En 2008, Aravind Adiga irrumpió en el panorama literario con su extraordinario The White Tiger (Tigre blanco). Tal debut no provocó opiniones neutrales: odiada o admirada a ultranza, la novela marcó época por su violenta originalidad. La concesión del premio Booker –el más importante de las letras de la Comunidad Británica de Naciones– confirmó su importancia. El mismo año apareció Between the Assasinations (traducido al español bajo el poco coherente título de El faro de los libros), una fina compilación de cuentos de escenario común, escritos -literal y temáticamente- con antelación a Tigre Blanco.
A menudo ocurre que la obtención de un premio tan prestigioso como el Booker constituya un obstáculo para un autor novel. Las expectativas creadas por una iniciación tan pública y exitosa pueden muy bien paralizar sensibilidades creativas. Tal no es el caso de Adiga, como lo ha comprobado en 2011, con Last Man in Tower, su segunda novela. Se trata de un libro en el que su extraordinaria aptitud narrativa sigue al servicio de una profunda voluntad de continuar explorando las contradicciones de la India contemporánea y, por extensión de la naturaleza humana enfrentada a circunstancias límite.
Mumbai como escenario
Como se recordará, Tigre blanco relataba la historia de Balram Halwai, un muchacho de considerable inteligencia, nacido en un poblado que permanece bajo el control feudal de una rica familia. La inclinación original de Balram es el estudio. Sin embargo, se verá obligado a convertirse en sirviente de los terratenientes de la región, un papel en el que generaciones de sus ancestros lo han precedido. Su sagacidad le permitirá ascender en la precaria jerarquía de la sumisión: llegará a ser chofer y asistente personal de Ashok, el heredero de la fortuna. Tal posición incrementará su natural ambición. Eventualmente, Balram logrará su liberad a precio de sangre, la de su patrón y la de su familia, vigilada en su pueblo como garantía de lealtad irrestricta.
El escenario principal de Tigre Blanco es Delhi y sus idiosincrasias: el poder y el dinero que prevalecen gracias a una red visible de opresión social e invisible de corrupción institucionalizada. La nueva India, a la que Balram aspira a incorporarse, está brevemente prefigurada por Bangalore. Es un espacio de esperanza, en el que la tiranía ejercida por preconceptos y vínculos tradicionales se ha atenuado gracias a las oportunidades del boom económico, si bien la corrupción continúa omnipresente.
En Last Man in Tower, Adiga escoge como escenario la ciudad de Mumbai –antigua Bombay. Es una elección natural. Se trata de una urbe que, como Nueva York, resulta consubstancial y, al mismo tiempo, curiosamente contrastante con la idea misma del país que la acoge. Sede de la industria fílmica más grande del mundo, cosmopolita capital económica de la India, concentra riqueza y miseria extrema. Tema literario irresistible, ha suscitado miríada de libros de mérito. Entre los más recientes se destacan la novela Sacred Games, de Vikram Chandra, y la colección de ensayos Maximun City: Mumbay Lost and Found, de Suketu Mehta, ambos exámenes sustanciales de la desmesura de la metrópolis y del sino de sus habitantes.
La historia de Last Man in Tower explora un microcosmos representativo de esa desmesura. Es un conjunto de vivienda, la cooperativa Vishram Society, en el sector mumbaita de Vakola, Santa Cruz Este. Son dos edificios de departamentos erigidos al centro de un terreno cercado por un muro, a cuya entrada vigila un guardia. Originalmente concebido para albergar familias católicas, el complejo ha abierto sus puertas algunos años más tarde a residentes de otras religiones -hindúes, parsis y musulmanes. Antes de iniciar la narración, Adiga se cuida bien de describir Vishram Society, en su conjunto, con el elocuente adjetivo angloindio pucca, generalmente utilizado para evocar un carácter genuino y honesto. No es una cooperativa exenta de problemas, sin embargo. El más grave es un posible colapso: el paso del tiempo y los limitados recursos comunes han causado un estado de deterioro estructural que cada monzón torna más crítico.
