Puede que los bytes se carguen a los libros, pero no matarán a la novela

Camilla Nelson for City Weekly Clockon
La escritora australiana Camilla Nelson/© Phil Rogers

 

En ‘Esto matará aquello’, más conocido como el Libro V, Capítulo 2 de Notre Dame de Paris, Victor Hugo presenta su famoso argumento de que fue la invención de la imprenta lo que destruyó el edificio de la catedral gótica. Historias, esperanzas y sueños habían sido inscritas en su tiempo en piedra y estatuas. Pero con el advenimiento de nuevas tecnologías de impresión, la literatura había reemplazado a la arquitectura.

Hoy en día, es muy posible que “esto” esté otra vez matando “aquello”, a medida que la Galaxia de la Red reemplaza el Universo Gutenberg. Si un libro se está convirtiendo en algo que puede descargarse desde una app store, enviado como texto a tu teléfono celular, leído en fragmentos de 140 caracteres en Twitter, o incluso ser visto en YouTube, ¿qué le hará eso a la literatura? Y más concretamente, ¿qué le hará a la forma literaria favorita de Hugo, la novela?

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Los debates en torno al futuro del libro están repetidamente fundamentados en conversaciones acerca de la muerte de la novela. Pero en lo que concierne a la novela digital, con frecuencia da la impresión de que nos hallamos – ¿puedo decirlo? – en la fase analógica. La industria editorial se concentra principalmente en las tecnologías digitales como medios de distribución de contenidos. Esto es, en el Wi-Fi como sustituto del texto impreso, la tinta y camiones de transporte. En términos de obras de ficción creadas específicamente para un entorno digital, a los editores les interesan especialmente los volúmenes cortos o los ‘singles’ en eBook.

Con unas 10.000 palabras, son más largos que un relato breve o un cuento y más cortos que una novela impresa, a la cual siguen pareciéndose en todos los demás aspectos.

También son corrientes las ediciones digitales de las novelas clásicas. Algunas, como la edición de Random House de A Clockwork Orange (1962) de Anthony Burgess, que está disponible en la App Store, cuentan con un diseño innovador, y colocan la novela en un diálogo con una enciclopédica gama de materiales de archivo, entre los que se incluyen el manuscrito anotado por Burgess, viejas portadas, videos y fotografías.

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También entra en esta categoría la edición digital de Faber de 39 Steps de John Buchan (2013), en la que el texto se despliega dentro de un paisaje digital que uno puede explorar de verdad, aunque solo sea de manera limitada, abriendo un periódico o leyendo una carta.

Pero existe la fuerte sensación de que, con novelas de este tipo, trasplantadas a lo que son, en esencia, entornos de un estilo videojuego para los que la forma novelística no fue diseñada, se experimenta una profunda frustración. Ello se debe a que la novela, y la lectura de novelas, cuenta con el soporte de un tipo especial de consciencia que Marshall McLuhan denominó, de forma ya memorable, “la mente Gutenberg”.

Las novelas son lineales y secuenciales, pero la cultura post-texto impreso es interactiva y multidimensional. Las novelas llevan a nuestra mente a mundos profundamente imaginados, la cultura digital lleva a la mente afuera, armando sus historias en los intersticios de una cultura conectada en un ámbito global.

Para que la novela sevuelva digital, los escritores y los editores tienen que pensar en los medios digitales como algo más que un vehículo editorial alternativo para algo ya viejo y conocido. El hecho de ser digital debe finalmente cambiar la forma de la novela y trasformar el lenguaje.

Lejos de destruir la literatura, o el género novelístico, la experimentación digital puede entenderse como algo en perfecta consonancia con la historia de la forma novelística. Ha habido novelas en cartas, novelas en dibujos, novelas en poesía, y novelas que, como Robinson Crusoe (1719), tuvieron tanto al éxito al afirmar que eran recuentos fácticos de sucesos reales que se informaba de ella en los periódicos de la época, considerada una  noticia. Forma parte de la naturaleza de la novela de dejar atrás cualquier intento por definirla.

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También la tecnología ha transformado siempre la novela. Tomemos a Dickens como ejemplo, pues sus libros estaban configurados por la lógica de la imprenta industrial y el concepto de la entrega semanal y mensual – que comprendían una larga serie de episodios ensartados, con una situación de suspense que señalaba el final de cada entrega.

¿Qué es lo que los medios digitales hacen de manera diferente? Obviamente, la tecnología digital es multimodal. Combina texto, imágenes, movimiento y sonido. Mas esto no supone un gran desafío conceptual para escritores, quizás gracias a la amplia base que ya ha establecido la novela gráfica.

Más bien, el mayor desafío que la tecnología digital puede suponerle a la novela sea el hecho de que los medios digitales no son lineales –la tecnología digital es multidimensional, y permite que las historias se expandan, con frecuencia de manera descontrolada e impredecible, en patrones no lineales.

