Una jugada light

Recibimos en el buzón de HermanoCerdo una réplica de Francisco X. Estrella al ensayo de Eduardo Varas sobre el estado de la literatura en Ecuador. Transcribimos el texto de Estrella a continuación con la intención de enriquecer el debate planteado. —HC

Que Eduardo Varas se detuviera a escribir el texto El manto de la invisibilidad es ya un síntoma: en el Ecuador se echa de menos una generación literaria, la aparición de algo nuevo. Ocurre que en este país un puñado de individuos ha roto el cascarón (¡cascarón!) de los treinta o va camino de los cuarenta y se sofoca porque su obra cobra mucho menos dividendos que los cifrados en ella de acuerdo con las cábalas. Lo dicho podría servir de abstract del texto de Varas, el resto podría haberse evitado por si un lector despierto husmeara esas páginas, un visitante foráneo, por ejemplo. ¿Qué íbamos a decirle a ese extranjero, tan sin raíces como sostiene Varas, tan pagados de nosotros sin embargo, en nuestro papel de fundadores de las nuevas letras ecuatorianas? ¿Qué excusas podríamos ofrecerle acerca de algo que se aproxima peligrosamente a un déjà vu, el jodido lloriqueo de un puñado de caras nuevas con distintas caretas? Las explicaciones para turistas. Nosotros, en casa, podremos voltear la cabeza: nos avergüenza mirarnos de frente.

Hacía falta una generación. Esto que en otra geografía puede ser una necesidad, en la nuestra se convierte automáticamente en sospecha. ¿Para qué desgajar un grupo y copiar en limpio una lista? ¿Para qué hacerlo si no subyace a ese acto una batalla estética, un enfrentamiento formal, para qué si no se trata de exponer puntos de vista distintos y poner en evidencia un enfrentamiento entre concepciones del mundo en la arena literaria? Me asombra que Varas comience con una quejita —que detrás de él supuestamente yace un vacío inescrutable y ominoso, el de una narrativa ecuatoriana “ausente”— y se arroje sobre la humanidad entera. Me asombra que en su salto ni por un instante le preocupe formular una poética personal o la de un grupo, que no intente reflexionar sobre un programa estético ni manifieste un interés formal mínimo. Me asombra que diga tan poco acerca de su oficio o su cocina literaria y se limite a describir cómo ha llegado hasta ese punto en el desierto, situado a medio camino entre catarsis, abulia y turismo literarios. Me deslumbra cuán bueno es para zurcir nombres escogidos al azar y a eso bautizar con un apelativo por demás simplón y vacuo: payasos tristes.

Creo que mi amigo Varas ha incurrido en grave frivolidad al actuar de ese modo, al sustituir graciosamente la primera persona del singular y su pronombre, yo, por el narrativamente complejo nosotros. Quizá desesperado, ansioso al descubrirse solo, so lonely, ha terminado por realizar una transferencia poco hábil de sus ideas a una nómina y con ello tratar de componer una comunidad de criterios. El problema reside en aquello que confiere a sus contemporáneos como si de una patente de corso se tratase. El problema reside en que sus gestos además de recurrentes son injustos y miopes en lo que a tradición se refiere. El problema es que busca conmiseración con sus arrebatos de melodrama, pero no deja de ser soberbio y solazarse en el rechazo.

En el fondo no es más que la repetición de un prejuicio y la ostentación de un complejo. Al narrador ecuatoriano parece otorgar prestigio hacer el papel del fundador, Creador primigenio en la representación del Génesis. Pero algo ocurre en una literatura, algo siniestro, cuando el soplo del Creador repite que nadie existe detrás de nosotros, que a nadie debemos, que de la nada hemos surgido. Es lo que he venido escuchando en este país en boca de lectores y escritores siempre jóvenes y astutos a la expectativa de agarrar por la cola una obra maestra. Y resulta no solo curioso sino completamente intrigante el hecho de que a medida que la obra maestra no cuaja, el rencor contra el fantasma de los “ausentes” se endurece hasta convertirse en roca. Resulta fácil atender al prejuicio y escribir la palabra “nada”, fácil, útil y, hay que decirlo, cobarde, no reconocer que otros ya fracasaron en la empresa de cosechar las peras de esta narrativa en el olmo de la nada.

