Recursos humanos

¿Quién no ha pensado alguna vez en prender fuego al automóvil del jefe? El protagonista de Recursos Humanos (Anagrama, 2007), Gabriel Lynch, da el salto del pensamiento a la acción. “Esta es la historia de mi odio”, dice, enciende un cerillo y observa el Pontiac de su jefe arder. Como expresa Lynch, para iniciar tu asenso por la escala corporativa gracias al terrorismo, basta saber buscar:

Es sólo la descripción de lo que puede hacerse si se lee el libro adecuado, el barato manual de un guerrillero, comprado en una librería de viejo, que ningún suspicaz policía supo conocer y perseguir, que se quedó allí, latente, para que yo despertara el fuego prometido por sus páginas.

Pero no encontrará fuego en las páginas de esta novela de Antonio Ortuño, ni prometido ni inesperado. Quizá se deba a que Antonio Ortuño no ha logrado hacerse aún con el libro adecuado. Esa no deja de incomodarme, porque con su primera novela, El buscador de cabezas (Joaquín Mortiz, 2006), Ortuño parecía haber dado ya con esa lectura justa que le imprimía una dirección interesante a su narrativa.

El buscador de cabezas es una novela atractiva y ambiciosa. Recursos humanos es una novela sobre la atracción y la ambición. En el transcurso entre estas dos novelas, el autor se ha hecho de un estilo propio, de frases cortas, incisivas e irónicas, que imprimen a la prosa un ritmo sinuoso, casi erótico, pero también se ha vuelto complaciente con su propio estilo. Los dos narradores de la novela, el joven rico y el oficinista pobre se expresan exactamente de la misma forma, a pesar de que el último ha estudiado en “secundarias numeradas” y el primero ha recibido una reconfortante educación católica. Como resultado, ambos personajes resultan acartonados, increíbles, inverosímiles. Nada separa al oficinista rencoroso armado con un manual guerrillero del jefe Mario Castañeda, salvo el precio de sus trajes.

Podrá alegarse, entonces, que justo es el sentido de la novela. Es justo ahí donde se encuentra el problema principal. La novela de Ortuño no es una historia de rebeldía, de choque entre opuestos, sino de choque entre iguales. Gabriel Lynch no ansía destronar a sus jefes para cambiar su situación, sino para apropiarse de sus puestos. Las explosiones, intrigas y golpizas de la anécdota de Recursos humanos son solo un atajo para acercarse con mayor velocidad al objetivo.

De esa misma forma, la novela en sí parece un atajo hacia las élites literarias mexicanas, como bien han leído en El País:

La violencia verbal, filosófica, que tiñe las páginas de esta estimulante novela se inscribe en la tradición de virulencia conceptual de un Cioran, de un Céline, incluso de un Martin Amis, escritor por el que Antonio Ortuño declaró alguna vez sentir afinidades literarias. Siguiendo al Crack, Antonio Ortuño es de esta manera auténticamente latinoamericano.

La crítica ha descrito a la novela como una “guerrilla de un solo hombre” y al protagonista como un “miliciano de sí mismo”, pero Lynch no lucha por sí mismo, sino por su lugar en el sistema. De la misma forma, la novela de Ortuño usa la ironía, la contundencia y la violencia verbal no para crear un estilo propio, sino para insertarse en la tradición, para inscribirse en la misma dinámica latinoamericana: volverse el jefe imitando al jefe.

“Esta es la historia de mi odio”, dice Gabriel Lynch, pero nos engaña. No es la historia de su odio, sino la de su asimilación. El personaje da algún atisbo de profundidad al decir:

Una vida generosa en derrotas como la mía predispone a la introspección y el universo no es, y me refiero a los perros, las mujeres, las estrellas, las ruletas y los revólveres, materia fácilmente comprensible.

Pero al final, su labor en el universo le resulta sencilla, obsesiva y monotemática. Una vez que las piezas se han puesto en movimiento, nada detendrá a Lynch para llevar a cabo su plan. No hay dudas ni errores. Se ocupará a fondo en la destrucción de sus jefes para ocupar el espacio que le es natural. Se puede establecer un triste símil entre la historia y la estructura de la novela. Recursos humanos es, en fin, una novela en la que el autor no se atreve siquiera a prenderle fuego a los libros de sus superiores.

by René López Villamar

nació en la Ciudad de México en 1979.

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