¿Qué se siente al ser famoso?

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Jesse Eisenberg (como David Lipsky) y Jason Segel (como David Foster Wallace), en The end of the tour

 

David Foster Wallace se suicidó en septiembre de 2008, a la edad de 46 años, tras un infructuoso intento por desengancharse de los antidepresivos que había tomado durante buena parte de su vida adulta. En el momento de su muerte, se le consideraba el más importante escritor de su generación (lo cual, en mi opinión, era acertado) y era ya objeto de una profunda reverencia. Desde entonces se ha convertido en algo más grande, en algo más que un autor meramente influyente con una reputación de crear ficción difícil y un colectivo de seguidores ligeramente obsesivos. No solo ha aumentado su fama, sino que su figura se ha desplazado a un registro diferente. Lo han santificado, lo han transformado en un especie de fenómeno de  sinceridad angustiosa y sabiduría moral ganada a duras penas. Y la razón subyacente para esto pareciera ser ineludible: las infortunadas circunstancias de su prematura muerte han tenido, de manera retrospectiva, una influencia determinante en la interpretación de su obra, y hacen que el aparente reflejo de sus luchas personales parezca ser el aspecto destacado. Y en lo que resulta ser más poderoso y problemático, ha fusionado la imagen del autor con ese arquetipo profundamente sospechoso que culturalmente no puede quitarse de encima: el Genio Artístico Atormentado.

The End of the Tour es el producto de esa celebridad póstuma. Ello es cierto, en el sentido obvio de que ni la película de James Ponsoldt ni el libro en el que está basada – Although of Course You End Up Becoming Yourself: A Road Trip with David Foster Wallace (2010), de David Lipsky – existirían si Wallace estuviera vivo. Pero también es cierto en el sentido, un tanto más enrevesado, de que la película depende y participa a un tiempo de la construcción de Wallace como símbolo cultural. Trata de él más en tanto objeto de fascinación que no como artista.

La película ha sido recibida con desaprobación en algunos círculos (tal como le sucedió al libro de Lipsky, aduciendo que su aparición tan temprana tras la muerte de Wallace la hacía parecer una pizca explotadora). Se ha filmado sin la aprobación de los herederos de Wallace, y varias personas que lo conocieron, incluido su editor, Michael Pietsch, han sugerido que Wallace no hubiera querido de ninguna manera constituirse en tema de un tratamiento biográfico.

The End of the Tour es, pese a todo lo anterior, bastante buena –mejor, quizás, de lo que tiene derecho a ser–. Se sitúa en el transcurso de varios días a comienzos de 1996, poco después de la publicación de su asombrosa novela Infinite Jest [La broma infinita], que generó lo que Wallace describió como un “hervidero de bombo publicitario”. Lipsky (Jesse Eisenberg) es un reportero de la revista Rolling Stone al que le encomiendan seguir a Wallace (Jason Segel) en el tramo final de su gira promocional. Se aloja en la casa de Wallace en Bloomington, Illinois, y le acompaña en sus apariciones públicas y en las entrevistas que concede. Durante el viaje, los dos entablan largos y a veces intensos debates que van de lo personal a lo filosófico. De aquí surge el retrato de un personaje y una reflexión en torno a las presiones y paradojas de la posición de Wallace.

A pesar de su tema, Although of Course You End Up Becoming Yourself no es un libro susceptible de recibir un tratamiento cinematográfico. En la introducción, Lipsky compara su recuerdo del breve tiempo que pasó con Wallace con una road movie, pero solo me cabe suponer que, o bien resultó ser extraordinariamente profético, o lo andaba ya buscando como quien no quiere la cosa, puesto que no es esa la impresión que causa la lectura del libro. Un poco más adelante, Lipsky compara las farragosas conversaciones entre él y Wallace con My Dinner With Andre (1981) de Louis Malle, lo cual se acerca un poco más a la realidad, aunque siga siendo un poco exagerado. Lipsky ofrece las transcripciones originales de las cintas de sus entrevistas, añadiendo de vez en cuando sus impresiones, entre paréntesis. El resultado es un libro lleno de digresiones, deslavazado hasta el punto de carecer de forma. Hay en Although of Course You End Up Becoming Yourself algunas pistas valiosas sobre las ideas e influencias que dieron forma a la obra de Wallace, pero incluye mucha paja. Además, es repetitivo, pues Lipsky constantemente le da vueltas a lo mismo, tratando de confirmar detalles y, así,  desperdicia demasiado tiempo en preguntas que son, en esencia, variaciones de una sola: “¿Qué se siente al ser famoso?”. (Lipsky, hay que reconocérselo, se dio cuenta posteriormente de que sus preguntas evidenciaban su inexperiencia como reportero: “David no deja de hablar de las cosas más grandes,” escribe en la introducción; “y yo no dejo de rebatirle con las más pequeñas.”)

