La comparación entre los ebooks y los libros impresos es un tema delicado para muchos, y varía según a quién le esté hablando uno en ese momento. En mi investigación, he comprobado que hay lugar para los radicales en cada lado del argumento: el grupo de “no es lo mismo leer un libro en una pantallita”, compuesto mayoritariamente por románticos que no pueden separar el contenido de la forma; y el grupo que favorece la “gratificación instantánea que ofrece lo digital, y que quiere su biblioteca entera siempre a la mano. En el medio hay un grupo cuyos argumentos siguen tomando forma —personas que reconocen la conveniencia de un ebooks pero que se sienten desalentados por sus variadas limitaciones. Yo he permanecido firme en el grupo de los libros impresos, siempre preocupada de que mis libros en pasta dura serán convertidos en ebooks y que mis estantes se secarán y marchitarán. Sin embargo, mi posición en este artículo tiende más hacia el centro, intentando encontrar ese je ne sais quoi que falta en los ebooks y que podría ayudarles a encontrar su propia forma y estética. Señalar y mejorar las pobres cualidades en los ebooks ayudaría en el desarrollo de una entidad propia y, en el proceso, les ganaría dedicados bibliófilos como yo.
He reducido a tres los factores que ralentizan la adopción del ebooks: la nula sensación de propiedad que viene del uso del DRM (Digital Rights Management); la falta de métodos útiles para mostrar y compartir una colección de libros; y la inexistencia de una buena presentación. El uso del DRM en los ebooks limitó de inmediato dónde, cómo y con qué aparato alguien podía leer. No solamente se limita la experiencia de lectura sino que también tienen una capacidad limitada para compartir dicho título. Si yo pudiera apilar mis ebooks en una biblioteca virtual y compartirlos con mis amigos vía la Web, ello crearía una experiencia parecida a la naturaleza tangible de los libros impresos. Un depósito digital con algo de atractivo y de innovación daría a los ebooks una segunda vida. Hay bastantes razones por las que guardamos nuestros libros después de leerlos y entre esas razones está el mostrarlos y prestarlos. Un estante digital satisfaría ambas necesidades, y añadiría esa sensación de posesión que las personas (especialmente los amantes de lo impreso) tanto ansían. Sin embargo, antes de crear un estante de libros, los ebooks necesitan un serio cambio de cara. El viejo adagio dice, no juzgues un libro por su portada, pero ¿qué tal si tu ebook no tiene, de hecho, ninguna portada? Algunos se venden sin una, mandando un mensaje de inferioridad respecto de sus contrapartes impresas. No todos los libros impresos se crean iguales desde el punto de vista del diseño, pero me sorprendería encontrar un libro impreso y desnudo en los estantes de cualquier librería. Remediar estos tres problemas daría a los ebooks una ventaja en el actual debate de lo impreso vs. lo digital y llevaría los estándares de los ebooks más cerca de sus contrapartes impresas.
Con rumores en el aire de que Apple usa FairPlay en sus iBooks, es difícil ignorar el debate sobre el DRM —¿asegurarlos o no asegurarlos? O como yo lo veo, ¿vender o licenciar libros? Alguien tiene que crear una sensación de propiedad a fin de que los lectores no sientan que están comprando la licencia de una historia, sino que poseen un libro. Ibis Reader, cuyo mantra es “tú lo compraste, ¿por qué no puedes poseerlo?”, es un sistema de lectura emergente que podría llenar este vacío. El insigne hecho de tener bajo llave a los ebooks es la característica más irónica de todas. Los defensores del libro electrónico afirman que el formato digital es la cualidad suprema del libro: una biblioteca entera puede ser accesada desde cualquier lugar. Pero el DRM lo limita a leerse en un sólo aparato. Si el milagro de los ebooks es su portabilidad, ¿por qué es ésta uno de los puntos de debate más grandes? Chelsea Theriault, estudiante del programa Mpub en la Simon Fraser University, hizo un patético cuestionamiento en esta vena: “¿Cuál es el objetivo del DRM si existe sólo para restringir la que puede ser la única cualidad redentora de los ebooks?”