Pienso que somos de veras injustos e inmaduros cuando en un acto de ramplón ilusionismo desaparecemos los nombres de, por ejemplo, Abdón Ubidia, Vladimiro Rivas Iturralde, Jorge Velasco Mackenzie, Iván Egüez, Francisco Proaño Arandi o Javier Vásconez, nuestros antecesores en esto de los grupos y generaciones literarias, si de verdad ello existe y sirve para algo. ¿Acaso se escamotea su presencia porque no se han leído sus obras o porque no se admite que uno las haya leído? El prejuicio en torno a lo que se ha escrito puede conducirnos, como ciertamente antes lo ha hecho, a desperdiciar el valor de la experiencia, atributo que no valoramos porque pertenece, supongo, a los fantasmas tan temidos.

Se trata de la ostentación de un complejo porque he comenzado a sospechar lo que sigue. Deseamos no mantener deuda alguna porque en el fondo nos avergonzamos de lo que ha sido escrito, no por cómo lo ha sido sino por lo que se describe en esos cuentos y novelas ecuatorianos, por aquello que es contado. Porque nos sonrojamos al descubrirnos mestizos, embusteros, escasamente emprendedores, poco ambiciosos, pendencieros siempre y dotados de todo el color local que una literatura de esa calaña gasta. Porque no somos el otro que siempre hemos ambicionado, porque no alcanzamos a vernos en la otra orilla y disfrutar de aquello que suponemos es moderno, rápido y contemporáneo. Porque, en definitiva, nuestro problema es social, no literario, y al avergonzamos de la representación, pareciera que lo representado se convierte en la sílfide que nos condena a la fealdad y la periferia. ¿De qué nos avergonzamos? ¿De la literatura escrita o de la realidad que se descubre en ella, de las referencias de esa literatura?

Ante ello no queda a los payasos tristes más que enarbolar un cosmopolitismo sin arraigos que pretendería medirse por los sellos migratorios en el pasaporte y no como una forma de entender la literatura. La humanidad, ese último bastión que, para Varas, preserva su ilusión por lo literario, ha sido interpelada, criticada, convocada y conjurada por, si se me permite otra vez barajar nombres, ecuatorianos como Juan Montalvo, Pablo Palacio, Alfredo Pareja Diezcanseco, Benjamín Carrión, Raúl Andrade o Javier Vásconez, para no hablar de los poetas o narradores ecuatorianos más recientes. En ellos esa actitud ha sido salvoconducto corriente y llave maestra para abrir la caja fuerte de los desafíos estéticos que impone toda literatura.

Supongo que detrás de esto reside un abandono en las telarañas de lo light. Es lo que puede atisbarse en el modo cómo Varas escribe su artículo, en su tono lánguido y descomprometido. Varas supone que lo importante es ser visto y cree que la condición para abandonar la invisibilidad se ha cumplido gracias a los privilegios que obsequia la técnica al mundo contemporáneo. Para él, más importante es la exposición y el espectáculo de lo literario que el lance estético o el compromiso formal de la escritura. Más importante que la creación de lectores, el striptease, más importante que el fomento y la defensa de una propuesta personal (ni pensar en una propuesta radical), la difusión de lo redactado, más importante que la elaboración de una obra o la incidencia sobre una lengua, el consumo de un producto. Exigirle que su propuesta sea la de construir un libro a partir de la memoria o el conocimiento constituiría un despropósito. Porque en lo light no crecen las ideas: en lo light solo arraiga la conciliación y el abrazo entre opuestos. Bajo una visión light de la literatura, para que el ser visto reporte beneficios inmediatos, un autor confeccionará, por ejemplo, productos fáciles, veloces, fungibles, fácilmente traducibles. En lo light no importa “el lugar, …las referencias, ni el lenguaje, ni el pasado”, gracias a él la literatura finalmente flota en la ciberatmósfera.

