El gran bromista

A través de los años, encontré que siempre que los escritores y lectores mencionaban a Saul Bellow, se volvían celosos citadores, y compartían sus tesoros rápida y ansiosamente. Como cuando, en “A Silver Dish,” el narrador pelea con su padre y ruedan por el suelo, y el hijo ve al padre como “un corpulento pez” -diría alguien. Y alguien podría contestar: O como cuando en The Dean’s December, dice del joven Mason que podías ver “el polen de la adolescencia sobre su nariz.” Y en este punto yo podría contribuir: ¿Y qué tal de Valentín Gersbach, con su pierna de palo, en Herzog, “inclinándose y enderezándose graciosamente, como un gondolero? O el rabino, en la misma novela, con su “gran y suave nariz porosa? O el tiránico crítico de arte en “What Kind of Day Did You Have?” que “usaba sus pantalones negligentemente.” O el Lago Michigan en El legado de Humboldt, visto al final de una calle, con su “azul tambaleante” de agua, y “su lila fresca de seda blanda ahogando el agua.” O la colilla de cigarro en Seize the Day, “la ceniza, el blanco fantasma de la hoja, con todas sus venas y su tenue acritud.”

La gente discrepaba sobre la talla definitiva de Bellow, pero nadie realmente discrepaba de la calidad de su prosa. A la mayoría de los escritores se les llama bellos alguna vez, así como a muchas flores se les dice bellas, pero nunca hay muchos grandes prosistas vivos. Bellow era uno de ellos, para mí el más grande estilista americano de la prosa del siglo XX, y así uno de los mas grandes escritores de ficción americanos. Era una prosa de muchas facetas; parecía hacer mas de lo que uno pedía de la prosa de cualquier otro competidor. Era intensamente lírico y musical, sus ritmos una apremiante mezcla de yiddish, americano, inglés, y hebreo (después de Lawrence, Bellow fue el más bíblico de los escritores modernos en inglés); pero se hallaba también anclado al habla, y parecía incapaz del preciosismo (a diferencia de, digamos, los encantadores pero muchas veces consentidos brillos de un Updike); era ocurrente, metafísico, sensual, juguetón. Sobre todo, Bellow miró el mundo de nuevo. Cuando miraba, digamos, a los carámbanos colgando del techo de un hospital, los veía semejantes a los dientes de un gran pez, y luego veía las “claras lágrimas quemándose en sus puntas.” ¡Quemándose! Cuando describió a un hombre joven ayudando a un viejo a cruzar la calle, observó el “gran pero liviano codo” del viejo. ¡Grande pero liviano! Allí sin duda había un escritor que atendía al mundo, y que atendía al cuerpo, sin perder nada.

Hace unos años, una vieja amiga mía murmuraba que no había encontrado mucho en Bellow. ¿Era su escritura realmente tan buena? Le leí un pasaje de Herzog sobre un equipo de demolición:

En la esquina, se detuvo a observar el trabajo del equipo de demolición. La gran bola de metal se balanceaba contra las paredes, pasaba fácilmente entre los ladrillos, y entraba en las habitaciones, el perezoso peso curioseando en cocinas y salas. Todo lo que tocaba tambaleaba y se rompía, se derramaba. Allí se levantaba una tranquila blanca nube de polvo de revoque. La tarde estaba acabando, y en el ancho espacio de la demolición había un fuego alimentado por los escombros … Pintura y barniz ardían como incienso. El viejo revestimiento se quemaba agradecido -el funeral de exhaustos objetos. Los andamios se hacían de puertas rosas, blancas, verdes, temblando mientras los camiones de seis ruedas se llevaban los ladrillos caídos. El sol, ahora yéndose para New Jersey y hacia el oeste, estaba rodeado por un deslumbrante caldo de gases atmosféricos.

Es una escritura precisa y rica, y muy sorprendente. Cuán original es ver no el ruido y la violencia de una bola de demolición, sino su tranquila quietud -el «perezoso» peso «curioseando» por las habitaciones, tal y como el mismo dueño habría hecho. La escritura es metafórica, pero difícilmente se encuentra un símil en todo ello: casi todo lo que concierne al peso está sostenido por verbos, o por adjetivos solos. Es realismo urbano, pero algo más que realismo (algo mítico o casi religioso). Y esa música tan especial: para un oído inglés los ritmos suenan americanos, o al menos no ingleses. Poseen una cualidad interruptiva, de alto y recomienzo. Justo cuando una frase parece caer, se eleva y va a cualquier otro lado, o simplemente acaba.