 

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Buena parte del diálogo de The End of the Tour está sacado directamente del libro de Lipsky, si bien el guion de Donald Margulies se toma importantes libertades respecto al material original, en un intento por darle a la película los fundamentos de una estructura dramática. Margulies recontextualiza, reestructura y empalma las palabras de Wallace para forzar la semejanza con los estándares del film de colegas más o menos convencional, aunque lo hace de una forma sutil. A Lipsky y Wallace, una pareja físicamente muy desigual, los ponen juntos, superan su timidez inicial y se muestran amigables el uno con el otro, comparten momentos de leve comedia, discuten, se pelean, se reconcilian, hablan de sus esperanzas y sus miedos, y tienen un revelador momento final de confrontación antes de despedirse de una forma más bien incómoda y sentimental.

The End of the Tour podría haber resultado una película sensiblera, o artificial, o explotadora. Pero resulta ser discretamente conmovedora. Y parte de la razón por la cual funciona es la presencia osuna de Segel en el papel de Wallace, a quien retrata con la adecuada moderación, como un hombre cuyo considerable caudal de inteligencia y humor coexiste en un precario equilibrio con un poderoso sentido de inquietud social y fragilidad (insinuada). Con la ropa holgada, las greñas, y su característico pañuelo en la cabeza, se pasea por la película como si fuera una de las criaturas de Maurice Sendak, foco inevitable de la curiosidad allí donde va. Descuella por encima del diminuto Lipsky,  siempre apuntándole con la grabadora, mirándole avergonzado. El gran tamaño de Wallace, sus manierismos nerviosos y su aspecto inusual vienen a funcionar en el film como metáforas visuales de la contradicción de su postura – el hecho de que su voluntad por aferrarse a su aspecto de tipo ordinario del midwest quede desmentida por la abrumadora brillantez de su obra-. Los tipos normales, le señala Lipsky a un desconcertado Wallace, no escriben novelas deslumbrantes de 1000 páginas.

La película también emplea con eficacia el limitado marco temporal del libro, el cual consigna a un plano de fondo las ahora bien documentadas batallas que Wallace libró con el alcohol y la adicción a las drogas y sus recurrentes episodios de depresión suicida, expuestos en angustioso detalle en la biografía, a cargo de D. T. Max, Every Love Story is a Ghost Story: A Life of David Foster Wallace (2012) [Todas las historias de amor son historias de fantasmas. David Foster Wallace: una biografía, Debate, 2013]. Ese estrecho enfoque le permite a la película mantener una distancia respecto a la “cuestión romántica y escabrosa del artista atormentado”, de la que Wallace le dice a Lipsky (en Although of Course…) que desea evitar – aunque no evite por completo el estereotipo (volveré a incidir en este asunto más adelante). The End of the Tour es una película que toma conciencia de lo delicado de su tarea. No presume de conocer al individuo más allá de sus manifestaciones exteriores. Wallace vive solo en una casa pequeña en la linde de un campo nevado y le habla a Lipsky sobre la soledad, pero nunca lo vemos solo. El film conserva la estructura básica del libro, entrevistador-entrevistado, de modo que nuestra impresión de Wallace está siempre mediada por lo que observa Lipsky. Ambos hombres son conscientes de la desigual naturaleza de su relación – en un momento determinado, Wallace presenta a Lipsky diciendo que es “mi amanuense Boswell” [James Boswell (1740-1795), autor de una biografía de Samuel Johnson].

El interés por la tensión entre el hombre y su personaje público – la manera en que la película implica que el éxito de Wallace ha agudizado su aislamiento – resulta ser la forma más obvia en que sus temas se hacen eco de su escritura. La tendencia a que una cultura visual saturada de medios engendre una autoconciencia que refuerza el conflicto entre esa parte de nosotros que es vista y esa parte infinitamente más complicada de nosotros que permanece oculta, es uno de los temas definitorios en Wallace. La diferencia es que The End of the Tour es, en sí misma, parte de esa cultura visual. Esta es una ironía de la que la película se hace eco, y con la que negocia con discreta inteligencia. Hay un momento interesante en el que Wallace y Lipsky van al cine con dos amigos de Wallace, a ver Broken Arrow [Código Flecha Rota] (1996), un mediocre largometraje de acción. Una larga toma enmarca a los cuatro, sentados entre el público, mientras Lipsky mira de soslayo a Wallace, que está completamente absorto. Durante varios segundos, observamos cómo Lipsky observa a Wallace viendo la película. Diríase que la escena es una referencia a la obra de James O. Incandenza, el cineasta experimental de La broma infinita, cuya extensa e hilarante filmografía incluye un trabajo titulado The Joke, que consiste en que él lleva a cabo la instalación de una cámara dentro de un cine, filma al público sentado en las butacas y proyecta esa imagen en la pantalla. (La novela atribuye a The Joke haber anunciado “inconscientemente el fin del cine post-posestructuralista en términos de absoluto fastidio.”) The End of the Tour repiensa este riff cómico – uno de los muchos que Wallace empleó para satirizar las involuciones terminales del arte posmoderno autorreferencial – volteándolo con el objeto de reforzar nuestra conciencia de la objetivación de Wallace.