Más allá del muro, se extienden barriadas precarias, infraviviendas en las que la densidad poblacional y la pobreza desafían la imaginación. Inaugurada pocos años después de la independencia india, Vishram Society ha sido por décadas la más obvia y única avanzada de prosperidad dentro del área. Poco a poco otras edificaciones de similar naturaleza e incluso un hotel de lujo han aparecido cerca, anticipando una mutación aún más profunda. Ésta ocurrirá en función de la paradoja más determinante de Mumbai, su geografía: la metrópolis se asienta en una isla de apenas cuatrocientos kilómetros cuadrados, en la que el galopante desarrollo económico transforma incluso barrios de tugurios en espacios altamente apetecibles. Ese cambio está a punto de ocurrir en Vishram Society y sus alrededores.
La oferta de Shah
El primer síntoma de la transformación por venir se da con una noticia imprevista. Un constructor ha ofrecido al dueño de una chabola cercana un precio sorprendentemente alto por la venta de su exigua propiedad. Ha indicado con ello su voluntad de dominar el sector. Uno de sus competidores, de nombre Dharmen Shah, se empeñará en neutralizar esa ambición. Para lograrlo necesita adquirir Vishram Society, emblema de Vakola. En su lugar erigirá un complejo habitacional y comercial de lujo, que ha bautizado Shangai, suma y culminación de sus aspiraciones y legado simbólico de su triunfo sobre la adversidad. El nombre no es casual, pues resume la admiración de Shah por el eficiente totalitarismo chino, ajeno a escrúpulos a la hora de arrasar con toda oposición a su noción de progreso.
Shah es un hombre de orígenes similares a los de Balram Halwai, si bien no tan humildes. Afirma haber abandonado su pueblo y arribado a Mumbai con unas pocas rupias en los bolsillos. Luego de ingentes esfuerzos y privaciones, se ha convertido en un promotor inmobiliario de importancia. Se entrega a su negocio con salvaje pasión, al punto de no importarle arriesgar su salud – ya frágil – en pos de concretar sus objetivos. El negocio de los bienes raíces en Mumbai es duro: el precio del éxito requiere de una combinación de astucia, violencia y perseverancia. Shah posee esas cualidades n abundancia. Se rodea de servidores de igual catadura, como su hombre de confianza, Shanmugham, mensajero privado y ejecutor de sus mandatos.
Shah presentará ante los miembros de Vishram Society una oferta extraordinaria: cada uno recibirá un promedio de un crore y medio de rupias (aproximadamente trescientos mil dólares) por sus departamentos. Es un precio al que bajo ninguna otra circunstancia podrían aspirar, un capital que para muchos representa la diferencia entre un futuro asegurado y el gradual descenso a la miseria. Los residentes del edificio B, el más nuevo de la cooperativa – familias jóvenes, de profesiones liberales en su mayoría – aceptan unánimemente, para abandonar de inmediato sus departamentos. Entre aquellos del edificio A, el más antiguo, el consenso será mucho más arduo de lograr: a la gran mayoría a favor de la venta, se opondrán unos pocos miembros, reticentes por varias y personales razones.
Entre esos opositores se encuentra un maestro de nombre Yogesh A. Murthy. Retirado de la enseñanza, ha perdido poco antes a su esposa. Murthy es admirado en la cooperativa, donde se le conoce universalmente bajo el apelativo de Masterji (a la palabra master -con el antiguo significado inglés de maestro o preceptor- se le agrega la partícula ji, utilizada en hindi and urdu para expresar respeto por una persona). Masterji, junto con sus buenos amigos y vecinos Albert and Shelley Pinto –un anciano matrimonio– no ven en la oferta de Shah una oportunidad sino, por el contrario, una amenaza. Vishram Society es para ellos mucho más que un espacio de habitación; es un sentido de pertenencia y de memoria bajo el cual se sienten confortables. En el caso de Shelley Pinto, esa comodidad es literal: a pesar de hallarse casi ciega, puede deambular por la cooperativa –su hogar por décadas- a placer.
