Cómo ser original

Allí donde otros exponen su obra

yo solo pretendo mostrar mi espíritu

Antonin Artaud

1.

El caso de Nicolás Méndez (Buenos Aires, 1972) resulta llamativo, pues Cómete a ti mismo (Suburbano /El Cuervo, 2014) es su primera novela. Y no solo su primera novela publicada (ganó el año pasado el I Premio Equis de Novela), sino escrita. Pues se trata de un libro al que el autor dio término a los 23 años. Pero al que, con el correr del tiempo, le ha ido sustrayendo e incluyendo cosas, extractos, retazos. Mejorándolo, rehaciéndolo: despedazándolo. Hasta que el impostergable proceso editorial dijo: basta. Y Méndez tuvo que aceptar que el libro se iba a quedar como estaba.

Tal inestabillidad (ese continuo restaurar y reconvenir) se nota en el libro. Pero también se nota su indestructible centro de gravedad, que no ha podido ser demolido ni con las tijeras del descontento, ni con la indecisión de la constante re-escritura.

Y ello porque ese núcleo de poder revela una verdad incuestionable. Una razón autobiográfica que es la que alienta Cómete a ti mismo, y la que le da sentido, orden y método. Nos encontramos, así, ante una obra postliteraria, cuya razón de ser es su verdad.

El protagonista se rige por una sola ley: ser diferente, a toda costa. Y, así, el choque con la convención, las normas, las ideologías dominantes (en especial la capitalista y la burguesa de clase media) no solo es inevitable sino perpetua. Digamos que la primera persona protagonista de la novela (Horacio Córdova) se sabe diferente, pero no sabe exactamente cuál es su diferencia. En este sentido, Cómete a ti mismo es un libro de tanteo, de descarte: de indagación. Un libro aprensivo, de honda amargura (pero de una pesadumbre enternecedora), pues su protagonista quiere actuar, pero no sabe exactamente cómo, ni en qué dirección. Por decirlo en términos calamarianos: no sabe lo que quiere, pero sabe lo que no quiere.

2.

Así las cosas, Cómete a ti mismo es la constatación de una singularidad (del deseo de una especial singularidad): los vestigios de una errancia. Y, a este respecto, es más productivo contemplarla en tanto que puro ensayo, en su más profundo significado de prueba y error. Y pensarla desde el prisma terapéutico: una escritura que se quiere remedio para una fuerte desdicha. Pero no buscando la sanación, sino que se contenta con ser enunciado y manifiesto. Ello no significa que no se le puedan encontrar afinidades, y no será raro que el lector, leyendo a Méndez, piense en algunos giros salingerianos, e incluso artaudianos, que encuentre en determinados pasajes un aroma al Roger Wolfe diarista.

En mi opinión, habría que situar Cómete a ti mismo en el punto medio entre la autobiografía metafísica del también argentino Diego Meret (En la pausa, La Uña Rota, 2011) y la autobiografía novelesca, inocente y poética de Yonka Zarco (Días en el Limbo, Banda Aparte, 2014).

El lenguaje en Cómete a ti mismo es sencillo y la obra es de marcado acento autobiográfico (la trayectoria vital y profesional de Méndez y la del protagonista del libro son casi un calco). “Asombro y certeza, determinación y duda” (p. 149). Estas son las dicotomías sobre las que se fundamenta la personalidad de Horacio Córdova, el protagonista de Cómete a ti mismo, a quien seguimos desde su nacimiento y hasta que tiene 23 años.

Lo más característico del libro es un tono de tremenda desafección, que tanto produce repulsa como compasión. Pues, además, es una obra sucia, escatológica, de un feísmo deliberado, y que se demora pausadamente en la grosería y en una provocación ingenua, adolescente. Un texto que no se compone de fragmentos, sino de pedazos, de cachos sacados de la propia vida, a rasguños. Y, así, es esquemática. No desarrolla ni expande, sino que solo propone: restituye a los hechos su cualidad volcánica, sacándoles toda la melaza. Dicho de otra manera: las cosas suceden, simplemente; las personas están. Nada más. Flotan alrededor de la conciencia de Horacio Córdova, quien trata con fortuna despareja de apresarlos en palabras.

No hay apenas antecedentes, introducciones, presentaciones, acotaciones: prolegómenos.