Quizá sobre mis malditos contemporáneos hayan confluido demasiadas coincidencias, un hiato en la narrativa ecuatoriana, la crisis de las literaturas nacionales, el advenimiento de una literatura globalizada, la tecnología inmiscuida en el terreno del arte y, también, no hay que olvidarlo, la proliferación de una ordinariez universal. Varas tiene razón cuando dice que en el Ecuador no ha habido un nombre a la altura de los maestros del boom de las letras latinoamericanas, no se equivoca en ello. En lo que se equivoca de pe a pa es en alimentar la esperanza de que al informarnos que el grupo que él ha unido con la destreza de Chris Angel está compuesto por muchos, que ellos escriben porque les da la gana, que lo hacen horrorosamente bien y que por ello éste será el germen del maestro de las letras que todos echamos de menos, garantizará que ello ocurra. Se equivoca ampliamente porque no es lo mismo aquello que escribe Jorge Izquierdo, que lo que escribe Juan Fernando Andrade, que lo que hace Esteban Mayorga y porque lo que éstos hacen —a mi modo de ver un redondo bluff y un completo fracaso hasta hoy— es muy distinto de lo que escriben Yanko Molina, Luis Borja, María Fernanda Pasaguay o Juan Pablo Castro, escritores, todos ellos, con peculiares y distintas preocupaciones estéticas. Esto puede invocar a que su tosca generalización se desplome al ser contrastada con la lectura, la realidad de las obras.

Yo preferiría que no fuesen muchos los que formen parte de esa nómina, que fuesen voces distintas, únicas, singulares, elegantes que ofrezcan resistencia individual y artística. Y que amistosa o belicosamente remonten el presente a hombros de gigantes, como se decía en el pasado, aunque esos gigantes, los escritores viejos de los viejos tiempos, no sean muy gigantes. Quizá de ese modo, con la audacia que confiere la honestidad de mirar a nuestros padres, tíos y abuelos, aunque los odiemos y queramos verlos bajo tierra, se pueda constatar el encumbramiento de un verdadero gran narrador ecuatoriano, de un titán.

Alguien a quien inventar, como se ha dicho en México, aquí, ahora.

by Francisco X. Estrella

(1974) es ensayista y articulista. Compilador de los libros Quadrilátero (2009, nuevo ensayo ecuatoriano) y Apuesta, los juegos de Vásconez (2007).

5 Replies to “Una jugada light”

  1. 1
    Orlando

    Francisco coincido en casi todo con una profunda emoción, que te la señalo por dos motivos trascendentes:
    1.- He creído ultimamente que estamos recontraequivocados quienes no nos adscribimos a la «moda» del «escribamos lo que nos da la gana» o «valemos paloma», como si esa actitud irreverente (¿quién lo duda?) ya de por sí da calidad estétitca y ética, pero sobre todo otorga trascendencia periodística y literaria.
    2.- Me complace que personas como vos, también otros, pero quizá cada día menos, sean las que RESPONSABLEMENTE PIENSEN más allá de sus inspiraciones y no sean las inventoras de nada y menos los «asesinos de las generaciones pasadas» para FUNDAR algo que no tiene asiento y parece más, en muy ecuatoriano, HUAYRAPAMUSHCAS (si se escribe así en español).
    Un abrazo fuerte y espero que este debate alcance la vara a la que has puesto el pensamiento.
    De verdad me complazco de leerte, con gusto y hasta con verguenza.
    Atte,
    Orlando Pérez

