Plagiar a Martin McDonagh

Un lector crítico lee la ópera prima de un autor en ciernes y le dice que recuerda lo mejor de Martin McDonagh. No dice si está bien su libro, o si es un fiasco. Lo compara con otro escritor, o con su prosa, que parece gustarle. Es un elogio sutil decir que un escritor nos gusta tanto como William Faulkner, a no ser que Faulkner nos parezca un pelmazo. Pero desde entonces, y hasta hallar un libro de McDonagh, el escritor en ciernes no ha podido dormir tranquilo. Todo el desvelo consiste en imaginar qué quiso decir su lector y qué coño tiene en deuda su obra con aquel autor, para él, aun, desconocido.

Lo único que sabe de McDognagh lo ha leído en Wikipedia:

Martin McDonagh (* 26 de marzo de 1970, Camberwell, Londres) es un dramaturgo y realizador angloirlandés, conocido por sus piezas teatrales de gran brutalidad y estilo cinematográfico. Se considera que cultiva una vertiente extrema del teatro de la crueldad, conocida como In-yer-face, que destaca el aspecto violento y grotesco de las obras para captar la atención del espectador y que tuvo como predecesor el género del guiñol.

Sí, suena sugerente. “Pero yo no escribo para el teatro”, se dice. “Y lo de los muerticos no me los inventé yo; se los inventó Colombia”, refuta.

Influencias

De todas las influencias literarias la más sorprendente es la que ejercen autores que no hemos leído. Dos teorías puede urdirse al respecto: que la influencia llega por persona interpuesta. Es decir que la influencia recae indirectamente en otro autor al que leemos con avidez y fruición y que provoca el supuesto usufructo. El ejemplo es de escritores que se hicieron faulknerianos leyendo a los autores del boom, a Onetti, Vargas Llosa y García Márquez, y que no leyeron a Faulkner, porque les aburre, o poco les interesa; pero finalmente lo leyeron transversalmente, destilado en la obra de sus epígonos más adelantados.

(Un día nuestro escritor en ciernes encuentra finalmente una obra de teatro de McDonagh en internet y, aunque le ha gustado, descansa, porque comprueba que su obra tiene poco que ver con la del inglés.)

La segunda teoría, después de leer al falso maestro y comprobar que nada le adeudamos a McDonagh (ni el tema, ni los personajes, ni el paisaje, ni el fraseo) es que la influencia advertida pertenece a las afinidades del crítico y a su repertorio de lecturas. Así que nuestro escritor en ciernes aprovecha y le devuelve la réplica vía e-mail. El crítico avanza con todas sus lecturas a cuestas, le dice, y relaciona dos obras opuestas de autores que pueden no saber nada uno del otro, pero que a la luz del crítico coinciden y se reflejan.

El crítico contesta: “Tal vez, pero sólo quise decirte que eras tan bueno como McDonagh, no te vayas a suicidar, por favor; jamás me lo perdonaría.”

Otro caso menos estudiado en materia de influencias es participar de las ideas de quienes aun no han nacido: la influencia de aquellos que plagian desde la tumba. Lo que podría llamarse, si se permite el término formaldeísta, influencia diacrónica: que Macedonio Fernández influenció a Laurence Sterne pese a que Sterne vivió 300 años antes que Fernández, o que Borges influenció a Chesterton son inversiones humorísticas que sugieren influencias de alcance atávico; pero resultan en el fondo reveladoras de una tradición, ya que un autor influenciado de lo que en otro es apenas sugerencia puede llevar el experimentalismo un grado (o el décuple) más allá, doscientos años después. Un caso: La Iliada provocó La Eneida de Virgilio, y La Eneida provocó La muerte de Virgilio de Broch; y La odisea volvió a atacar: provocó el Ulisses de Joyce. ¿Qué tienen en común las cuatro obras?

Un crítico, o un ensayista, o un escritor avenido a crítico, pueden fundar una tradición literaria a partir de relaciones entre obras que otros jamás han relacionado. Así se inventó Luis Harss el boom latinoamericano y T.S. Eliot a los poetas románticos de lengua inglesa y Ezra Pound a los poetas provenzales. De otro lado, son incatalogables las influencias de autores que no hemos leído, porque las variaciones sobre temas resultan inagotables, pese a que los temas sigan siendo los mismos que sobreexplotó Homero.

