Me & I

Mira, déjate de metáforas, no te vayas a la alegoría,

di lo que tienes que decir.

Carlos Pardo [1. El vermut de Kiko Amat # 10, Carlos Pardo, Gent Normal, 15-Enero-2015]

 

No es exactamente un tono confesional aquí, lo que marca la diferencia -a mi juicio- con textos previos de Gabriela Wiener (Lima, 1975), sino más bien el afán de testimonio, de dejar constancia de las cosas (pero sin provocarlas; no se dinamiza la experiencia, vaya, sino que se coadyuva en su construcción). Una voluntad informativa, como bien dice Patricio Pron [2. Patricio Pron, Actualizaciones X, El Boomeran, 27-Mayo-2015] , de ser “más literal que literaria” [3. Gabriela Wiener en entrevista con Luis Alemany, «Mis libros me vuelven más loca», El Mundo, 23-Diciembre-2014].

La propia autora, en la advertencia del libro, lo denomina su “vicio de documentar lo que me rodea con la esperanza de que al relatarme alguien más se sienta relatado” (p. 8). En un sentido general, yo diría que es una conjura contra el temor a desaparecer, y que se enuncia desde la amargura de los tiempos muertos (de los que la vida adulta está llena). En este sentido, no es un libro de maduración, sino de decrecimiento (entendida la dilación en tanto que “una forma de defensa personal” (p. 120)). Un libro en el que Gabriela Wiener, a fuerza de contarse a sí misma, espanta la tragedia de no poder ser otra. O dicho de otra manera: indaga en las posibilidades de ser ella misma, ensaya, pues un yo caleidoscópico. Y, así, paradójicamente, se invisibiliza (llenándose de tiempo).

Los temas de Wiener no han cambiado, pues siguen siendo los tres más o menos de siempre: “la familia, el sexo, el amor” [4. «Gabriela Wiener desnuda sus miedos en ‘Llamada perdida’, su tercer libro», Publimetro (Perú), 21-Julio-2014]. Y, entre estos, uno que tiene una centralidad ineludible, el dilema existencial por excelencia:

«¿Cómo encajar la libertad individual con la plenitud afectiva?» (p. 111).

El gonzo aquí queda más matizado, aunque sigue presente, pero hay menos performance y más conformidad con los hechos, lo que deja más espacio a la intimidad. Por ponerlo en sus propios términos, hay menos “desnudos injustificados” (p. 122).

Llamada perdida se divide en cuatro bloques: Llamadas de larga distancia, Llamadas personales, Llamadas perdidas y Llamadas a cobro revertido. En total: 17 textos, más un cómic que viene a funcionar como addenda, “Todos vuelven”, una variación gráfica de una crónica en la que la autora da cuenta del retorno al Perú de su mejor amiga, Micaela, su marido, Sergi, y el hijo de ambos, Maiku. Y este es un tema importante del libro, el del migrante[5. En un determinado momento, se pregunta Wiener: “¿A dónde vuelves cuando vuelves a un lugar que no es el tuyo?” (p. 128)], el de si volver al Perú o quedarse en España, el de mudarse de Barcelona a Madrid (donde la autora y su familia viven desde hace tres años) y el de el centro vs. la periferia. De aquí se derivan diversas ramificaciones, en particular la del deseo insatisfecho de la tribu, el de vivir en un “sedentarismo folclórico” (p. 118), en una casita de pueblo, alejados de la ciudad, ese lugar que es “una historia que ya está escrita” (p. 118).

Llamada perdida está atravesada por múltiples tensiones y, de ahí, se deriva su voluntad estética, lo que permite que el libro (entendido en tanto que miscelánea) se escape del periodismo más pudiente (y prudente). Yo diría que son como vaivenes, que mantienen vivas las tragedias que aquí se convocan. Y son, fundamentalmente, tragedias del sentimiento: la duda, el miedo, la insatisfacción. Pero también las pedestres ineludibles dolencias físicas que conlleva la edad, esto es: las enfermedades, las falencias del cuerpo. Sus amenazas.

Wiener resume ambos vértigos de una manera muy bella, dice:

«la vida adulta es palpar incesantemente la Nada con los dedos de la imaginación” (p. 52).

En los textos se habla de muy diversos temas: el esoterismo de los números (y las supersticiones), sobre la muerte, la memoria y la bondad de los extraños (con especial mención a Antoni García Porta), el sexo (con desconocidos y con conocidos), sobre ser madre y esposa e hija. Y, también, claro, sobre los tríos (amorosos). Pero hay dos temas que yo considero centrales (y que anidan cada hueco del texto): la fraternidad y la literatura. El cruce entre lo fraterno y lo filial y entre la literatura y el periodismo. Así: sus encuentros y desencuentros.

Todo el libro queda atravesado por estos asuntos: la herencia paterna, entendida en términos de secreta camaraderia[6. «Un puñado de papeles amarillentos (…) poemas escritos al reverso de unos horrendos cuadros estadísticos sobre las inversiones en hidrocarburos” (p. 102), poemas que su padre, el también periodista Raúl Wiener, jamás publicó], el matrimonio (dos colegas escritores que cuando se casan, “se casan también sus fantasmas” (p. 113)), la relación madre-hija (cohesionada por un conocimiento mutuo de la verdad de las cosas[7. No puedo dejar de mencionar el texto «Acerca de lo madre», uno de los más personales y hermosos del libro]), las amistades (que te obligan a no olvidarte del lugar del que procedes) y la relación con otras escritoras, de éxito (Isabel Allende y Corín Tellado). Un vaivén entre fascinación y repulsa es lo que mantiene Llamada perdida siempre en un punto cercano a la ebullición. Y ello viene muy bien dispuesto gracias al montaje no solo del conjunto, sino de cada uno de los textos en particular, donde se mezclan muy diversas técnicas y tonos.

En este sentido, puede considerarse Llamada perdida una sui generis (auto)novela de formación, pues ensaya registros y posibilidades. Hay dicciones poéticas, instancias casi diarísticas, auto-diálogos, escritura reporteril, articulismo, quasi-aforismos. Llamada perdida es un libro que busca la comunicación con el prójimo a través de lo éxtimo (en su puro sentido lacaniano, de ese cuerpo extraño, lo más íntimo, que se halla afuera nuestro). Un aprendizaje sobre cómo leer adecuadamente el mundo, que podría resumirse así:

“uno nunca cambia sólo porque decide cambiar, ni a fuerza de desearlo y mucho menos gracias al calendario” (p. 109).

Ello implica que la voz de Wiener no sea capaz de (ni quiera) renunciar a la autoironía, pero sí que posa menos para el espejo.

Y, de ahí, se deriva su implicación última, esto es, su condición de genuino acto moral: pues no habla sino de sobrevivirse, de resistir a las expectativas autoimpuestas, de cultivar el amor propio.

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

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