Librerías:

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Escrito con la complicidad de Jorge Carrión, quien accedió a dialogar con esta crítica sobre Librerías, su último ensayo recién publicado por la editorial Anagrama.

Miguel Espigado: Con un libro dedicado a las librerías, los libreros te van a querer mucho. Auguro buenas posiciones en mesas de novedades y escaparates.

Jorge Carrión: Espero que entiendan que no podía hablar de todas las librerías del mundo. Y que engordar el libro con alusiones a librerías de Barcelona o de España era traicionar su espíritu cosmopolita…

ME: Desde el inicio, Librerías se confiesa como un ensayo literario, libre y creativo. Como método, se usan varios métodos, y como estructura, se superponen diferentes criterios. Se alude a la teoría del «trapero» de la historia, de Walter Benjamin. Pero me interesa más saber qué has sentido con esa libertad. Abres la primera página con Montaigne: «si alguien va a la búsqueda de ciencia, que la coja allí donde esté. Por mi parte, de nada hago menos profesión. Esto son mis fantasías, y con ellas no intento dar a conocer las cosas, sino a mí mismo.» Yo he notado que el libro va por donde tu amor por las librerías te ha llevado, escrito con los vientos más a favor que en contra. Creo que una justificación oculta de su estructura es que has escrito Librerías por placer.

JC: Es verdad. La escritura de este libro ha sido mucho menos tormentosa que el de mis otros libros, mucho más placentera. Volví de un viaje a Venezuela, tenía unos meses por delante sin clases ni artículos, mi mujer trabajaba y tenía la casa y el Mac para mí solo. Podía escribir doce, catorce horas. Se trataba de relacionar el archivo de tarjetas, postales, fotografías, libros y apuntes sobre librerías, que había ido acumulando durante quince años, con mi biblioteca personal. Pensé rápidamente en Montaigne como modelo. Un modelo más libre que Borges o que Paz. La lógica del trapero, con los despojos de la cultura occidental (las librerías sin conciencia de ser espacios importantes, como los museos o las bibliotecas), que se relaciona con la lógica de la asociación libre de ideas.

ME: Decíamos que Librerías no sigue uno, sino varios métodos de escritura que se superponen. Por primera vez en un libro has fusionado escrituras que antes habías practicado por separado. Hay una parte de ensayo de investigación, hecho a base de fuentes y búsquedas, pero también hay mucha crónica de viajes y teoría cultural.

JC: No sé si por primera vez. Si recuerdas La brújula, en ese libro, tras las crónicas de viaje literarias había cuatro ensayos sobre literatura que también tenían forma de crónica. Eran sobre Américo Castro, Saul Bellow, Edgardo Cozarinsky y Roberto Bolaño. Estos dos últimos autores también son muy importantes en Librerías. Pero sí es cierto que mis dos ensayos anteriores eran más ortodoxos: Viaje contra espacio, académico; Teleshakespeare, poético y espero que libre, con asociaciones constantes a la literatura, al cine y al cómic, pero sin más viaje que el que asoma en el epílogo, cuando confieso que comencé a consumir series en Chicago. No lo puedo evitar: siempre aparece en lo que escribo Buenos Aires, Chicago, Mataró, Barcelona, mi topografía personal.

ME: Tus lectores habituales reconoceremos en Librerías una trayectoria muy similar al periplo vital e intelectual que has volcado en tu literatura desde que empezaste a viajar, que, si no me equivoco, también fue cuando empezaste a escribir…

JC: En realidad escribo novela desde que tenía ocho o nueve años. En la adolescencia acabé un par. Y a los 19 me presenté a un premio de ciencia-ficción con otra, de unas doscientas páginas. Pero sí es cierto que la mayor parte de Ene la escribí en Guatemala. Y que comencé a escribir en serio cuando me fui a viajar por América Latina…

ME: Parece que llevaras escribiendo Librerías toda tu vida [1. «más que con un pasaporte, me encontré con un mapamundi el día en que al fin desplegué sobre mi escritorio todos aquellos sellos (tarjetas, postales, apuntes fotografías, cromos que había ido metiendo en carpetas después de cada viaje, a la espera de que llegara el momento de escribir este libro). Mejor dicho: un mapa de mi mundo. Y por tanto sometido a mi propia biografía.»]. Quizás primero solo era una pulsión espontánea, una curiosidad que fue dejando memorias y rastros documentales. En algún momento apareció la idea de que ese rastro constituía un libro. Y un día te pusiste a ello.

