Javier G. Cozzolino

Destaco tres de los libritos que más me gustaron en el año. Hubo más, pero quedémonos con estos.

Cuando ya no importe, Juan Carlos Onetti

Onetti respira cuando escribe y Díaz Grey respira cuando habla. Es una respiración afectada por la humedad y el desaliento, habitada por sapos horribles como todos los sapos, que son tragados una y otra vez por los que caminan por Santa María (o Santamaría como, preso por la tristeza, aquí el uruguayo escribe a su ciudad).

Con tantas teorías literarias que no entiendo, con tantas otras que desconozco y con tanto experimento inútil, volver a Onetti, así sea en este librito, ¡que no es menor a los anteriores!, es creer otra vez en los grandes temas, entre ellos, la tristeza. La tristeza: algo muy distinto al melodrama o a la declamación llena de lágrimas y pañuelos. La tristeza. La locura. La enfermedad. Y ese halo policial que todo lo recorre, tal vez porque la existencia se parezca demasiado, vista de lejos, a un amarillo folletín de quinta categoría que, no obstante, tiene su cierta belleza aun en un charco de agua sucia.

El hombre elástico y otros cuentos, Mauricio Salvador

En algún lugar apunté, tras leer El hombre elástico, que MS escribe acerca de los sucesos fatales, o no, que están por ocurrir; que esa es su forma de escritura. Una escritura del porvenir apocalíptico, o del encuentro, el sexo, la violencia o la continuidad de más de lo mismo.

También en ese mismo algún lugar escribí que, de alguna forma, MS escribe sobre el porvenir común a todos, la muerte, así sus cuentos no necesariamente traten de ella.

El resultado son personajes que sufren de la neurosis moderna del existencialismo en su variante menos pajera y más real, constituida por la alternancia entre la angustia y la ansiedad, más el encierro o el desdén como atemperantes necesarios de los primeros dos elementos (porque este libro no es un libro ni que angustie ni que dé ansiedad ni que se aproveche de los golpes de efectos ni de aquellos otros por debajo de la cintura; es un libro hecho para ser leído y disfrutado; quien busque aquí tiros y escenas pornográficas sentirá, horrible engendro, una enorme desilusión).

Dos caminos, Paul Medrano

Copio parte de mi reacción (también apuntada en alguna parte) de cuando dejé Dos caminos. «No la pude dejar de leer (…) porque la novela de Paul Medrano combina dos cualidades envidiables: una buena historia, una mejor forma de escribirla. Sin altisonancias, sin esnobismos, sin demagogias baratas. ¿Es una novelita de narcos? Sí. ¿Otra más? No. Medrano se encarga de ello. ¿Cómo? Con estilo, con los giros y puntos de vista que alterna, con la polifonía que se sucede y asimismo con la descripción quirúrgica de escenas de desesperación, sexo, violencia. Narrar lo inenarrable (como lo es el terror) no es materia fácil. Es fácil caer en el pecado del sentimentalismo y la lágrima o bien en cierta masturbación mental. Medrano no cae, Medrano es virtuoso. Los narcos somo como dioses griegos que se agarran a las trompadas victimizando humanos y lo que a su paso se les cruza. Los narcos de Medrano (y los de México, porque yo a través de Medrano he aprendido más de México que leyendo los diarios) son víctimas de pasiones encontradas y también seres inescrupulosos, como es que han de ser en la realidad, como es que se muestra la mujer de Zeus en su versión romana (…) cada vez que encuentra que su marido se va de aventuras con ninfas y otras hembritas.»

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