Palimpsestos

En la antigüedad (Grecia, siglo de Pericles), los temas no eran originales ni pagaban copyright. Se tenía derecho sobre un tema si eras el mejor ejecutor a nivel de estilístico (tramas, lenguaje). Esquilo, Sófocles y Aristófanes se prestaban los temas en un feliz intercambio de parejas. Lo que ha llegado hasta nosotros de estos certámenes tal vez sean las mejores versiones de Edipo, Electra y la saga de la familia perturbada de Clitemnestra en la Orestiada, pero no las únicas, porque a lo execrable le decanta el tiempo. Sagrados aquellos tiempos en los que las variaciones de un argumento enriquecían la literatura y no obligaban a pagar multas. A quienes se les ocurrió esas veladas con maratones dramáticas en el teatro de Epidauro nunca imaginaron que poner a los poetas a repetir argumentos en un mismo día fuese un plagio, y que el plagio fuese un delito susceptible de multa. El virtuosismo de Sófocles estuvo en que había presentado la mejor versión de un tema trillado donde un rey se acuesta con su madre y mata a su padre, sin saberlo, y al descubrirlo, se saca los ojos y se vuelve mendigo. En el siglo XVI Eduardo IV le pidió a Shakespeare una obra para aleccionar al pueblo inglés porque había guerra contra Escocia y entonces, basándose en un caso de la vida real, reseñado por Tomás Moro, escribió la historia del siniestro jorobado de la casa de York, Ricardo III, una obra ficticia sobre la derrota de un ambicioso aspirante al trono que existió en la realidad histórica. En el siglo XX Margarite Yourcenar escribió una versión moderna de Electra y de su incesto con Jasón. Cervantes, al enterarse de que Avellaneda había escrito una segunda parte apócrifa del Quijote, en lugar de demandarlo por cargos contra la propiedad intelectual lo que hizo fue escribir una nueva salida de Don Quijote e incluir en uno de sus capítulos la crítica demoledora contra la versión de Avellaneda, usando por prueba la violación imperdonable que pasó por alto Avellaneda al hacer que su Quijote se burlara de Dulcinea. Don Quijote le dirá al bachiller Sansón Carrasco a) que un verdadero caballero andante jamás reniega de su dama y b) que ese Quijote de que le habla es un impostor cuyo verdadero nombre es Avellaneda. Para evitar una cuarta salida, esta vez lo matará, al Quijote. Y así queda saldada la versión apócrifa, con justicia literaria. (Aunque haya otras venganzas de Avellaneda por venir)

Plagio

¿Cuál es la frontera sutil entre influencia y plagio? La ley del menor esfuerzo. Y la intención. Una influencia es la evocación inconsciente e involuntaria del estilo ajeno. Un plagio es el volcado consciente y literal del argumento de otro en la obra propia. Y sin embargo sólo un trasvase literal, palabra por palabra, podía llamarse plagio en toda regla. Con la penalización del plagio (que viene de Palimpsesto, cuero de borrar para reescribir) es de lamentar el abandono de las variaciones del tema. En toda influencia sana es notable la arbitrariedad del juicio de valor. Cuando somos influenciados por autores que no hemos leído es simplemente porque Dios es grande, porque hay simultaneidad creativa, y porque lo único que tenemos distinto son las huellas digitales.

Una idea ajena es fecunda cuando hace las veces de punto de partida para otra idea que será propia. No puede ser de otra forma, porque el pensamiento funciona por bisociación, en arte y ciencia. Alguien se inventa la caldera de vapor y otro el motor de pistones, y ahí nace la locomotora. Alguien se inventa un sistema discreto de comunicación militar, otro lo socializa, otro el computador personal y ahí nace Steve Jobs Inc. Alguien canta la Odisea que es el viaje de un héroe ex patriado por la guerra en busca de recuperar el amor, y tres mil años después tenemos el Ulisses: un antihéroe paseante hastiado del amor doméstico. Algunos execran el revestimiento de ideas ajenas para convertirlas en argumentos propios, pese a que a veces un pequeño giro hará más viva o completamente opuesta y corrosiva una idea que era inofensiva, o irrefutable. Vila-Matas dice que la historia de la literatura universal comienza cada vez que alguien dice una frase y otro la entiende mal. En ámbitos académicos y de copyright se ha hecho fundamental la distinción de propiedad, porque una idea significa dinero. En ámbitos más paganos, al margen de los jugosos derechos de autor, no es tan necesario precisar a quién pertenece un chiste. Lo importante es quién lo cuenta con mayor gracia. Julio Ramón Ribeyro reflexiona en una de sus Prosas Apátridas: no nos pertenecen los temas, dice, simplemente las formas. Es decir que todo puede plagiarse, menos el estilo: la suma de vivencias y lecturas del autor que permiten una forma personal (única) de la expresión.

Ser completamente original es una pretensión ridícula. Para no ser influenciado literariamente habría que no leer, como Pedro Camacho, el personaje de Vargas Llosa que se ha leído un solo libro en su vida, 20.000 citas célebres, para no ser influenciado por la obra del prójimo.

Se es escritor por acto reflejo. Porque se ha leído. Y se logra ser uno de los buenos por lo mismo.