. Puedo prestar mis libros impresos a quien yo quiera y apilarlos en cualquier estante que se me ocurra. Si me mudo a otra casa, mis libros no están en riesgo, pero si compro un e-reader diferente, podría perder mi biblioteca entera. Wikipedia hace notar las restricciones del DRM de Apple: “FairPlay también limita el contenido estrictamente a los gadgets de Apple, así que (otra vez, según la implementación) es correcto decir que los libros comprados para el iPad no podrán usarse en otro aparato”. Será que el uso de FairPlay en los iBooks es una treta de Apple para dominar la industria de los e-readers e incrementar sus ventas? Si FairPlay dice que tus iBooks sólo pueden moverse libremente entre productos de Apple, puede ser que el uso de su DRM sea más una táctica para atraer gente a sus productos antes que para proteger la proliferación de ebooks piratas. Esta teoría asume, quizá no razonablemente, que la gente correrá en estampida hacia los iBooks. Pero la idea de que Apple use FairPlay para atraer a sus clientes tangencialmente hacia sus productos no es del todo inconcebible. En un comentario acerca del Kindle de Amazon, Steve Jobs, CEO de Apple, dijo que “no importa cuán bueno o malo es el producto, el hecho es que la gente ya no lee. Cuarenta por ciento de la gente en Estados Unidos leyó un libro o menos el año pasado. La noción entera del dispositivo está errada desde arriba porque la gente ya no lee”. Teniendo en cuenta esta opinión sobre leer, el objetivo de Apple podría no estar en las ganancias por ebooks y en la erradicación de la piratería, más bien apuntaría a poner en manos de todos iPads, iPhones y iLoquesea. Para Apple, sus iBooks son simplemente otro componente de su modelo de negocios que animará a más usuarios a adoptar la tecnología de Apple. Yo argumento que liberar a los iBooks del DRM podría crear el mismo movimiento de masas hacia los dispositivos de Apple y hacia sus iBooks. La gente quiere poseer sus propios libros, y si Apple ofreciera el privilegio de verdaderamente poseer un ebook entonces el público respondería.
Sin la barrera del DRM/FairPlay, la sensación de posesión que es propia de un libro impreso se reflejaría en los ebooks; a los lectores se les ofrecería una verdadera propiedad. Ibis Reader tiene el potencial de alcanzar esta meta. Su sistema digital de lectura alardea: “ningún tipo de restricción”. Y su práctica es exactamente lo que pregona su lema —tú lo compraste, tú lo posees. Dar a los lectores los derechos genuinos de propiedad sobre sus ebooks abre las puertas a más que la piratería (el término de los cínicos para hablar de la invaluable promoción boca a boca), da a los lectores la opción de compartir con el mismo espíritu con el que compartirían un libro impreso. Los argumentos a favor y en contra del DRM pueden ser complejos, pero la respuesta es muy simple: desháganse de él. Y al hacer exactamente eso, Ibis Reader ofrece verdadera portabilidad y acceso sin restricciones para los lectores. Da así la gratificación instantánea que la lectura digital pretende ofrecer y deshace las barreras para usarlo.
Con la habilidad para compartir llega la necesidad de mostrar. El librero digital o e-library, es una característica para compartir y mostrar que podría incrustarse en la cultura del siglo XXI y volverse parte fundamental de la lectura digital. Proveer de un lugar de reunión en el cual los lectores puedan mostrar sus libros conjuga un elemento de la experiencia impresa que hace falta en la lectura digital. Para muchos lectores, sus libreros actúan como vitrinas de trofeos, y sin un depósito digital para sus ebooks, se elimina un aspecto social importante de la lectura. Otra manera de pensar en el estante digital es como una mesa de café virtual: un lugar para que los lectores muestren los libros (y revistas) sobre los cuales quieren hablar y están ansiosos por compartir. Debido a una falta de innovación en este campo, actualmente, la incursión más sorprendente en los estantes digitales es de Apple, que develó su librero digital con la introducción de su iPad y sus iBooks. Aunque sus estantes son poco más que un renderizado visual de los libreros de tu habitación, es un primer paso hacia una biblioteca digital. Exponer tus ebooks por portada más que mediante una simple lista de títulos abraza la idea de desarrollar una presentación para ellos. Demuestra que pueden lucir de cierta manera. Sin embargo, poner candado a los iBooks elimina la capacidad de compartir y hace de sus estantes apenas una foto de libros pegada a un panel de madera. Goodreads es un sitio online gratuito que usa los estantes digitales como una herramienta social para los ratones de biblioteca, pero con mínima integración de ebooks. Puedes comenzar una bibloteca digital, calificar tus libros, y checar los estantes de otras personas, todo sin comprar online (aunque usualmente hay un link para comprar en Amazon). Es más una herramienta para mostrar lo que has estado leyendo (como usar un widget de libros en tu blog) y hacer recomendaciones a tus amigos en Internet.
