Democracia, de Pablo Gutiérrez

Cien páginas

Cuando la revista Granta escogió a Pablo Gutiérrez entre los mejores narradores jóvenes en español había publicado poco más de cien páginas de difusión minoritaria: la novela Rosas, restos de alas (La Fábrica, 2008), después rescatada por Lengua de Trapo. Al jurado de Granta le resultó suficiente, y en ello hay que admitir su olfato, porque esa novela excepcional, poderosa, directa, dueña de una visión propia y sin lugar al decaimiento era, en efecto, el punto de arranque a una carrera muy personal.

Nada es crucial, publicada por Lengua de Trapo al tiempo que Granta sacaba a la luz su veredicto, confirmaba que Pablo Gutiérrez tenía voz propia y la capacidad de crear no solo mundos subjetivos propios, como en su primera novela, sino también sociales, si bien a quien esto escribe le pareció un relato más previsible, de menor pegada. La historia de una pareja en aquellos años ochenta de jeringuillas y descampados conquistó a la crítica por su -lo diremos así- distanciamiento cercano. El narrador, situado en la distancia de una mirada cáustica, sin aparentes complacencias, sin piedad hacia la ciudad ni sus habitantes, apenas retratados según características arquetípicas, destilaba sin embargo humanidad y cercanía. En esencia, es la misma mirada que encontramos ahora en Democracia, publicada por Seix Barral.

Lo personal es político

El asunto aquí es, sin embargo, de plena actualidad, y desde luego de una ambición mayor. Democracia trata de mostrar, por un lado, cómo la crisis sistémica, con el detonante de la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008, afecta a las vidas cotidianas, y por el otro cómo esa crisis es en realidad una estafa consumada por culpables de nombres y apellidos.

La mirada cáustica de Pablo Gutiérrez cae en esta ocasión sobre Marco, joven, casado, hipotecado y con un buen puesto de trabajo que pierde de la noche a la mañana, pero también sobre la ambigua figura de George Soros, impostor financiero donde los haya, capitalista sin escrúpulos vestido de filántropo, mago que da con la receta universal: convertir en datos a las personas. A través de esas dos historias, narradas a modo de fábula ejemplarizante, encontramos más personajes que, en contra de lo que parece ser la intención de su autor -ofrecernos más caras de un complejo poliedro-, acaban por desaguar el cauce narrativo en meandros de poco interés.

El meollo de la novela radica en cómo decisiones personales de quienes alimentan el mercado financiero acaban devastando vidas, victimizando a ciudadanos de a pie. Marco pierde su trabajo y casi de inmediato se aboca a una depresión destructiva. En otras palabras, más allá de las consecuencias materiales de su despido laboral, lo que descubrimos es que Marco no es capaz de configurarse subjetivamente al margen del trabajo. Las pistas que se nos dan para comprender esto, y que tienen que ver con su infancia a cargo de una madre soltera de amor ambivalente y el talento absorbente de Marco para el dibujo, resultan del todo insuficientes para que el descalabro emocional sea creíble.

La sátira insuficiente

A medida que la novela avanza es el tono satírico el que va predominando hasta acabar en una suerte de esperpento poco convincente, con pandilla de freaks incluida. Se diría que el manantial del que brota la historia, esa urdimbre de crisis personal y estructural, se secara y su autor solo encontrara una salida: tirar de su innegable ingenio. Esa salida, en un escritor de sus dotes, hace que la novela fluya sin mayores contratiempos en el ritmo y el tono. El problema es otro: de pronto la historia resulta artificial. Empezamos a tener esa sensación de “esto solo ocurre en las novelas”: virajes forzados -la decisión de grafitear la ciudad-, personajes traídos por los pelos -la pandilla “antisistema”-, resoluciones inverosímiles -la familia de adopción-, etc.

Los efectos de la crisis en Marco -apuesta principal de las primeras páginas-, la responsabilidad de los actores secundarios en esa crisis -idea latente en cada párrafo-, pierden fuerza en favor de un argumento, más vertebrado en su trama, tal vez, pero despojado de la musculatura de su tema.

Pablo Gutiérrez, con todo, conquista un lugar ganado por derecho propio en la narrativa actual, mantiene el elevado listón con el que se había presentado y demuestra que hay una forma de acercarse a la realidad social más acuciante desde oteros no transitados anteriormente. Se agradece enormemente la presencia de autores como él.

by Santi Fernández Patón

nació en 1975. Es miembro de La Casa Invisible de Málaga (España), una de las iniciativas de gestión ciudadana más relevantes de la última década. Ha publicado las novelas Miembros fantasma (Hakabooks.com, solo en edición digital) y Grietas (XIX Premio Lengua de Trapo de Novela). fernandezpaton.net

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