Fracaso y enigma

marine hugonnier apicula enigma

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Pero sabemos que cada día para él

transcurre entre el fracaso y el enigma

Diamela Eltit, Fuerzas especiales

 

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Me gusta ahora; así: loco caótico imprevisible absurdo. Así, así: corriendo los jugadores de un área a la otra, sin el menor control o disciplina o táctica. No, que corran, que haya movimiento en la pantalla. Que se les vea sudar, y sacar la lengua y escupir y llevarse la mano al muslo en previsión de un dolor muscular futuro. Y que se enrabieten, y levanten los brazos, insulten al árbitro, a sus contrincantes o a sus propios compañeros.

Que haya tarjetas y amonestaciones y reprimendas y teatro del bueno y penaltis. Y que metan el penalti y que luego el árbitro lo anule, y lo tengan que volver a lanzar y lo falle (lo lanza un jugador de Ecuador, no sé su nombre; no sé el nombre de ninguno de los dorsales de uno u otro equipo, eso también me agrada mucho: la ignorancia supina de esos nombres, de sus circunstancias).

Pero, ah, todavía hay más: otro penalti. En la otra área (apenas han pasado unos minutos); y éste ya no lo fallan (Bolivia). Gol.

Sí, ah… me gustan los partidos que te dejan exhaustos.

Sí.

 

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Me interesa la elegancia supina del gol que no se espera, de ese gol casi fantasma que no se sabe quién marca o acaso si lo ha marcado alguien y no es más que una secuencia imprevisible de rebotes, torpezas y azares (y manos, hombros, codos, abdómenes impunes). Me gusta la emoción pura incontaminada del gol. Ese momento de suspenso irreal en el que no se sabe si el gol se dará por bueno o no, de qué modo entró en la portería, o sí realmente entró y no fue un espejismo, la consecuencia funesta de un temeroso segundo de descuido.

Ah, pero también esa bolea (desde fuera del área; qué belleza) que acaba de marcar ese tipo de amarillo… ¿cómo es que se llama? Bolaños. ¿Bolaños? No jodas. Bolaño(s).

Será que la literatura me persigue.

 

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Al día siguiente me aburro un poco: Jamaica-Paraguay.

Mucho disparo del balón. mucho correr por el campo, pero apenas sensación de peligro. Y eso implica que la angustia se quede aquí, junto a mí, y no se desperdigue por la hierba de esos campos chilenos. Aunque casi empata, Jamaica, pero un casi, casi casi, ese casi es tan valioso como la voluta ridícula de humo de este cigarrillo que se pierde ahora en la noche barcelonesa.

Ganó Paraguay. Uno cero. Qué aburrimiento.

 

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El único partido que encuentro el jueves a la noche, después de cenar (las diez de la noche en España, las cinco de la tarde en Chile) es el Perú-Venezuela, a la una y media de la madrugada. Nada, demasiado tarde. Cojo un libro de mi biblioteca. Los diarios, de Cheever. Dice: “I should learn to be less intense […] my only trouble is intensity”.

También este es mi problema: quiero partidos intensos, bellos en su dramatismo, que transcurran entre el fracaso y el enigma. Quiero un futbol que sea una novela existencialista, una epopeya en doce cantos, un mal poema de amor kitsch… pero hoy solo tengo a Cheever. Escribe: “I won´t take the beauty of the world as a reproach”.

Yo sí: le reclamaré (no tanto a la noche como a este descuadre horario continental) su silencio estéril, su mirada atroz, pálida: serena.

Su pudibundo mecerse en la nada.

 

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El viernes, por querer estar más cerca sentimentalmente de esas lejanas tierras chilenas, leo el último libro del mayestático poeta Francisco Ide Wolleter, Yakuza.

Un verso loco, me lo guardo; dice: “tengo sed siempre”. Ah, sí, sed. Yo también.

En el ordenador tengo puesto el partido que dan hoy (son las once aquí en España, las seis de la tarde en Chile). No sé quién juega. Unos van de amarillo, otros de blanco. Pero un nombre, que se repite en los auriculares: Bolaño(s), Bolaño(s), Bolaño(s). Y, al rato, catapún, minuto veinticinco: gol de Bolaño(s). Y, al poco, bum, tarjeta amarilla para Bolaño(s).

Bien, bien… esto se pone interesante.

Gritan los comentadores, les reprenden a los jugadores los fallos en el remate a boca de gol. Se contagian los entrenadores y también gritan (y lo interesante es que los micrófonos de la televisión recogen sus vociferantes invectivas: contra el árbitro, contra Dios, contra los pliegues irredentos de sus propias camisas). Uy, ah, eh, oh! Faltas y más faltas. Se endurece el juego. Más tarjetas. Y más.

Entonces Ecuador mete otro gol. No de Bolaño(s), que -sí- ha sido, empero, quien regaló la asistencia de gol.

Ha sido Valencia, quien metió el gol.

Y, hala. Penalti. En la otra área. Y el portero reprende al defensor. Lo marca. México. Dos uno. Ahora sí, de una vez, por fin, se enrarece el partido, expulsan a un entrenador (el Piojo, le dicen), se enloquece y desordena el fútbol; al fin. Mano fantasma en el área; no pita el penalti, el árbitro. Y continúa ese futbol desparramado, de ida y vuelta, y hay sangre en el rostro de un jugador mexicano… Le han dado una patada en la cara. Corren los jugadores, brincan, estiran los brazos, las piernas, se dan la vuelta, corren en círculos, saltan.

Ah, se acabó. Se acabó todo para México: eliminados de la Copa América.

Ganó Ecuador.

 

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Me gustan estos partidos perecederos, que no se recordarán, pero que nos han emocionado tanto. Minutos que hicieron que nos extasiáramos con el fuego de su propia consunción inútil. Encuentros infructuosos que no dejarán imágenes para las hemerotecas. Porque cuando lo más valioso de un partido es la esterilidad de sus méritos, entonces es arte. Un arte efímero e inútil, por supuesto. De primera el arte, puro. No hace falta decirlo.

 

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Va a ser difícil que Ecuador pase a la ronda de cuartos de final. Tienen que darse unas cuantas carambolas; un milagro, casi. Porque perdió los dos partidos anteriores. Solo ganó este, el del viernes, contra México. Pero, ah. Qué victoria.

Quedó tercero de su grupo (el grupo A). Ecuador (primero Chile, segundo Bolivia).

Pero en su efímera gloria se halla(rá) su mayor virtud.

Yo, quede dicho ya, y pase lo que pase, en adelante iré siempre con Ecuador.

Y con Bolaño(s).

Adoro ese deambular impertérrito entre el fracaso y el enigma. Adoro esa heroicidad inútil de los que naufragan gloriosamente. Así la selección del Ecuador, ya mi favorita.

Sin ninguna duda.

 

 

 

 

 

 

 

 

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

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