Copia certificada

Tal vez la influencia sea como los tumores: benignos o contaminantes según el autor que te influencie. Hay autores cuya influencia estimula y fertiliza la obra de otros, y hay autores que esterilizan el terreno, y cuya influencia es un cáncer en metástasis, una sombra pesada sobre el influenciado. Si tienes la suerte de que te influencie Borges, estás salvado, porque Borges es un autor que te da más ideas que formas, ideas que son puntos de partida para pensar las propias, y por eso siempre volvemos a beber de su fuente. Y eso que las ideas de Borges son un 80% ajenas y un 20% ficción. Pero si tienes la desgracia de ser influenciado por García Márquez, estás jodido. García Márquez es un autor invasivo cuyo estilo suntuario no puede ser elevado a más porque te caricaturiza. Al ser imitada esa prosa barroca que se apoya en el adjetivo e inversiones sintácticas y en irrupciones de lo sobrenatural en el realismo, arroja adjetivos mal logrados e hipérboles desafortunadas y argumentos insólitos que a nadie convencen, salvo a los lectores de Isabel Allende.

Karl Kraus escribió que no hay original si es mejor la copia. Es una frase redonda, que sin embargo proviene de las conversaciones entre Eckermann con Goethe, y aun así puede escoliarse. La idea privativa del original nace con el capitalismo burgués y el genio romántico, es decir en el siglo XVIII con la consolidación de las grandes casas editoras. La asunción del Yo creador y el contrato de edición en un mismo producto: el escritor como tipo social, y su firma como denominación de origen. Ambos aspectos suplantan a los antiguos artistas protegidos por la corte de los reyes europeos. El grado más alto de un artista medieval era ser el poeta de la corte. Cervantes murió convencido de que era un pobre diablo, porque no fue reconocido como poeta cortesano. Con el advenimiento de la burguesía, los escritores pasaron a ocupar el papel de genios, amparados en la fama y los sistemas de jerarquías burguesas que reemplazaron las consagraciones cortesanas. El original se volvió objeto de valor, una distinción de clase, un asunto de especialistas y de coleccionistas; el original se volvió una reclamación constante de autor a otros autores, porque es una forma de estar en el mundo, de no ser destronado. El valor del original lo otorgan desde entonces los peritos de la sociedad burguesa, los árbitros estéticos, los críticos, los titulares de derechos, los jueces colegiados, los guettos de erudición, los medios, las academias. Que la copia resulte en determinado caso más profunda, mejor organizada, más vívida que el original, es la prueba de que un solo hombre no puede agotar un tema. Ni en ciencia, ni en literatura, ni en filosofía.

En síntesis hay demasiados nombres nuevos para vinos viejos: influencias, plagios, copias, parodias, metatexto; sutiles fronteras por definir, por catalogar. Pero las variaciones de un tema son infinitas. Incluso hay variaciones en materia de plagios: los hay viles, pero también hay plagios del futuro, plagios de la realidad, plagios de la naturaleza, plagios descarados, plagios epifánicos, plagios paródicos, plagios catastrales, plagios hijueputas. No todos son voluntarios, ni deben ser penalizados. Es más lo que se ha perdido creativamente al penalizar y catalogar el plagio que permitiéndolo o dejándolo ser, porque a fin de cuentas, puestos a escoger entre dos damas, siempre elegiremos a Rapunzel más que a la Mujer Maravilla (y ellas siempre escogerán a Berlusconi más que a Robin Hood.)

Nota:
*Copia certificada, pelicula de Abbas Kiarostami (Copie conforme, 2010). Es puro drama conyugal, iniciado con una conferencia magistral sobre la copia y el original en el arte. El conflicto al interior de la película, por supuesto, es un drama auténtico disfrazado de escena teatral. Puede verse en Cuevana http://www.cuevana.tv/peliculas/2626/copie-conforme/.

*Andrea de Sarto copió la Gioconda de tal modo, dicen los peritos, que no puede saberse hoy quién pintó el original que tiene el Louvre, si éste o Da Vinci. En Los Modernos, de Alan Rudolph, el protagonista copia un cuadro impresionista que al final se confunde con el original. La marchante americana, que se queda con la copia, defenderá su cuadro como el verdadero, y el original será destruido.

by Stanislaus Bhor

es blogger y cronista independiente. Es autor de La balada de los bandoleros baladíes (2011) y miembro del consejo editorial de esta piara. Escribe semanalmente en Una hoguera para que arda Goya.

4 Replies to “Plagiar a Martin McDonagh”

  1. 3
    GERMÁNICO SPECTROR

    Recomendación: leer el concepto de obra de arte en las lecciones de Estética de Hegel, y de Walter Benjamin, la obra de arte en la época de la reproducibilidad técnica.

  2. 4
    Fernando Caicedo Albarello

    I. Desde hace un buen número de días estoy trabajando en las ilustraciones y la diagramación de un libro de narraciones. He leído sobre mapas, copias, ciudades, técnicas y literatura, también he leído algo de literatura artística para desarrollar estas ideas.

    II. Antenoche descubrí que plagian mis creaciones, las más artesanales y las que no inventé pero tampoco plagié. Combino técnicas antiguas de encuadernación para lograr mi propio estilo casero y artesanal, sin importar los materiales.

    III. Acabo de leer este texto y descubrí que los puntos I y II convergen en él (al menos para mí). Espero que alguien más lo disfrute como yo y se encuentre.

    IV. Deseo leer más del autor en ciernes y a Martin McDonagh.

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