El 10

89827

 

Con mi papá íbamos al estadio seguido, y la discusión sobre la táctica era incesante. Así era también en las otras familias, en los diarios, en las conversaciones de la calle. Mi papá, quizás él el que más, tenía ideas muy claras sobre cómo armar el equipo.

Era el 10 lo que estaba de moda en esos años, los años de la Copa América ‘91, y al igual que la teoría económica “del chorreo”, se pretendía que tarde o temprano ese talento desbordara y de él se beneficiaran todos. El rol de los demás jugadores era simplemente defender o, llegado el caso, empujarla adentro.

Con el tiempo, la ciencia económica probó como dudosa la teoría del chorreo. También el rol del diez se fue desmigajando, y ahora, por ejemplo, es el volante de salida o un zaguero el que tira el pase largo. Se escucha por todas partes que el diez tradicional, la figura central que administra los pases y controla el ritmo de juego, ya no va más.

En esos años era en el diez sobre quien recaía todo el peso y las esperanzas. Como único hijo varón, para mi papá yo era, claro está, el diez.

Un día, en consonancia con su fe en el progreso (y en mí), me regaló acciones de una forestal. O es que simplemente las compró y un día llegó la carta que, de manera anual, repartía el dividendo. El negocio forestal es uno de los más importantes y estables de Chile, así que solo debía sentarme y verlas crecer poco a poco.

Extrañamente, la de diez no era la posición con la que yo más fantaseaba. Solía proyectarme como 6, bravo en la marca, duro y durable, el corazón del equipo. En los días en que me sentía más autoritario era zaguero, uno alto, fuerte, ganando todos los cabezazos y burlando al delantero rival en la expresión máxima de frialdad y decisión. Luego, salía jugando con elegancia.

Nunca me imaginé como nueve. Si de delanteros se trataba me veía como punta, volando como un soplo por la franja, pegado a la línea. Y en la realidad, durante los recreos en la escuela, jugaba de lateral volante, era rápido y me gustaba jugar en todas las posiciones, por eso elegía un lado e iba adonde estaba la pelota. Supongo que me sentía cómodo jugando con un límite a mi lado, me daba una buena perspectiva de la cancha.

Todo esto que cuento fue antes, poco antes que descubriera una de esas verdades ineludibles de la adolescencia: la intuición de que ninguno de nosotros, ni mis amigos ni yo, seríamos lo que se supone que debíamos ser.

Y con respecto a las acciones, a los 20 años, necesitado de dinero para irme al carnaval de Oruro, fui a la oficina de la forestal y las vendí.

by Ignacio Concha

(Santiago de Chile, 1980). Estudió cine en Chile, Cuba y España. Guionista de series documentales que se transmiten en diferentes partes del mundo, actualmente escribe su primera novela.

3 Replies to “El 10”

  1. 1
    elizabeth

    querido Ignacio, me ha gustado mucho tu cuento, es como eres tú, una persona linda de alma, que dios te dé siempre esa felicidad que irradias , besitos

  2. 3
    Andres

    Amigo escritor. A ese cuento le falta todo. Empieza bien, un ánimo para el lector que atrapa. Luego vas leyendo y se queda sin trama y sin goce. Debes fluir más la forma de terminar las historias, si no estás perdido. Te lo dice otro escritor que se está haciendo en la cola de precipicio. Saludes cordiales

    PD: Es mejor dar golpes secos y no alentar a quien comete errores…

+ Leave a Comment