrientos ni nada por el estilo (o no debería serlo, aunque en los hechos suele, lamentablemente, serlo).
Por otra parte o por la misma, personalmente no creo ni en el ego ni las ansias de fama ni en estas polémicas llenas de ombliguismo. Ni tan siquiera me llaman a comprar un libro de Olmos o de quien sea estas situaciones dignas de un talk-show.
No obstante, piedad con la piara, que realiza lo que deberían realizar muchos otros medios de comunicación: oficiar de tribuna de opinión, de ring-side, de jaula de combate para quien quiera meterse en ella. Con el objetivo de que todo aquel que lo desee desde la tribuna pueda observar, entre otras cosas, la medianía de quienes dicen ser partícipes de este tan rancio y a veces esnob mundo de los libros.
Esta ida y vuelta entre Fernández Patón y Olmos, entre otras muchas, acaso deje alguna pieza válida del retrato que en el futuro se realice acerca de lo que era la literatura a principios de siglo. Dar ese aporte, no es poco. Más bien creo que es mucho.
Yo no estoy sugiriendo nada, Mauricio. Soy seguidor de la revista desde que estaba en PDF y me encanta el trabajo que han venido desarrollando. Es sólo que el artículo me pareció una mierda y que el autor tiene un triste delirio de grandeza.
Estoy de acuerdo contigo, Jordi. HC baja el nivel publicando «ensayos» así y además sienta un precedente muy feo dejando que cualquier escritor al que no le guste la reseña de su libro se descargue a su antojo. Eso es desproteger a colaboradores como Santiago Fernández Patón y poner su crítica literaria al mismo nivel de la rabieta.
Amiguito, pienso que lo de ‘ensayo’ es una mera etiqueta. En HC hay crónicas que bien podrían denominarse ensayos, y viceversa.
En cuanto a desproteger a Santiago, no lo creo. Santiago es lo bastante mayorcito como para defenderse a sí mismo, ¿o no?
Más pena me han dado los numerosos comentarios injuriosos – todos parecen proceder de España. Qué pena da ese país donde nací, y al que no pienso volver. Han hecho de la envidia, la crispación y el insulto un modo de vida. Todo para ustedes, quédenselo y hagan con él lo que quieran – o lo que puedan…
Sí, entiendo. También me he sentido un poco contrariado por el artículo. Creo que cuando uno publica un libro aceptas lo que viene, de un sistema crítico-literario-económico, que sólo puede ser perfecto en sueños.
No le sigáis más el rollo a Alberto Olmos, ¿no os dáis cuenta de que eso es lo que quiere?.
La vida es corta y los libros buenos, muchos.
Olmos escribe muy bien. Es muy inteligente y muy divertido. No se si es un escritor o si su escritura es literatura. He leído su novela, me ha defraudado en relación a las expectativas que él mismo genera.
Creo que la crítica de Fernández Patón es acertada aunque excede lo estrictamente literario, pero me parece legítima por la sobrexposición de Olmos. Espero que venda muchos libros.
Pues por fin leí y reseñé Ejército enemigo. Muy decepcionante. Pienso que es mejor el texto de apología de la novela que la novela misma.