Las narrativas novelísticas – tal como las conocemos en la actualidad – son secuenciales, predicadas en gran medida sobre la presencia de una conciencia unificadora individual, y diseñada para ser leída en el tiempo en el orden designado por su autor.

Esto les supuso un grave problema el año pasado a muchos lectores en potencia de un relato de David Mitchell, The Right Sort, una obra de ficción compuesta de 280 tweets, enviados en grupos de 20, dos veces al día por espacio de una semana. Algunos lectores frustrados se quejaron de que no podían pillar los tweets, de que la mitad de la narración se había perdido en el éter digital.

Era esencialmente más cómodo leer la versión impresa a través del enlace que aparecía en The Guardian, donde los lectores encontraban un cuento hermosamente presentado, aunque fuera una pizca convencional, en el que la principal concesión a su entorno digital era que estaba compuesto de breves trozos escénicos de una longitud de 140 caracteres.

Otra diferencia entre las tecnologías digital e impresa es que la novela impresa incita a la lectura privada, mientras que los lectores digitales tienen tendencia a compartir sus experiencias en entornos muy conectados y tremendamente sociales.

Hoy en día, se espera de los autores de novelas tradicionales que mantengan una activa presencia on line. Para publicar un libro, uno necesita un hashtag, una página en Facebook, un blog tour, un tráiler del libro en Vimeo o YouTube, y una cuenta en Twitter.

Se habló mucho del potencial de este tipo de medios para suplementar un texto novelístico cuando el thriller The Kills (2013) de Richard House, “aumentado digitalmente”, fue incluido en la primera selección de novelas candidatas al Premio Man Booker. Pero existe el potencial para que esta clase de interacción vaya más allá de simplemente “aumentar” una novela, hasta integrarla en ella y expandirla de verdad.

En un futuro no muy lejano, encontraremos que las novelas digitales se expandirán de forma horizontal por diversas plataformas, y puede que los lectores se sorprendan a sí mismos interactuando con, transformando, e incluso contribuyendo, el contenido.

Puede que ese sea el momento en que se derrumben los muros de la literatura (tal como los conocemos). No obstante, la crítica mordaz haría bien recordar que Dickens fue revolucionario en su día, no solo por abrir el camino a la publicación por entregas, haciendo de ese modo de la literatura algo popular y accesible, sino también por hacer de la gente normal el tema de sus escritos.

Una novela que nos permite un atisbo de lo que la novela digital podría resultar ser es The Silent History (2014), creada por Eli Horowitz –más conocido por ser editor en la revista literaria McSweeney’s, radicada en Nueva York– en colaboración con Matthew Derby y Kevin Moffett.

La historia se sitúa en el segundo cuarto del siglo XXI, cuando comienzan a nacer niños que no logran desarrollar las funciones cognitivas necesarias para adquirir, entender o utilizar el lenguaje. Tiene una prosa deslumbrante, tanto los personajes como sus dilemas  circunstancias son conmovedores, y lo que tiene igual importancia, los aspectos digitales del libro están profundamente arraigados en su diseño.

Silent History

Están presentes no solamente en sus temas –si bien estos tratan el problema de la comunicación de manera acertada– sino también en su estructura colaborativa y en sus detalles interactivos.

The Silent History está disponible como texto impreso, pero en un principio fue elaborada como una aplicación. Las secciones escritas del texto –denominadas “Testimonios”– que contienen la trayectoria principal de la historia, fueron cargadas de manera secuencial, junto con una variedad de elementos de medios diversos, entre los que se encuentran video y fotografías.

Uno de los aspectos llamativos de la obra es su capacidad de crecer a través de contenido generado por los usuarios. Los escritores expandieron gradualmente los “Testimonios” mediante la inclusión de “Informes de campo”; esto es, breves narrativas presentadas por los lectores y otros escritores. Estos informes solamente pueden abrirse utilizando el mapa en tu celular o en tu dispositivo en una ubicación específica, como si se tratara de una entrega de Dickens activada por un GPS y que proliferara de forma infinita.

En el reciente Festival de Escritores celebrado en Sydney, la novela digital no formaba parte del espectáculo, pero hay indicios inequívocos de que esta curiosidad contracultural se está abriendo un camino dentro de la principal corriente literaria. Aunque los más precavidos pueden quedarse tranquilos: pese a las afirmaciones de Victor Hugo, la imprenta no terminó con la arquitectura. Solamente la transformó.

La novela tampoco está acabada todavía.

by Camilla Nelson

es profesora de Comunicaciones y Medios en la Universidad de Notre Dame (Australia). Ha publicado dos novelas, Perverse Acts y Crooked. Próximamente aparecerá una colección de ensayos de la que es coeditora: On Happiness: New Ideas for the Twenty-First Century

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