Las marcas de la realidad desaparecen. Y todo lo que acontece es escritura (presentada a la manera del relato enmarcado, con porciones de escritura que se insertan adentro de otras porciones de escritura, en diferentes niveles). El narrador lo expresa así:

“Tengo el cerebro demasiado estructurado. Empiezo a contarle un episodio de mi vida a alguien y al ratito me descubro usando esquemas ya armados y descripciones ajenas que sin querer se me fueron pegando. Termino adaptando mis palabras e ideas para que encajen con cosas que ya escuché antes, aunque esto me lleve a incurrir en inexactitudes y muchas veces se pierda un poco el sentido de lo que quiero decir. O sea, en lugar de ir buscando cada término a tientas, por más que esto me obligue a callarme durante unos momentos, lo que hago es retorcer todo para encajarlo en estructuras conocidas. Así, termino diciendo la mitad de lo que me proponía. O el doble. Exagero detalles y oculto cosas, a veces para hacerme el gracioso, a veces para dar pena.” (p. 79).

3.

Cómete a ti mismo es un texto que deliberadamente frustra las expectativas del lector y, en ese sentido, su lectura, en algún momento puede resultar fatigosa. Pero aquí el prejuicio viene de la parte del lector, de su querencia a ver la vida como un movimiento teleológico. Pongamos un ejemplo. Muy al principio de la novela, en la página 14, se nos dice:

“Creo haber descubierto algo revolucionario, ni más ni menos que el sentido de la vida. Quizás estoy loco, pero siento que no me conviene hablar del asunto con nadie, ni siquiera con mis amigos más cercanos. Sospecho que estoy ante algo así como un fenómeno sobrenatural; lo último que quiero es arriesgarme a que la magia desaparezca tan misteriosamente como empezó.”

Pero ya nunca más volvemos a tener noticia de ese sentido de la vida. Y, así, con muchas otras cosas, que aparecen y desaparecen, como fantasmas. Como esquirlas de una realidad demasiado insoportable. Pero todo tiene su razón de ser, un potente vacío que se nos desvela en la página 128. Y entonces entendemos todo lo que está pasando, lo que pasó y lo que pasará.

Este hecho luctuoso (un amor trágico) en el que se asienta la novela, obliga a que ésta sea rabiosamente solipsita, un acto de puro presentismo. Horacio, el protagonista, lo explica así:

“el presente está demasiado fresco como para que alguien pueda comprenderlo, se mueve y cambia de lugar como una serpiente huyendo de un balazo. Es duro reconocerlo, pero probablemente no sirvan para nada las muchísimas ideas y teorías que anoto en papelitos sueltos y cuadernos espiralados” (p. 102).

Horacio quiere ser un rebelde, pero da la impresión de que no sabe cómo. Y es que es incapaz de llevar su actitud hasta sus últimas consecuencias (porque, en el abismo de su corazón, es un ser bondadoso). Quiere ser un anarquista, desclasarse verdaderamente, pero se aprovecha de las ventajas de su posición social tan pronto le conviene. Y en esa angustia, en esa incapacidad manifiesta, se halla la base para la personalidad contradictoria de Horacio. Pues es alguien escéptico, pesimista en el fondo. Un adolescente con más consignas que ideales, con menos sentimentalidad que sentido practico -y utilitarista-. Un joven obligado a ser diferente, casi a su pesar; como mero acto de supervivencia [1. Ya muy al comienzo de la novela, su hermano Enrique (tiene Horacio dos hermanos y una hermana: Gerardo y Patricia, además de Enrique) le advierte:  «cuando crezcas vas a tener que ser original. Si no tenés personalidad, estás frito» (p. 24)].

4.

Cómete a ti mismo es un texto obsesionado con la originalidad.

Y lo es, original, a fuerza de ser asimétrico: como un dietario que expusiese el dolor que significa ser un adolescente confuso, y dañado por las adversidades de la vida (por no saber cómo afrontarlas). En 1989, cuando el protagonista cuenta con 17 años, escribe:

“Ordeno mi vida anotando todo: las cosas que tengo que hacer cada día de la semana, los problemas que no sé cómo resolver, las opciones que se me presentan ante cada duda, los planes para el futuro. Escribo como si vomitara, hasta que el papel queda atiborrado con esquemas parecidos a pulpos que estiran sus tentáculos hacia todas partes” (p. 36).

Así, el problema de la originalidad es, en el fondo, un problema de escritura: la manera de convertir un desorden vital en algo comunicable, que toma la forma de un diario dramatizado, de un collage de impresiones e ideas. En mi opinión, su voluntad de work in progress, de ser la conciencia de escritura de un adolescente que confronta la vida desde la palabra escrita, es su valor más destacado. Se nota incluso físicamente el dolor que motiva esa escritura torrencial (escribe en todos lados, servilletas, papelitos, cuadernos, libretas) y, por ello, nos impacta, nos duele.

Cómete a ti mismo es una obra que afecta al espíritu. Su cualidad artística emana precisamente de ahí: de ese vacío quasi-místico.

 

 

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

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