Otros opositores existen, entre ellos la Sra. Rego, trabajadora social y apasionada militante de causas justas. Poco a poco, sin embargo, las objeciones de cada quien se desvanecen ante el peso de la oferta -mejorada secretamente por Shah en beneficio de los más reacios, durante entrevistas privadas. Otros medios, menos honorables, también son empleados: luego de una amenaza instigada por Shah, incluso los Pinto arribarán a la conclusión de que Vishram Society debe abandonarse. La idea de que el dinero les será útil a sus hijos, radicados en los Estados Unidos y susceptibles a la crisis hipotecaria terminará de convencerlos. Las deserciones dejarán finalmente a un solo hombre en el campo de los recalcitrantes: Masterji. Su objeción es clave, pues la decisión de los residentes tiene que ser unánime.
El destino de Masterji
Al analizar Last Man in Tower, es simple considerar que el centro narrativo de la novela reside en la obvia oposición entre Masterji y Shah. La vasta mayoría de la crítica dedicada al libro así lo ha determinado. La dicotomía establecida bajo tal óptica es directa: el honesto maestro contra el canallesco millonario, el sobrio intelectual contra el vulgar consumidor de gutka, el hombre que valora permanencia y raíces sobre aquel que crea edificaciones kitsch, sin relación alguna con tradición o historia. Sin embargo, es necesario reconocer que la sutileza de Adiga hace que la acción gravite mucho más allá de ese contraste maniqueo. El verdadero antagonismo es aquel que se establece entre Masterji y la que considera su comunidad, los miembros de Vishram Society.
El momento en que el maestro se convierte en el último resistente, un cambio esencial obra en la narrativa. Para sus vecinos, Masterji no es más el ser humano al que muchos deben gratitud por décadas de consejos, pequeñas ayudas y lecciones gratuitas para sus hijos. Se ha transformado en un objeto, el obstáculo que los separa de la fortuna que los compensará por injusticias y decepciones pasadas. Es en palabras de uno de los personajes, “la piedra que ha bloqueado [el] camino a la felicidad” de los habitantes de Vishram Society. Esa percepción se intensifica a medida que los días pasan, y la fecha límite para aceptar la oferta de Shah se acerca, permitiendo que la verdadera naturaleza de cada quien emerja. El resultado no es pucca en lo absoluto. Los residentes de Vishram Society se dedicarán a ejercer presión sobre Masterji, de modo aparentemente amigable en un principio, para degenerar luego en una espiral de ofensas verbales y físicas de creciente gravedad.
La única persona que ha anticipado ese deterioro ha sido Ram Khare, el guardián que controla el acceso a Vishram Society. Alcohólico, dedica la relativa sobriedad de sus mañanas al estudio del Bagavad Gita. En un episodio de misteriosa potencia, Khare invita a Masterji al pasar al interior de su caseta; es un lugar cavernoso donde el guardián le muestra la que califica obra de su vida, el registro que por dieciséis años, en ejercicio de su deber, ha mantenido de los visitantes a la cooperativa. Es la implícita evidencia de que conoce a la gente que la cooperativa. Khare ha presenciado años antes las consecuencias de reluctancias similares a las de Masterji, advirtiéndole sobre la tragedia que sobrevendrá si insiste en negarse a la transacción.
El asombrado maestro increpa: «¿Me estás amenazando, Ram Khare?” La respuesta del guardia es serena: “- No, señor. Le estoy informando que hay una serpiente en mi mente. Es larga y negra. […] Y quiero que usted mire esa serpiente negra también.». La metáfora es transparente cuando se considera una de las fábulas del Hitopadesa, (‘Instrucción Provechosa’), parte del Panchatantra, de conocimiento tan básico y común en India como las fábulas de Esopo en occidente. En esa historia -intitulada La serpiente negra y la cadena de oro– se leen los siguientes versos:
De falsos amigos que te crean conflictos,
de una casa plagada de serpientes,
de esclavos descarados y de una esposa pendenciera
vete, para salvar tu vida.
