Las noches de Ventura

En La Insaciabilidad, la más reciente novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño (Bogotá, 1949), suceden muchas cosas o poquísimas, depende de cómo se mire. Ventura –alter ego del autor– se enfrasca en tareas desquiciadas, hiperbólicas, muy divertidas: seducir a Bárbara Blaskowitz, una suerte de femme fatale incapaz de decirle no a la horda de machos en celo atraída por su magnetismo; emprender maratones amatorias con una princesa de mentiras; asediar a Trilce, la radiante hija de Bárbara, experta intérprete de violín; cada tanto caer presa del recuerdo de Irgla, la de los ojos persas, quien tuvo la indelicadeza de abrirle sus entrañas a la simiente de un don nadie. Y así, en medio de un rosario de polvos y rupturas, Ventura escribe novelas y cuentos, convencido de su enorme talento. Se cree predestinado a reemplazar al Papá Grande, a recibir de sus manos el testigo y a encabezar la nueva narrativa latinoamericana. Sísifo varado en un pueblito mexicano, el protagonista hace una y otra vez lo antes dicho. Sí, acaecen pocas cosas –o muchas, pero iteradas– en las 490 páginas del volumen. Y sin embargo, la rítmica prosa del colombiano lleva al lector del principio al cierre con frenesí y una sonrisa cómplice.

Vale la pena detenerse un instante en un elemento mencionado: Ventura sueña entablar un comercio favorable con las musas. A lo mejor esperpéntico, lastrado por un ego mayúsculo, pero escritor al fin y al cabo, Ventura gravita en torno al arte. ¿Cuál creador no se siente investido de una gracia especial, dueño de dotes sublimes?

Ventura pertenece a una singular estirpe de personajes imaginarios, la misma de la que hacen parte José Fernández (De sobremesa, José A Silva) e Ignacio Escobar (Sin remedio, Antonio Caballero), para detener la lista en solo un par de casos, y cuyo origen se remonta a Des Esseintes, protagonista de A contrapelo.

La crítica académica ha llamado novela de artista a esa variante ficcional construida sobre la rareza de un individuo de refinadas pasiones estéticas. Su exacerbada sensibilidad denuncia la ordinariez de la burguesía. Los manuales conectan al decadentismo con el surgimiento de dicha tendencia novelística. Instalado el capitalismo como axiología dominante en las relaciones económicas, la novela de artista contemporánea conserva algunas señas del pasado y modifica otras; algo completamente natural, desde luego. Mientras Des Esseintes y Fernández se auto-marginaron del mundo de su tiempo, Escobar y Ventura enfrentan con armas distintas el reinado de un sistema de valores que privilegia las letras de cambio y solo conoce los libros de contabilidad. El primero lo hace con la lucidez del desencanto; el segundo, con la voracidad del erotómano. Las pasiones del bajo vientre y las búsquedas de la historia ideal son el núcleo del ars literario de Ventura.

Ventura –o Aguilera Garramuño– encara la página en blanco con altas dosis de masoquismo deportivo: la nueva obra le exige estar en forma, tensionar los músculos, gastar hasta la última reserva de energía. Sabe, lo supieron también Flaubert y Borges, que las novelas se cimientan en la grandeza o en el atractivo de los seres, mientras el cuento se circunscribe a la anécdota, al hecho puro y duro. A Aguilera Garramuño –o a Ventura–, a pesar de la calidad de sus textos, no lo publican las editoriales grandes porque, siguiendo las maneras del buen buscapleitos, no tiene problema en señalar que cierto prestigioso sello no le pagó los derechos de autor o de formular dudas a la probidad de los concursos. El lector acompaña a ambos al delicioso tálamo o los ve sufrir al corregir hasta la fatiga los borradores de El basurero universal, Gente y El adolescente, trabajos con los que espera(n) salir del anonimato, aferrados a la zarpa de una agente muy parecida a la recién finada Carmen B.

Quizá no sean tan geniales –Ventura y Aguilera Garramuño– como se creen, pero sí son estupendos narradores de la curvatura de un cuerpo, la turgencia de un seno, el brillo de un violín y las miserias del escenario editorial.

by Ángel Castaño Guzmán

(Armenia, Colombia. 1988) es periodista y editor.

6 Replies to “Las noches de Ventura”

  1. 1
    Libaniel Marulanda Velásquez

    Ángel Castaño, se está convirtiendo en un destacado crítico literario y la presente reseña es una muestra de su paso por ese terreno. Lo leo siempre en el diario El Espectador.

  2. 2
    Edwin Vargas

    Muy buena reseña, estimado Ángel. Quisiera saber si esta novela de Aguilera Garramuño está circulando en Colombia y, de ser así, dónde la puedo conseguir. Muchas gracias.

    • 3
      Ángel Castaño G

      No,Edwin. Creo que no hay ejemplares en Colombia, salvo los que Aguilera le mandó a ciertas personas. Si quiere, le presto el mio o le doy el dato de Aguilera.

  3. 4
    Camilo Alzate

    A mi siempre me dio la impresión que Garramuño se hacía la paja leyendo sus propias fantasías plasmadas en sus personajes, o lo que es lo mismo, que su autopromoción de amante insaciable y exitoso era tan cierta como su éxito editorial como autor reconocido. O sea, nanai cucas, como dicen en mi vereda. Lo que Castaño Guzmán describe tan bien al principio es igual, digamos, a Mujeres amadas: un simple compendio de polvos. Que también era igual al otro libro de cuentos «eróticos», otro compendio de polvos.

    Qué pesar, nunca podré con Garramuño. Pero es buen síntoma si Castaño lo reseña. Es bueno saber que hay vida inteligente más allá de marte, Abad Faciolince y William Ospina.
    Gracias por el texto, y va un saludo.

    • 6
      Camilo Alzate

      Patéticos (con tílde) son los escritores que no saben de ortografía. Vi una entrevista suya donde despachaba a varios autores colombianos -por malos, supuestamente- y luego reconocía no haber leído los libros.

      En fin, lo que pasa cuando a un adolescente vanidoso le dicen que escribe mejor que García Márquez.

      Saludos.

      (P.D. Leí Mujeres amadas, Los placeres perdidos y Erotikón, pero no pude con ellos. La culpa es mía, lo reconozco.)

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