Goodbye Blue Monday

Joder. La puerta no está cerrada. La abro de un empujón. Está inmóvil, tirado encima de un pequeño colchón que está justo en el centro del apartamento estudio. Digo su nombre en voz alta antes de entrar, temeroso de despertar a la bestia beoda. «¡Ya está bien!», digo entonces con un grito.

La puerta se cierra con un portazo. «Esta mierda tiene que acabarse». Le agarro del pie, le doy un buena sacudida y sigo con mi sermón. «Te quiero, pero ya has perdido el control. Mamá y Papá están esperándonos en el restaurante, y he tenido que venir para sacarte a ti y a tu culo de borracho de la cama. ¡Joder, que ya son más de las doce!» Me voy a la cocina, lleno un vaso con agua y lo llevo hasta la mesa camilla. «Es el cumpleaños de Papá. ¿Que no puedes dejar de ser tan egoísta por una vez en tu vida?» Le pego un sorbo al vaso.

El apartamento está atípicamente limpio. Ni una sola botella de cerveza vacía. No está el típico cenicero improvisado al lado del portátil. Si me giro hacia la cocina, resulta que no hay ningún plato en el fregadero. Tampoco hay restos de pizza a medio comer en la encimera. Y la cama está en el centro de la habitación. De una silla cercana cuelgan un traje y una corbata.

«¿Karl?» Le doy una fuerte sacudida a mi hermano. Está frío. De su mejilla gris azulada se desprenden unas escamas resecas de vómito.

Al lado de un vaso grande, que no ha sido lavado en mucho tiempo y que reposa en la moqueta hay una nota doblada por la mitad. Simplemente dice: Goodbye Blue Monday.

***

«Sabes, tu hermano era un auténtico capullo», me dice Corrine mientras aspira el humo de la última calada de su cigarrillo.

Tira la colilla al piso y lo aplasta contra la acera, delante de la funeraria. «Pero no fue por eso que rompí con él.» Enciende otro pitillo sin ofrecerme uno. «Es muy probable que el muy capullito haya hecho esto solo por revancha. La peor onda que pudiera dejar. Pues sí, yo le jodí la vida, de manera que ahora quiere que yo pague. Era tan egoísta. Segura estoy de que ni siquiera dejó una nota.» Hace una pausa momentánea en el momento en que pasa mi prima por nuestro lado. «Menudo gilipuertas, pero qué arrogancia la suya. Según él, esto debía ser la mayor de las ironías. Un escritor que ni siquiera sabe escribir una nota de suicida.»

Saco la nota del bolsillo y se la paso a Corrine. Se aparta el flequillo de la frente y se ajusta las gafas no regladas de montura roja. «Ni siquiera era un buen escritor.»

«¿Qué significa?»

«¿Quién sabe? En realidad me da igual. Conociéndole, será probablemente de alguna canción casi desconocida, de algún grupo todavía más desconocido.»

«No, hace meses que dejó de escuchar música. Dijo que había perdido todas sus canciones favoritas durante la separación.»

«Hay que ver. Qué dramático.» Corrine pone los ojos en blanco. «Y qué poético. Me sorprende que el muy cabrón, con lo engreído que era, no terminara consigo mismo cortándose las venas en una bañera.» Se saca una petaca del bolsillo del bolsillo de la camisa de franela y pega un traguito. Enciende otro pitillo. «Era un cliché, el tipo. Quiero decir, mira que matarse a los 27 años, ¿quién se pensaba que era, Kurt Cobain?» Una vez más, Corrine dice que mi hermano muerto era un capullo, y entonces se aleja.

***

Toxicología confirmó lo que ya sabía –que había molido todas las medicinas de receta que tenía en su posesión y se había tomado el cóctel junto con un vodka. Paxil, Xanax, Remeron, Trazadone, Ambien, Seroquel y Valium.

Se asfixió con su propio vómito y murió. Es lo que le cuento a Ray. Está a mi lado, junto al ataúd abierto.

«Joder», dice. «No tenía ni idea de que estuviese tan… deprimido.» El apretón de manos pasa a convertirse en un abrazo. «Cuánto lo siento, tío, de verdad que lo siento. Yo quería a tu hermano. Como a un hermano.» Un incómodo silencio atraviesa la habitación vacía. Le enseño la nota.