La serpiente que Ram Khare ha percibido es la potente ambición de los vecinos de Vishram Society. A Masterji le es imposible aceptar su existencia: cree conocer a la gente con la que ha convivido de cerca por décadas, y aún confía en ellos. Tan solo lenta y reluctantemente, despertará a la evidencia de que quienes lo rodean son hostiles, agresivos extraños. Cuando decida buscar ayuda fuera de la cooperativa, otras decepciones lo esperan. Abogados y policías buscarán medrar de su problema, que no solucionarlo. Su propio hijo, un hombre débil y pleno de resentimiento, dominado por su esposa, lo engañará y humillará. Afirmará incluso en una carta desplegada en las paredes de Vishram Society que Masterji es deshonesto y mentalmente inestable.
Dharma
Con cada una de las desilusiones sufridas, Masterji intensifica su retraimiento físico y espiritual. Cumplirá así con el destino prefigurado en su nombre, Yogesh, una evocación de Yoga Iswara, el dios Shiva en su presencia de supremo yogui. Jamás ha sido un hindú creyente – prefiere el ateísmo – pero su reflexión sobre la futilidad de las esperanzas humanas y su ruptura con las mismas evoca una transformación interior consistente con la contemplación eremítica. Un detalle es esencial al respecto: mientras sus vecinos, amigos y parientes actúan en función de deseos –justificables en su mayor parte- Masterji declara repetidamente que no desea nada. Es un desapego ascético, una actitud explícitamente contraria al desenfreno materialista de Mumbai, que Adiga resume así:
… alguien preguntará a cada paso “¿Qué desea usted?” Todo puede obtenerse, sea indio o extranjero, objeto o humano; si usted no tiene dinero tal vez posea algo con lo que pueda trocarlo. Un hombre tiene que desear algo desde luego; pues todo aquel que vive aquí sabe que las islas temblarán y que el cemento de la ciudad se disolverá, y que Bombay se volverá de nuevo siete pequeñas rocas brillantes en el mar Arábigo, si olvida alguna vez en insistir en la pregunta “¿Qué desea usted?”.
Los anhelos de Masterji poco tienen que ver con las promesas de Shah: quiere permanecer en el espacio pleno de dos grandes ausencias, la de su esposa y la de su hija. No es casual que la palabra elegida por Adiga como nombre de la cooperativa –Vishram– signifique ‘descanso’ en hindi. Solo entre los muros de su antiguo hogar puede el maestro rememorar a su esposa, Purnima, y a su hija, Sandhya –fallecida muy joven al caer de un tren. Tan solo en tal ambiente, frente a las pertenencias de ambas –el sari de bodas de Purnima, los bindis de uso diario adheridos a su espejo, el cuaderno de bocetos de Sandhya, colmado de imágenes de Vishram Society-, Masterji encuentra paz. Solo en el status quo tal paz es dable.
Pero el status quo, en Mumbai como en otras urbes abocadas a un progreso vertiginoso, no es una proposición sostenible: más temprano que tarde el cambio prevalece, avasallante. Para sus vecinos, la persistencia de Masterji es imperdonable. A manera de una impía Fuente Ovejuna, todos los miembros de Vishram Society serán parte –por acción o por omisión– del asesinato de un inocente. La violencia de esa transgresión es impactante, tanto por la banalidad de quienes la cometen – amas de casa, desempleados, pequeños comerciantes – como por la fácil justificación en la que se amparan: las lealtades traicionadas, la sangre vertida, nada cuenta excepto la ambición más básica y venal. La oferta de Shah y sus maniobras no han creado esa ambición; simplemente la ha catalizado. La novela de Adiga es, en tal sentido, una oportuna reflexión sobre los alcances de la voluntad humana puesta a prueba.
nació en Pelileo, Ecuador, en 1971. Es autora de La Flama y el Eco: ensayos sobre literatura (2009); Mejía secreto: facetas insospechadas de José Mejía Lequerica (2013), Anatomía de una traición: la venta de la bandera (2015), Dolores Veintimilla, más allá de los mitos (2015), y de la edición crítica de las obras de Dolores Veintimilla (2016). Reside en Nueva York.
No es la primera vez que las editoriales españolas ‘asesinan’ el título de un libro, ni será la última. El caso del libro de Shapiro, Contested Will, clama al cielo. No solo son incoherentes, son incompetentes, pues destrozan algunos libros con los títulos que les dan en castellano.