JC: En efecto. De niño coleccionaba sellos, después comencé con los puntos de libro, pero la única colección sistemática de mi vida ha sido la de librerías. Visitarlas, recopilar datos, coleccionarlas. Tengo que confesar que no he sido todo lo sistemático que hubiera debido ser. No tengo fotografías de todas, por ejemplo.

ME: Supongo que el protagonista del libro es un lector explorador fascinado por las librerías, algo fetichista y friki en el sentido que los españoles damos al término. Hay algo friki en el viajero que rastrea librerías en los lugares más recónditos del mundo, las pasea de arriba abajo, incluso cuando están en idiomas y alfabetos incomprensibles. Recuerdo unas notas de Sebald que tú recomendaste para alumnos de literatura creativa. Ahí decía el alemán que a los personajes de las novelas les quedaban muy bien las patologías extrañas. No sé si la psiquiatría ha catalogado esta locura o mitomanía librera del Jorge que protagoniza Librerías.

JC: Tal vez si hubiera escrito el libro de un modo más consciente hubiera trabajado mi narrador de otro modo. Pero es un narrador espontáneo, sincero, casi sin elaboración. Podría haber emparentado el friki de Teleshakespeare con el de Librerías. De hecho, es el mismo que se leyó todos los libros de Juan Goytisolo y de Sebald, y sobre Juan Goytisolo y Sebald, el que vio todas las series y visitó todas las librerías. O todo lo que fue capaz. Me interesa esa idea de intentar agotar un tema. Me interesa la lectura sistemática. Me han invitado a un congreso en Buenos Aires el año que viene sobre Cortázar y espero que sea la excusa perfecta para leer su obra completa.

ME: Sin embargo, acabas hasta desmitificando tu propio libro, tu propia fascinación. En Librerías hay un esfuerzo implacable por denunciar cualquier apasionamiento que trastoque el valor real de las cosas, que distorsione la historia para que cuadre con nuestra necesidad de intensidad, de grandeza, de mantener un plano idealista donde quepan los mitos. Llegas a la autocrítica denunciando tu propio fetichismo [2. «el arte y el turismo se semejan en la necesidad de la existencia de esa señal luminosa, lo que atrae al lector hacia la obra.»
«¿Qué fue lo primero que hice al llegar a Sidney? Buscar una librería y comprarme una edición de bolsillo de The songlines de Chatwin (…) Al día siguiente visité Gleebooks y estampé uno de los primeros sellos de mi pasaporte invisible, que en aquella época (mediados de 2002) tenía un sentido, digamos, trascendente para mí, peregrinaba a las librerías, a los cementerios, a los cafés, a los museos, templos de la cultura moderna que adoraba todavía.»]. París sin mitos, el capítulo donde desarrollas al máximo esa visión, me parece clave; un giro argumental destinado a cambiar la visión que el lector ha ido construyendo en su cabeza en torno a lo que se cuenta.

JC: Ya lo he visto en tu foto (¿lápiz azul?). Aunque la escritura fuera espontánea, la estructura que fui construyendo fue articulada de un modo bastante retorcido. Se trataba de reseguir la historia de las librerías (desde la Antigüedad greco-latina, en la Atenas de hoy, hasta el siglo XXI de los e-books, en el último capítulo), de mitificarlas y desmitificarlas, de relacionarlas con algunos temas clave (el turismo cultural, el prestigio de ciertos libros y autores, las mutaciones espaciales, etc.) y de entenderme en mi propia biografía. Además, cada capítulo está tramado como un cuento. Quiero decir, que tiene su propia estructura literaria.