«No sé, tronco. A lo mejor Blue Monday es una nueva droga. Joder, con Karl nunca se sabía.» Me devuelve la tarjeta y se queda enfrente de mí como un auténtico tarugo, mientras estudio las letras de las palabras en la nota, hasta que finalmente vuelve a hablar. «Sé que éste no es el mejor momento, pero… es que… esto… Karl me debía dinero.» Ray clava la mirada en la moqueta verde. Yo me quedo mirando la furibunda calavera que él lleva tatuada en el cuello. La camiseta negra que lleva puesta está toda arrugada.

«Coño, Ray.»

«Tío, lo siento, pero yo le pasaba dinero todo el tiempo, y… tú ya lo sabes… no es que le gustara precisamente pagar lo que debía.» Me mira a los ojos, mientras los suyos se le llenan de lágrimas. «Tengo que pagar el alquiler.»

«Hostias.» Y vacío entonces mi billetera en su mano abierta.

«Gracias, tronco.» Ray vuelve a darme un abrazo. «Gracias, colega.» Y mientras se aleja, dice: «Tu hermano era un colega dabuten, un tío de primera categoría.» Alguien tose en la parte trasera de la sala, «Cómo mola.» Yo sacudo la cabeza y cierro el ataúd.

***

«No comprendo por qué no podía mantener un trabajo como Dios manda», me dice la prima Sylvia. «Quiero decir, era un chico tan listo, pero tan tonto para la vida. Es que… lo que le hacía falta era un trabajo a tiempo completo, y entonces podría perfectamente haberse permitido un piso decente, en Lincoln Park o en Old Town, o incluso en River North. Eso es lo que hace todo el mundo.» Vuelve a leer la nota. «¿Blue Monday? Blue Monday. ¿No es una bebida, un cóctel?»

El silencio impregna el aire.

«Acuérdate de aquella vez», prosigue. «Acuérdate de cuando le dijo a mi padre que era un cabronazo filisteo de poca monta, porque Papá comentó que uno de sus cuentos, el que apareció en el New Yorker, era demasiado vulgar.» Se produce una risita embarazosa. «¿Volvió a publicar algo después de aquello?»

«No. De hecho, su agente lo dejó ir.»

«Oh. Vaya. Bueno… no me gusta hablar de estas cosas, pero es que… hace cosa de un año…»

«¿Te viene bien un cheque?»

***

El sacerdote acorta el funeral cuando mi madre se lo pide. Colocamos a mi hermano bajo tierra. Yo tomo un taxi hasta el bar encima del cual vivía Karl, Chinaski’s. Era de esperar: mi hermano frecuentaba un bar bautizado con el nombre de un personaje de Bukowski. Él siempre dijo que era un factótum. Apenas hay distinción entre eso y ser un vago. Corrine tenía razón.

Solamente un cliché de escritor o lo que fuera que se considerase mi hermano viviría en un lugar como Wicker Park o Bucktown, o como demonios se llame este lugar donde estoy.

Me siento en un taburete, pido un whisky, y saco del bolsillo de la americana la tarjeta con la nota. En la pared hay un cartel que anuncia que los lunes puedo comer todo el tocino que quiera. «Goodbye Blue Monday», digo, y me tomo el whisky de un trago. Me pido otro. Cuanto más whisky bebo, más críptico me parece el mensaje. Escudriño la gramola en busca de una canción con ese título. No sirve de nada. Tiro la nota encima de la barra. El camarero ya tiene otro whisky dispuesto delante de mí. «Goodbye Blue Monday», dice, y se aleja.

Chicas con cortes de pelo asimétricos, y chicos con vaqueros muy ceñidos levantan sus latas extra-grandes de cerveza.

«Oye, disculpad», les digo. «Disculpadme. ¿Sabéis qué quiere decir eso?»

«Sí, claro, eso es de El desayuno de los campeones. El libro favorito de nuestro colega Karl. Él se sentaba aquí a dibujar bocetos de Vonnegut en las servilletas. Goodbye Blue Monday. En realidad, creo que es el título de la novela. El bueno de Karl. Era un gran tipo. Un escritor cojonudo.»

Los chicos y chicas que están en la barra vuelven a levantar sus cervezas con sus brazos tatuados. Inclinan sus rostros  perforados por los piercings y sus marañas de pelo sin lavar.

«Karl era un buen tipo», reitera el camarero. Levanta la tarjeta con la nota. «¿Lo conocías?»

«No», le digo. «Supongo que no.»

by Benjamin Smith

vive en Chicago, donde trabaja y deambula por las calles catalogando el comportamiento humano en www.heybensmith.com

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