Hay un aspecto espeluznantemente invasivo en el interés profesional de Lipsky por Wallace que la película no nos permite olvidar. En una escena a principios de la película, están los dos platicando cordialmente, empezando a llevarse bien, cuando Lispky se disculpa y va al baño. Mientras se encuentra allí, aprovecha la oportunidad para apuntar qué es lo que hay en el botiquín de medicinas de Wallace. Esa discordante sensación de violación se repite casi al final del film, cuando Lipsky se dispone a regresar a su casa. Mientras Wallace sale afuera para quitar el hielo del parabrisas de su coche, Lipsky saca la grabadora y empieza a pasear de habitación a habitación, describiendo las posesiones de Wallace, socavando la idea de que entre ellos dos haya florecido algo parecido a una amistad genuina.

 

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The End of the Tour termina explotando hasta cierto punto la atracción emocional de la historia personal de Wallace. Comienza, de forma casi inevitable, cuando Lipsky se entera del suicidio de Wallace, antes de volver al año 1996 – su muerte le precede. También idea su escena de clímax al introducir una trama secundaria, en la que el editor de Lipsky le presiona para que se enfrente con Wallace respecto a los rumores de su adicción a la heroína. Lipsky ha terminado por encontrar a Wallace agradable y no quiere preguntarle, pero justo antes de que tenga que tomar su vuelo de regreso a casa, cumple con su obligación profesional y le plantea la cuestión. La película diseña este punto como un momento dramático. Wallace reacciona con enfado. Niega el rumor de manera airada e insiste en que la crisis nerviosa que sufrió cuando se acercaba a la treintena no fue resultado del abuso de sustancias. Evoca con apasionamiento el horror de una habitación rosada sin muebles y con un desagüe en el centro del piso. Que es donde me metieron un día entero cuando pensaban que iba a matarme. Un lugar en el que no llevas nada puesto, y hay alguien observándote a través de una rendija en la pared.

Y cuando te sucede eso, te pones de aquí te espero – adquieres unas ganas inusitadas de examinar otras alternativas en torno a cómo vivir.

He aquí la más grave, y en mi opinión la más reveladora, manipulación del material del libro de Lipsky. La distorsión no se da en las palabras mismas, que Segel pronuncia textualmente, sino en el hecho de que el tono vehemente y el contexto en que son pronunciadas sean completamente diferentes. En Although of Course You End Up Becoming Yourself, las frases anteriores corresponden a un pasaje en el cual Wallace está hablando de cómo ha cambiado su vida y de lo muy afortunado que se siente. Lipsky añade una nota: “(Se ríe con satisfacción)”. Los rumores de adicción a la heroína se suscitan, de hecho, mucho antes, en una parte completamente diferente del libro, y Wallace, que por aquella época no bebía, parece no poner objeción alguna a tratarlos. Nunca fue un heroinómano, dice, aunque admite con total franqueza que fumaba grandes cantidades de marihuana, que bebía en exceso en la veintena, y a lo largo de los años había tomado sedantes, LSD, psilocibina y cocaína (“terriblemente desagradable, como beberse cincuenta tazas de café o algo parecido”). “De haber sido adicto a la heroína,” comenta, “no creo que tuviese problema alguno en decirlo.”

La estricta fidelidad a los hechos biográficos resulta ser un criterio equivocado a la hora de juzgar una dramatización como The End of the Tour. Mas es significativo que su escena climática adopte la forma de un momento de ruptura, en el que se nos permite vislumbrar las espacios no vistos del sufrimiento privado de Wallace. Es un arma de doble filo. Por una parte, es un guiño a un más amplio sentido de lo incognoscible, que es parte integral del delicado equilibrio de la película; por otra parte, señala el retorno de la “cuestión romántica y escabrosa del artista atormentado”. Se trata de una paradoja que el film deja sin resolver. Más o menos a mitad de la película hay una escena en la que Lipsky acompaña a Wallace a una entrevista radiofónica. El presentador, que tiene entre las manos una copia de La broma infinita que, sospechosamente, parece no haber sido leída, farfulla algunas palabras acerca de su extraordinaria longitud, sus dimensiones físicas y su peso antes de hacerle la primera pregunta. Mientras Wallace responde a la pregunta, se gira con una mueca como de cansada resignación hacia la cámara y, si no me equivoco (estoy casi seguro de esto, pero no completamente, puesto que solamente he visto la película una vez y sucede muy rápido), mira directamente a la cámara, rompiendo la cuarta pared durante una décima de segundo. La escena corta entonces a un plano de Lipsky, que está sentado cerca, como para indicar que la significativa mirada estaba destinada a él. Pero la impresión que persiste es que nosotros, el público, somos igual de cómplices en ese proceso de objetivación.

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Pueden leer el artículo original (en inglés) aquí.

by James Ley

fue el primer editor que tuvo la Sydney Review of Books (Enero-2013 / Julio-2015), ahora ocupa el cargo de editor adjunto. Es autor de The Critic in the Modern World: Public Criticism from Samuel Johnson to James Wood (2014).

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