  2. 2
    efrain villacis

    Cito:

    quien bien tiene y mal escoge por mal que le venga no se enoje,
    cada quien hagase cargo de su muerte porque imposibles no hay,
    Perogrulladas aparte
    escribamos, si podemos, si no, sigamos alegremente, total
    escribir siempre ha sido palabra sucia y su acto un inmenso descuido, sin importar si eres o no del boom,
    Dejemos las fundaciones a Benalcázar y otros de esa laya, y si no leamos a asimov, a lo mejor nos despierte la imaginación
    La literatura esta ahí, los neo-escritores, según parece, en otra parte, las estupideces no necesitan doblarse al español, son tales en cualquier idioma, con o sin nacionalismos, y seguirán diciendo lo mismo sin importar los soportes, sea el siglo menos IV o el XXI
    Saludos Orlando, Francisco
    y porsupuesto al señor Varas

  3. 3
    Emilio

    Me limito a comentar. Creo que los dos artículos hacen evidentes sus argumentos (aunque esta conversación textual sea un poco insípida y con ínfulas de polémica) pero de diferentes formas. El de Eduardo la verdad que sí, es un poco romanticón, y porque no, la verdad se queja de cosas y afirma cosas, que aunque los ecuatorianos las puedan creer verdades (la invisibilidad), el lector extranjero e inteligente se dirá «me vale un pepino» porque a nadie le gusta escuchar quejas (en este caso la causa quejil es muy abstracta), sobre todo cuando el que se queja (Eduardo? La gran comunidad de escritores ecuatoriana? quien sabe) apunta dedos y no cambia las cosas con hechos. Igualmente, me parece que el texto de Eduardo esta bien en lo estético, y que su estilo es un estilo que se presta a ser leído, que comunica algo (un miedo, un trauma quizás), aunque sea de forma un poco dramática.
    La «respuesta» al artículo de Eduardo es en cambio mucho mas personal, en un nivel que probablemente no esta muy adecuado, o sea que simplemente falta al respeto por cuestiones de si no se equivoca mi tripa ecuatoriana, competencia. Se entiende que el texto de Eduardo generalizaba mucho, pero se puede decir que Francisco, al igual que Eduardo, peca de escribir tal vez de mas, ya que no solo lo ataca a Eduardo, sino que agrupa e identifica escritores jovenes tambien, apuntando dedos pero maliciosamente. Decir en el internet este tipo escribe bien, y este tipo escribe mal no convenze a nadie, sobre todo cuando se dice con ese tonito de «se mas que tu concha de tu madre» tono que asume que todos somos unos pendejos, y que me imagino que al lector extranjero (me refiero a los no ecuatorianos)le apesta a pedantismo. Al lector (que si existe by the way, por mas invisible que sea) de la literatura ecuatoriana nadie le deberia decir que esta bien y que esta mal. Si me van a decir que esta bien y que esta mal, POR FAVOR, haganlo con mas claridad, tomandose la molestia de mostrar citas textuales y criticandolas, así los lectores de esta gran revista podrán decir, «si es verdad, esos tipos escriben mal, estos de aca en cambio, escriben bien», en fín, hablar de algo concreto.
    Para no enfundarme en ese juego de promover nombres no dire ninguno, pero sí dire que sí hay escritores de ambos sexos que escriben bien, pero que publican poco. Que mierda, la verdad que ya me he pasado de la mano en este tema asi que dire el nombre de dos obras que muestran el gran potencial de sus creadores, y las sinópsis, ya que una sinopsis puede decir mucho no? «Nadie lo sabe con certeza» y «Poso Wells». La primera novela se trata de un paralítico gringo, abogado de inmigrantes, que además de encantarle el porno, quiere reproducirse, nada mas y nada menos, con una boliviana, tema que para mi, siempre es y será fascinante. Tendrán que confiar en mi como decia un viejo profesor. El segundo texto mencionado comienza con un político que se mea en una tarima publica y se electrocuta. Que más tengo que decir sobre estas entretenidas novelas? Me da pereza el escribir y la resena es un género muy dificil. Ojala que textos más interesantes que panegíricos y escupitajos verbales sean leídos y escritos por ecuatorianos en el futuro.
    Quiero finalizar contradiciendome a mi mismo, y preguntarme y preguntarles a ustedes cual es esa necesidad de un gigante literario? que carajo hace de bien al Ecuador tener un gran escritor? O a cualquier parte del mundo? y si nunca sale un «gran» escritor de ese pais? a que escritor que valga un huevito le importa ser famoso? Necesita el ecuatoriano de un «gran» escritor para sentirse mejor sobre si mismo? Que viva la literatura, pero que el que la cultive sea egoísta, y no quiera una literatura de un país, o que tenga un solo representante, sino que quiera un escritor y un texto que le guste y punto, sin razon de ser (ni facil de explicar) ni partido politico.