ME: Ahí entra lo que yo considero una de las singularidades de tu pensamiento, y es la capacidad para devolver las cosas a una interpretación realista, bien ponderada, más ajustada a su valor real, desinflando burbujas de valor simbólico. Lo haces a través de un trabajo de investigación y razonamiento que la mayoría prefiere soslayar en beneficio de seguir alimentando (y alimentándose de) el mito. Esa me parece una de las misiones claras para el intelectual del siglo XXI, después de un siglo tan plagado de mitos como fue el XX.

JC: En la presentación de La brújula, precisamente, Eloy Fernández Porta dijo que en esos cuatro ensayos sobre escritores yo siempre mencionaba algún aspecto negativo. La crítica cultural no se puede basar sólo en el elogio, siempre hay algún aspecto mejorable. O sombrío. Hablar del turismo sexual de los filósofos franceses y de los escritores norteamericanos en Tánger me permite introducir la crítica a Shakespeare and Company. Se trata de intentar ver los mitos como tales, primero, para luego desmantelarlos. Si entras a saco, contra ellos, el lector que no ha pensado en ellos desde esa otra perspectiva se te pone en contra. Tienes que acompañarlos en el proceso intelectual. Que es el que tú has seguido: a mí me deslumbró Shakespeare and Company durante mi primer viaje a París, tardé años en entender sus luces y sus sombras.

ME: La desmitificación de Librerías llega al punto de atacar hasta la propia fantasía del conocimiento heredado del positivismo histórico [3. «Así funcionará este libro: proponiendo tanto el consuelo de las lecturas ordenadoras como las digresiones o contradicciones que inquietan o amenazan, reconstruyendo tradiciones posibles y recordando al mismo tiempo que no se habla más que de ejemplos, de excepciones de un mapa y una cronología de las librerías que es imposible reconstruir, que está hecho de ausencias y olvidos, proponiendo analogías y sinécdoques, colección de fragmentos áureos y de despojos de una historia o de una enciclopedia futura imposible de escribir.»]. Me sonó a advertencia para determinado tipo de lector de ensayo adicto a las casillas.

JC: Al contrario que con las bibliotecas o los museos, sobre los cuales podría reconstruirse una historia bastante completa, con las librerías nos tenemos que conformar con las ruinas, los fragmentos. Muchas han desaparecido sin dejar rastro alguno. Escribir una enciclopedia sobre ellas sería tan difícil como hacerlo sobre sastrerías o astilleros.

ME: Con todo, Librerías no escapa al magnetismo de las celebrities; Borges, Bolaño, Che Guevara, Hitler, Hemingway, Burroughs… Sin embargo, para mí sus personajes más fascinantes son los libreros. Desde ese judío convertido en oráculo que atiende en un café a los buscadores de libros en la Viena de entreguerras, a Sylbia Beach, embajadora de la época dorada de la literatura en París a mediados del XX, o los Gerofi, nodos del Tánger de Paul Bowles.

JC: Escribir sólo sobre libreros no tenía sentido, porque su trabajo es ser intermediarios sobre los escritores y nosotros. Pero sí que intento crear varias líneas de personalidades del mundo de la cultura y de la política, situando en paralelo la de una tradición de libreros que merece la pena reivindicar. No es casual que muchos de ellos sean hijos, incluso nietos, de libreros. Es rarísimo que nunca nadie hubiera escrito sobre ellos (o tal vez yo no haya sido capaz de encontrar esos textos).

ME: Otra cosa que me gusta mucho de Librerías es que, pese a su declarada libertad, el autor se pone al servicio del tema y no al revés. Das un paso atrás, y te conviertes en un trapero de la historia. Me parece un trabajo intelectual más duro y valioso que el de quien utiliza un tema para volcarse en la originalidad de pensamiento. Aprecio más la investigación para construir un relato personal basado en la búsqueda de información, que los ensayos que se dedican a amasar abstracciones con la información fortuita que el filósofo atesoraba previamente en su cabeza.

JC: Gracias. Tengo suerte. No soy librero. Tampoco soy historiador cultural. Soy un viajero que lee, un escritor que viaja, alguien que se ha acostumbrado a analizar críticamente textos y espacios. Si fuera librero hubiera caído en la trampa del yo; si fuera historiador, nunca hubiera acabado de escribir este libro.