LibraryThing es otra herramienta online que usa la idea del estante, pero al igual que Goodreads, se enfoca en catalogar los libros impresos. Estos sitios son buenos para recomendar libros, pero carecen de la habilidad para compartir. Como sea, una herramienta que fusionara esta cualidad de red social con un sistema de e-reading como Ibis sería ideal, pues podría ofrecer la opción de intercambiar libros y no sólo recomendarlos. Cuando pregunté a Liza Daly, de Ibis Reader (en su blog Threepress Consulting) si Ibis planeaba desarrollar la característica de los estantes, respondió que estaban por “lanzar una primera versión de una visualización más atractiva de los libros”. Si su herramienta de visualización es exitosa, podría alcanzar un nuevo nivel de interacción en la lectura digital. Y ofrecer el mismo tipo de consideración e intercambio que tiene lugar en los estantes de libros impresos lograría una nueva dimensión y conveniencia a la experiencia ebook.
Sin embargo, antes que sean llevados a los estantes, necesitamos considerar su apariencia. Liza Daly dice que “los compradores de ebooks suelen decepcionarse al encontrar que sus ediciones no incluyen portada, sólo una portada tipográfica, o una más bien genérica”, creando así una división en las expectativas de lo impreso y lo digital. Una cosa es mostrar una imagen en JPEG de la portada impresa en un estante digital, pero el ebooks debería tener su propia portada. Si bien es natural tener discrepancias entre lo impreso y lo digital, las características básicas como la presencia de una portada deben ser siempre equiparadas. El objetivo no es imitar a los libros impresos, sino adoptar una presentación más propia que los acerque, en términos de calidad, a los estándares de lo impreso. Buscar portadas en Internet da como resultado un increíble número de ofertas tipo “Crea tu propias portadas de ebooks”, lo cual es indicio de los numerosos ebooks desnudos que buscan algún tipo de abrigo. Proveerlos con una portada es un añadido a la sensación de posesión del lector. El diseño en los libros es un elemento con un propósito, y que además coadyuva al precio final. Comprar un libro sin portada da a los compradores la sensación de que han comprado algo incompleto o por debajo de los estándares y sin el mismo valor intrínseco. Mientras que los libros son motivo de un estira y afloja entre lo digital y lo impreso, los ebooks necesitan reflejar los mismos estándares de calidad que vemos en los libros impresos antes de que puedan proliferar verdaderamente y ganar el corazón de lectores como yo.
Usar para sí los aspectos exitosos de la experiencia impresa (propiedad, capacidad de compartir y presentación) no quitará la novedad de los formatos digitales, y podría abrir puertas para nuevas ideas. Los estantes digitales pueden tomar el concepto de compartir y traducirlo a un modelo digital y online que difiera de la experiencia impresa. La pregunta no es si pueden o no ser el equivalente digital de los libros impresos; la pregunta es si pueden llegar a ser igual de buenos. Los ebooks no necesitan simular una representación digital de la experiencia impresa, necesitan encontrar su propio lugar en el mercado y ante los ojos de los lectores. Si estas omisiones pueden mejorarse, los ebooks podrían forjarse una identidad y experiencia únicas y persuadir a los amantes de lo impreso a comenzar sus propias bibliotecas digitales.
es amante de todo lo impreso, entusiasta de los medios digitales y diseñadora wannabe. Escribe en su blog Kage, y actualmente estudia la maestría en edición en la Simon Fraser University. Este artículo forma parte de The Book of Mpub , un libro que reúne análisis y crítica de estudiantes de la maestría en edición para ofrecer acercamientos diferentes sobre las nuevas teconologías aplicadas al mundo editorial.
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