  4. 4
    Denise Nader

    Quisiera dejar claro, antes de que me acusen de ello, que mi único interés en opinar aquí es el defender a mi amigo Eduardo porque soy parte de su rosca y me nombró en su selectiva lista (“quién sabe por qué, especularán algunos), haciéndome así parte de su élite. Nada más me motiva.
    Listo.
    Ahora, ya entrando en materia, no opinaré sobre las palabras de Francisco Estrella, quien está en todo su derecho de hacer una crítica a un artículo que le ha causado malestar.
    Quisiera opinar, eso sí, sobre lo que escribió Orlando Pérez.
    Pido disculpas a mis compañeros de piara por revolcarme en el lodazal que trajo Pérez aquí (“alguien tiene que hacerlo”), aunque lo más seguro es que no haya venido por su cuenta, digamos, por un interés literario, sino que lo hayan traído (“quién sabe por qué”).
    Por favor, Orlando. Ya que valoras tanto la Revolución Ciudadana, te lo ruego: quédate con ella allá, en tu patria. Bailen boleros, pasillos, pasacalles. Invítala a cenar y susúrrale románticas palabras en quichua a su oído, “hasta la ternura, siempre”. Pero si aún te queda esa vergüenza que te avergüenza confesar, no vengas a este espacio con tu politiquería barata y con tus insidiosas reflexiones sobre estética (nada menos ético y nada más perverso que la estética que sirve al poder), ni con tu manido discurso nacionalsocialista de “la nación”, “el país” y esas cosas divertidas que reinventan y reciclan tus compañeros propagandistas del Estado. No vengas aquí a hablar de ética ni a sufrir por “la imagen que dan otros del país”, cuando tú, siendo subdirector de un diario protegido por (y propiedad de) el gobierno, usas tu cuenta de Twitter para calumniar públicamente contra las personas. No hables de trascendencia periodística y literaria cuando tú mismo censuraste a esa persona que calumniaste luego (o antes, disculpa si no tengo clara la cronología). No vengas aquí a buscar alianzas con “las víctimas” de Eduardo Varas. Hombre, en serio. Un poco de dignidad.
    Pese a tu ingenioso juego de palabras con lo de la vara y eso, y pese a que calificas de trascendentes a tus propias opiniones, este debate se murió desde el momento que llegaste aquí gracias a tu necesidad «revolucionaria» de politizar y empobrecer los debates en esa vacía politización. Todo lo que pudo ser, no fue. Gracias, Revolución Ciudadana. Hasta la mentira, siempre.

    • 5
      Orlando

      Denise:
      Es tenaz tu intolerancia y rabia, sobre la base de ciertos rencores, legítimos, claro, pero haces lo que cuestionas, lamentable y triste.
      Si es odio lo que te estimula, es peor y más bajo de lo que supones para vos soy yo o lo que pienso o supuestamente defiendo.
      Triste y penoso que el otro extremo sea más perverso.
      Ubica esto en el tiempo y ojalá él te dé la razón, espero.
      Y supongo que tu respuesta será virulenta, se te va reconociendo en mal plan, pero así somos, así estamos
      Y sí: Hasta la ternura siempre!!
      OP

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