ME: También hay un pequeño lugar para la teoría. Cuando la comparas con la biblioteca, encuentras una veta de pensamiento fructífera.[4. «Mientras que el bibliotecario acumula, atesora, a lo sumo presta temporalmente la mercancía -que deja de serlo o congela su valor-, el Librero adquiere para librarse de lo adquirido, compravende, pone en circulación. Lo suyo es el tráfico, el pasaje. La Biblioteca está siempre un paso por atrás: mirando hacia el pasado. La librería, en cambio, está atada al nervio del presente, sufre con él, pero también se excita con su adicción a los cambios. Si la Historia asegura la continuidad de la biblioteca, el Futuro amenaza constantemente la existencia de la librería. La biblioteca es sólida, monumental, está atada al poder, a los gobiernos municipales, a los estados y los ejércitos (…) La librería, en cambio, es líquida, temporal, dura lo que su capacidad para mantener con mínimos cambios una idea en el tiempo. La biblioteca es estabilidad. La librería distribuye, la biblioteca conserva. (…) La librería es crisis perpetua, supeditada al conflicto entre la novedad y el fondo, y justamente por ello se sitúa en el centro del debate sobre los cánones culturales.”
«La historia de las librerías es muy diferente a la historia de las bibliotecas. Aquellas carecen de continuidad y de apoyo institucional. Son libres gracias a las respuestas mediante iniciativas privadas a problemas públicos, pero por la misma razón no son estudiadas, a menudo ni siquiera aparecen en las guías de turismo ni se les dedican tesis doctorales hasta que el tiempo ha acabado con ellas y se han convertido en mitos.”]

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JC: Son sólo apuntes, a la manera de Walter Benjamin, mi otro gran referente para este libro junto a Montaigne. Recuerdo la lectura frenética de su Libro de los pasajes en los vuelos de mi último viaje a Australia. Miré los pasajes y las librerías de Melbourne, una ciudad que no conocía y que me fascinó, gracias a esa luz.

ME: Por el contrario, mantienes un tono crítico casi imperceptible hacia la política de las librerías. Se habla mucho de sus virtudes como agente cultural, pero muy poco de sus carencias, y apenas nada de sus defectos como agente comercial. No se ahonda en el análisis crítico de las condiciones materiales de la librería en la actualidad y su incidencia en el sistema literario. En este aspecto Librerías no muestra ninguna ambición.

JC: Me pareció que era meterme en camisa de once varas. Tenía que contar la historia de la gestión empresarial de las librerías, que sí está muy documentada, hablar del problema de la distribución, explicar el sistema de depósito, comparar cómo funciona en cada país, etc. De la historia cultural y la crónica de viajes me desviaba hacia la historia económica, decidí no hacerlo. Pero sí que dedico un capítulo a las cadenas de libros y a su transformación en multinacionales.

ME: La conclusión que saco de la lectura total del libro es que la mayoría de las librerías no tienen planteamientos profundos, y no admiten mucha reflexión. Cuando se centra la atención en la mayoría de ellas, solo es reseñable lo anecdótico, lo enciclopédico. Algunos capítulos que se cargan de nombres y descripciones, para dar cuenta de una gran cantidad de librerías en pocas páginas, se acercan a la guía de viajes.

JC: Ese era el gran peligro del libro. De muchas librerías no hay más que datos: año de fundación, dueños, domicilios, algún visitante ilustre. Es dificilísimo encontrar historias. Muy pocos libreros importantes han escrito sus memorias o han dejado largas entrevistas sobre su negocio. Quité mucha información, pero tuve que dejar también grandes cantidades de datos, porque ese trabajo no está hecho y tengo que pensar en quien venga detrás y quiera seguir alguno de los hilos que yo tiendo. Por otro lado, el libro es una guía de viajes. Por eso insistí en que hubiera índice onomástico.

ME: El penúltimo capítulo parece casi una dedicatoria. Citas todas tus librerías fetiche. Creo que tus amigos libreros van a ser muy felices de encontrar su nombre ahí.