Bellow fue un gran dador de placer; y un dador de placer muy serio, incluso. Quiero decir que trató a la novela en los términos más altos, la consideró un envase metafísico, una forma para el examen del ser y sus esfuerzos. En una ocasión escribió que todos los grandes novelistas del siglo XIX intentaban establecer una definición de la naturaleza humana. Su propia seriedad tenía, pienso, un sabor ruso (casi nacía en St. Petersburgo, pero su familia emigró a Canadá sólo tres años de su nacimiento en 1915). Seize The Day es probablemente la novella más rusa jamás escrita en América. Como Tolstoi y Dostoyevski, a quienes leyó y releyó, le interesaban intensamente las cuestiones del conocimiento y la creencia. Sin ser nunca un creyente, le preocupaba el simple rechazo de lo espiritual, prefiriendo un tierno agnosticismo. ¿Qué es lo que sabemos de un mundo espiritual más allá del nuestro? ¿Se trata tan sólo de que el ser está rodeado por una capa biológica y fisionómica, o podría existir también una definición religiosa o mística del ser? (En este aspecto, su misticismo probablemente semejaba al de Nabokov.)

Siempre le interesó el ser moderno, el ser americano. Es usual dar el crédito a escritores como DeLillo o Pynchon por la que parece la mirada esencialmente posmoderna que hemos colonizado, mediado, y finalmente sometido por las formas modernas del conocimiento -por la televisión, el cine, la publicidad, los periódicos-, y porque esta mediación tiene el efecto de volver nuestra actividad mental un tanto autoconsciente. Pero Bellow creía que la vida pública conduce a la vida privada, y que esta presión sobre lo privado era una invención estrictamente contemporánea. Sus héroes modernos están plagados de pensamientos tardíos -llegaron muy tarde a la historia, cuando hay demasiado que saber, demasiado que soportar, y cuando nadie habla el mismo lenguaje. Tommy Wilhelm, en Seize The Day, se lamenta de que tan sólo para pedir un vaso de agua en algún lugar de Nueva York, para sólo gritar algo tan simple como “Tengo sed,” uno tiene que retroceder hasta Newton, y referirse a Freud, Nietzsche, Hitler, Lenin, etc. Una vez que hayas hecho todo eso entonces podrás hacer tu pedido. Moses Herzog, el ambicioso pero improductivo académico, pasa su tiempo escribiendo locas cartas mentales a Heidegger, Kierkegaard. Schrodinger, Eisenhower. Ante tales gigantes, él es como un niño meneando la cabeza ante sus severos padres; intelectualmente, habiendo llegado tan tarde al juego, somos como niños consentidos que no sabemos cómo gastar nuestra riqueza. Vana, estúpidamente, Herzog pide orientación a sus corresponsales imaginarios. (Esta novela también nos recuerda que con frecuencia hay algo emprendedor acerca de la ficción: leemos Herzog y pensamos para nuestros adentros, ¡qué maravillosa idea crear un personaje que escribe cartas en su cabeza! ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes?)

Y Bellow fue en sí mismo un moderno, porque este americano de tonos rusos, de seriedad de altos vuelos, no podía evitar burlarse de las ideas, y especialmente de aquellos a quienes estas ideas entretienen (comúnmente llamados intelectuales). Durante años Bellow enseñó en la Universidad de Chicago, y era uno de los escritores americanos más intelectuales, feliz lanzando alusiones a Pascal o Hegel, pero que también disfrutó toda su vida de burlarse de “los profesores”. Con frecuencia sus personajes son “bufones de altos vuelos,” gente que, absurdamente, codicia explicaciones totales, ayuda del reino de las ideas, pero cuyas vidas son confusas y turbias, y cuyas relaciones con las ideas son, por decir lo menos, un tanto impuras. La habilidad de Bellow para crear verdadero pensamiento en novelas como Seize The Day, Herzog, y El legado de Humboldt, y al mismo tiempo hacer mofa de ciertas ideas al pasarlas por las mentes de sus falibles héroes cómicos -su habilidad de ser al mismo tiempo serio y tremendamente divertido acerca de la vida mental-, es uno de sus elementos más atrayentes, y el fundamento de su cálida visión cómica. Es también una de las definiciones de su modernidad. “Oh, tantos hilos mentales enrollados en el más trivial de los carretes,” se lamenta el narrador de More Die of Heartbreak.

Conocí a Bellow sólo durante la última década de su vida, cuando ya estaba en declive. Todavía era formidable, capaz de rápidas agudezas, pero quizás su humor era menos cortante de lo que había sido. Había sido un hombre muy atractivo, compacto y moreno, de nariz fina y amplia, el labio superior ensombrecido, y todavía una presencia dominante. Después de Chicago enseñó por muchos años en la Universidad de Boston y parecía deleitarse transmitiendo a la gente joven su entusiasmo por Tolstoi y Chéjov y Lawrence y Joyce. Yo co-enseñé su clase durante un periodo, e insistí en poner Seize the Day en el programa de estudios de tal manera que los estudiantes se hicieran una idea de la estatura del hombre que era su profesor. Modestamente, Bellow se ausentó de esa clase en particular para que los estudiantes pudieran concentrarse libremente en la escritura. Ahora se ha ausentado para siempre, pero tenemos su escritura para siempre.

by James Wood

es crítico literario y novelista. Autor de The Broken Estate: Essays on Literature and Belief, The Irresponsible Self: On Laughter and the Novel, How Fiction Works y The Book Against God (novela).

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