JC: No entendía lo de “entrevista crítica”. Ahora lo entiendo. Quiero creer que no es una concesión, ni siquiera un homenaje, sino un capítulo coherente en que examino la dimensión cotidiana del fenómeno, porque en el libro siempre estoy viajando, pero la mayor parte de mi experiencia (de nuestra experiencia) con librerías ocurre en la ciudad donde vivimos. Menciono a libreros con quienes nunca he hablado, como José Batlló o Paco Camarasa; y ese es otro tema, el de mi timidez para hablar con libreros, a sabiendas que esa conversación algún día acabaría en un libro. No hablo de ello, por eso que te comentaba sobre la poca reflexión sobre la voz narrativa, pero debería haberlo hecho.

ME: Librerías brilla cuando se conecta a la historia o la literatura. Cada lector encontrará su capítulo; el mío es Librerías fatalmente políticas. Ahí se palpa la importancia capital que algunas jugaron en países que perdieron su libertad de expresión y se sometieron a un férreo control estatal, como la Unión Soviética o Alemania Oriental. Ahí también se inserta una de esas verdades que utilizas para desestabilizar idealizaciones asentadas, cuando descubres a Hitler como un gran lector y escritor. De forma subrepticia haces caer otro mito; no el de Hitler, sino el del lector como figura humanista que desarrolla sensibilidad y empatía hacia los seres humanos. El final del capítulo redunda en ello [5. «Mucho se ha recordado el gusto por la música clásica de los responsables nazis de los campos de exterminio; casi nadie tiene presente, en cambio, que quienes diseñaron los mayores sistemas de control, represión y ejecución del mundo contemporáneo, que quienes demostraron ser los más efectivos censores de libros, eran también estudiosos de la cultura, escritores, grandes lectores, en fin: amantes de las librerías.»]. Se trata un giro importante del argumento sumergido de la historia que cuentas. Se apuntalará poco después aclarando lo mismo de otro dictador genocida: «Pinochet: el lector, el escritor, el amante de las librerías».

JC: No me extraña, viviendo como vives en Pekín. La cultura funciona por repetición. Si escribes en piloto automático, repites los tópicos. Se trata de escribir pensando y de cuestionar o incluso refutar lo que creías saber. Se habla siempre del amor de los altos mandos nazis por la música clásica, pero no se menciona que eran grandes lectores de Goethe. Me dediqué a buscar librerías en las biografías de Hitler, Stalin, Mao, Castro o Pinochet. Y las encontré.

capítulo clave

ME: El libro también tiene un final algo dramático, que llega con un anuncio trascendente: «algunas librerías, remotas si el radio se mide desde Barcelona, se encuentran en el fin del mundo. Pero todas, absolutamente todas, se encuentran en un mundo que tal vez llegue muy, muy lentamente, a su fin». Librerías quizás quede como un libro que dio cuenta de un fenómeno en un clímax que, como todos los puntos álgidos, comienza inevitablemente a decaer. Quizás dentro de 50 años una emulación de tu viaje ya solo sea posible como arqueología.

JC: Quién sabe. Tal vez lo que haya desaparecido sean las superficies comerciales dedicadas a libros, pero sobrevivan las librerías pequeñas, como exquisitas enotecas, o las librerías de viejo, como tiendas de anticuario. Creo que moriremos sin haber asistido a una desaparición total.

ME: Para terminar, me gustaría saber cómo sería la librería de Jorge Carrión.

JC: Muchas veces fantaseo con una librería pequeña, que fuera al mismo tiempo una bodega y una escuela de cocina. En ella sería muy importante el storytelling, que es lo que puede unir la literatura con el vino y con la restauración. También fantaseo con una librería minúscula, en un pasaje de Barcelona que es absolutamente benjaminiano. Pero es más realista pensar que podría asesorar a libreros, si algún librero estuviera interesado en ello (en verdad, me siento como un intruso: en la teoría del viaje, en el estudio de las series, en las librerías, ahora).

by Miguel Espigado

nació en Salamanca en 1981. Es autor de las novelas Superego, La ciudad y los cerdos y El cielo de Pekín. Ha sido crítico de la revista Quimera, y codirigido el blog Afterpost. Ha trabajado como profesor de lengua y cultura española en la Universidad de Liberec, y actualmente ejerce en la Universidad de Pekín y el Instituto Cervantes. Publica gran parte de su obra en El espígado

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